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martes, 16 de mayo de 2017

Bien milonga

                    ¿Quien fue el raro bicho   
                     que te ha dicho, che pebete,
                     que pasó el tiempo del firulete?

                 


Sí, hoy tendremos una nochecita ideal para firuletear en Bien milonga, desde las 21 hasta las 24 hs., en la Casa de Aragón, de Madrid, situada en la Plaza de la República Argentina nº 6.  El tiempo ayuda, se afloja la vestimenta, las gambusas están bien lubricadas porque el tiempo asoleado invita a estirarlas, corriendo, o en tranquilas caminatas por estos parques floridos. Y la música termina de encendernos el ánimo para milonguear duro y parejo.

Crear y consolidar un ambiente milonguero y entrañable no es tarea fácil y en Bien milonga lo tenemos curtido y armado con los milongueros que nos visitan a diario, en este cuarto año de nuestra andadura. Los elementos que nos han hecho perdurar en el colectivo, están a la vista: una buena pista de madera lustrada, música bien milonga, la atención y los buenos bailarines de ambos sexos, claro.

                                     



Y para ir preparando el cuerpo con vistas a questa bella notte, los invito a repasar algunos momentos firuleteros de esas parejas de fuste que acuden a festivales y lucen su arte en exhibiciones muy aplaudidas y comentadas por los espectadores de las mismas.

En este trance, me planto en Malmöe, en el sur de Suecia. Allí veo a Daniel Carlsson bailando con Sigrid Delicatessen van Tilbeurgh en el Festivalito de tango de dicha ciudad. Y lo hacen al compás de Muchacha, el tango que grabara la orquesta de Héctor Varela, cantando Argentino Ledesma.




Vos ya conocés mis gustos y los bailarines que me piaccen por su forma de interpretar, de moverse en el encerado, de tener ese touch que los distingue, sin caer en mamarrachos que los despinten. Bueno, tá bien, por eso insisto con esta muchacha Sigrid, a la que le diría, como González Castillo:
-Francesita / que trajiste pizpireta,/  sentimental y coqueta/ la poesía del quartier...". Ya sabés que el quartier, es el barrio, en español.
Ahora la Griseta de marras está bailando con Murat Erdemsel y sigue subiendo escalones de popularidad. Entre ambos se lucen bailando en la Galería Ideal de Viena, Austria, el tango Uno, por la orquesta de Aníbal Troilo, cantando Alberto Marino.
                                         




Y para terminar con lujitos recurro siempre a nuestros Sebastián Arce y Mariana Montes que la saben lunga y te dejan con ganas de correr a la pista, después de verlos en acción. En este caso están en Amberes, Bélgica y entre otras cosas se mandan la milonguita Todos te quieren, por Ángel D'Agostino y su orquesta milonguera. Junalos...

                                       


Vos, dejá nomás, que algún chabón
chamuye al cuete y sacudile tu firulete,
este arabesco que en el alma
la milonga nos bordó...
Es el compás criollo y se acabó.  







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lunes, 15 de mayo de 2017

Argentina, patria del bandoneón

   El Bandoneón llegó a Buenos Aires en el bagayo de un inmigrante alemán, quién jamás pudo suponer que con él traía el instrumento que andaba buscando la emoción porteña para poder desparramarse por el mundo. Y así fue que una noche, allá por el 1900, cuando todavía los muchachos se recostaban en las paredes de las esquinas para que no se derrumbaran y se ataban el pescuezo con un pañuelo para que no se les cayera la cabeza al escupir fuerte por el colmillo,

   El alemancito se sentó en el patio de su conventillo, para llorar en manga de camisa, sobre las notas largas de su "Bandoneón", un dramita de inmigración, de ausencia y de distancia. Y sin quererlo, las notas litúrgicas de su fueye, desangradas en la desolación de los patios porteños, repercutieron en el corazón de las costureritas sentimentales y temblaron en los dedos ligeros de las barras, como si hubieran nacido para repicar compadronamente sobre el doble teclado de aquel lindo aparato.
Dicen que un día, Domingo Faustino Sarmiento trajo de Italia una yunta de pajaritos grises, y al poco tiempo Buenos Aires era una jaula de gorriones. Asi también un día el arrabal se pobló de bandoneones.                                               

   Buenos Aires se le entregó, a condición de que primero, se le entregara el "bandoneón". Y así fue que empezó a rezongar como si llevara adentro el alma atormentada de un garabito. Y se emocionó en la noche de las cortadas, como si hubiera nacido a la luz de un farol, y compadreó en el alarde de una serpentina, como si en él chiflaran los gorjeos de las patotas. Y entonces, ya no fué más bandoneón. En el registro civil de los almacenes, lo bautizaron mandoneón, y para ser más chorro y más porteño, le acomodaron un mote de prontuario; "alias", Fueye.

Homero Manzi
   
    Y en los barrios de Buenos Aires, aparecieron las manos que habrían de estirarlo como nadie. Vicente Greco, Pacho, el ruso Antonio, Pepín, Santa Cruz, Chiappe y el pibe de oro, ese pibe que a los doce años con un par de brazos que apenas podían abrazarlo, sacó al fueye sonidos secretos, dulzuras desconocidas, armonías inéditas: Pedro Maffia. Luego vendrán otros, y luego también serán superados,para nuestro bien.

   El bandoneón es un alma que tomó forma de gusano a fuerza de arrastrarse detrás de un amor imposible. Cuando estaba por morirse de pena en una esquina olvidada del mundo, las caricias de las manos criollas, lo ayudaron a sufrir su congoja. Al hambre de su pena solitaria, el tango le entregó el pan de una amistad derecha y compañera. El suburbio lo emborrachó en sus copas para hacerlo olvidar. Los compadritos lo llevaron a sus fiestas para ahuyentarle los recuerdos malos. Y Juan de Dios Filiberto, que tiene algo de fueye en su arrugada silueta, le compuso un himno de homenaje: "Quejas de Bandoneón"


   El bandoneón es un órgano de Iglesia con alma requintada, que siguiendo la estrella rea de su destino, se escapó de una catedral disfrazado de fueye, para poder ambular por la noche de la calle Corrientes. Por eso desde que él se entreveró en el tango, las milongas adquirieron una solemnidad religiosa, y por eso cuando sus hermanos recogen los sonidos y talla solo el bandoneón, la canción de los barrios parece un misal taura. Y por eso también, Pascual Contursi, poeta de suburbios, le rezó un Padre Nuestro: "Bandoneón Arrabalero".

Pedro Maffia
   
   Enrique Santos Discépolo, se ha ganado el título de inspector honorario de las emociones de Buenos Aires. Envuelto en un mínimun de materia, recorrió las calles o se sentó a tomar un café, dispuesto a requisar cuanta emoción circulara sin patente.

   Nervioso, flaco, afiebrado, pura nariz y talento, de pronto ha encontrado algo que buscaba; una canción, un grito, un gesto; se lo pone debajo del brazo y en su casa lo hace bailar sobre el piano, para inspirar las teclas. Es el drama que un borracho olvidó sobre una mesa o un lío que descubrió por la rendija de una persiana. Una noche oscura, al cruzar una calle del suburbio, Discépolo tropezó con el alma del bandoneón que se había escapado de la caja; entonces hizo un tango: "Alma de Bandoneón".


    Pedro Maffia, inició su vida en el piano. Pero aquel armatoste era demasiado grande para la honda humildad de su espíritu. Sus dedos ligeritos resbalaban inútiles sobre la dentadura del teclado. Es que Maffia, necesitaba un instrumento más pequeño, para hacerlo llorar de emoción en el temblor de una caricia. Un instrumento que lo pudiera tener entre los brazos, para llevarlo más cerca del corazón. Tal vez por ello eligió el bandoneón. Y por ello también, cuando aún era un pibe, ya sabía pasearlo como nadie por los carcomidos tinglados de los cafés de Buenos Aires, entre el humo de la admiración. Ese instrumento se le adentró tanto en su cariño, que al ejecutarlo era como si estrujara un pedazo de su alma.

   Cuando un instrumento se ha moldeado de tal forma al perfil filosófico de una ciudad, solo cabe hacerlo nuestro definitivamente, para que en sus días futuros, pase de una mano a otra, como entrando en cada casa a hacerse amigo y maestro a la vez. Las esperanzas que se derramaron en él, dieron nacimiento a más hermanos.

                                           
Aníbal Troilo

   Quizás alguien piense que no encaja en el desequilibrio del modernismo, porque tiene cara de viejo y está vestido de negro, que es su manera de pasar desapercibido. Si algún día sus hermanos fueran a dejar de ver nacer nuevos bandoneones de las manos de sus creadores, un día se terminará de hacer, el último bandoneón. Lo demás va a ser historia, y cada uno de ellos, aferrándose a las manos de quienes lo acarician, pedirán que ésta patria que los cobijó, sepa que no puede repartirse en versos si no hay quién aprenda a darle vida en aires porteños.

Haceme dos cajas con punta en ochava,
que puestas de frente, aferren los pliegues
y encierren el aire para mi pulmón.
Que asomen mis teclas con mueca sonriente,
y que al apretarlas, un peine de bronce,
libere los flecos de mi propia voz.
Que un muchacho loco me aprenda en sus dedos
y que de sus manos nazca una emoción.
Y en mi frente negra, que se frunza el ceño
de la filigrana de un fileteador.
Que mi nacarada suerte peregrina,
sepa que las manos que mi fueye estira,
dejan por sentada mi ciudadanía,
en cada latido de mi corazón

   Si alguien inventó un día esa jaula de pájaros..! ¿Qué otra alma sensible podrá volver a adivinar sus secretos para envolverla en el fervor de aquel primer encuentro..?

                                                                   HOMERO MANZI

La historia, que debería ser nuestra historia, esa a la que se ajustan las descripciones de los vencedores, es la que nació en Alemania y se escribió en Argentina antes de 1900. Y los argentinos hemos vencido sobre el destino de un instrumento sentenciado a morirse de sueño. Y porque ya llegó al tinglado de los más famosos escenarios del mundo y es escuchado con respeto, se abre ante nosotros el verdadero dilema. Lo que antes era el tesoro de un país, hoy es la búsqueda desenfrenada del resto del mundo por conseguir los mejores exponentes de lo que nos dio ese sabor sentimental.

Y los bandoneones salen gota a gota del país, sin pasaje de regreso.

Cada día son menos los que nos quedan, cada día son menos los mejores instrumentos, que tendrían que ser nuestro mejor orgullo.

Cada vez que me entero que en el exterior se vende un bandoneón traído por un tanguero que quiere hacerse de unos pesos, se arruga dentro de mi pecho este pequeño fueye que nos dejó su apariencia de juguete navideño, que se resiste a pensar que vamos entregando la ilusión que nos dejó alguno de esos tres Reyes Magos. Se van vendiendo uno a uno, y ya quedan los imprescindibles para continuar la tradición.

Que su voz no se pierda en los vientos de otros cielos. Que la ausencia de su voz no nos resulte un ausente más entre tantas presencias que damos por perdidas. A ver, argentinos...no vendamos también el alma..!

¡Este es un bien, no renovable..!

                                                                    ACHO MANZI

sábado, 13 de mayo de 2017

Chiqué

                                                                                 ¡Soy milonguero de ley!
                                                                                 ¡Milonga mía!,
                                                                                 Vos solamente sabés

                                                                                 de la alegría que me vendés...
                                                                                           Mario C. Gomila 

Las nochecitas sabatinas tienen ese que sé yo, ¿viste?  Salís de casa, empilchado debute, listo para la milonga, cuando en el coche vas escuchando un tangazo de D'Arienzo, otro de Pugliese y se te te van inflando las expectativas milongueras. Vas cruzando semáforos, y así, medio bailando, medio escuchando mientras conducís, ves pasar muchachos y muchachas enfaroladas, suena un valsecito volador y te ataca la mágica locura total de revivir...  tantas noches inolvidables...

¡Vení, volá, vení! ¡Trai-lai-la-larará! 

                                            

Sí, el sábado a la noche tiene ese encanto, que en Chiqué intentamos reproducir, aprovechando las cómodas instalaciones que nos ofrece la Casa de Aragón de la Pza. República Argentina nº 6, de Madrid. Con restaurante, terraza, bar, y un rinconcito arrabalero, con espejos, pista de madera y todos los chiches para disfrutar una hermosa noche, bien milonga. Mientras preparo el material musical de prima, te invito a recorrer distintas pistas de otros lares para ir calentando los remos y el cuore.

Arranco en Dublín, Irlanda. Allí Sayaka Higuchi y Joscha Engel, se florean con el compás de Don Osvaldo Pugliese, su orquesta, el cantor Jorge Maciel  y el tango Remembranzas. Junalos.

                                          


El siguiente paso nos lleva a Moscú, la capital rusa. Allí podemos apreciar cómo bailan Kirill Parshakov y Anna Gudino. Están el en Tango Ball, que se desarrolla en el The Ritz Carlton. Son dos máquinas y también disfrutan bailando en el estilo de la orquesta de Osvaldo Pugliese. Aunque en este caso son los músicos rusos de Solo Tango, los que interpretan El marne.                                                                                     
                                         


Y me quedo otro rato en Moscú, que ya no está cubierta de nieve, como lo sufría Agustín Magaldi cuando buscaba a Olga. En este caso, el ruso Dmitry Vasin y la argentina Carla Espinosa, se mandan otro tangazo: Patético, interpretado también por la orquesta Solo Tango. Y lo hacen en el show Planetango.

                                        


Sí, ya sé que vos lo hacés mejor, no me lo expliques... Venite entonces a mostrarte esta noche en Chiqué. Te esperamos.

viernes, 12 de mayo de 2017

Tangolandia

La comedia musical que llevó el nombre del título, la estrenó Francisco Canaro, con su orquesta, sus cantores Marcelo Paz, Juan Carlos Rolón, Francisco Amor e Isabel de Grana, un numeroso elenco artístico, la actuación  de Jorge Vidal y Alba Solís, el ballet de Juan Carlos Copes y María Nieves, además de la pareja Julia y Lalo Bello como bailarines, en el Teatro Alvear, en 1957, conmemorando los cincuenta años con el tango, del mítico director de orquesta.

Muchas cosas se le dieron muy bien a Canaro: la composición (Unos 250 temas de su autoría), la faz dirigencial y la creación de SADAIC para garantizar los derechos autorales, la creación del quinteto Pirincho, exclusivamente para grabaciones, las giras por Europa, Sudamérica y Estados Unidos, sus 43 fiestas de carnaval, amenizando bailes, sobre todo en el Luna Park, o las temporadas teatrales que arrancaron en en 1919, con Nobleza de arrabal, un sainete lírico estrenado en el Teatro Variedades, de Plaza Constitución. El sainete llevaba libreto de Juan Andrés Caruso y en el mismo, Canaro incluyó su tango Nobleza de arrabal,  respaldando el nombre de la obra.

                                 

                                
En 1932, Canaro se combina con el comediógrafo y sainetero Ivo Pelay, para realizar juntos La muchachada del centro, en el Teatro Nacional. En este caso, se incluye la presencia de su orquesta en el foso y compuso, además del tema central sobre el que gira el argumento, cantado por Tita Merello. Además otros que trascenderían como  El jardín del amor, Me enamoré una vez, Rosa de amor, Te quiero (cantado por Ernesto Famá) y En la Ribera. Dos años de éxitos acompañaron a esta comedia.

En 1934, vuelven a unirse Canaro e Ivo Pelay en otra comedia musical con aires de sainete, que se llamó La canción de los barrios. Se estrenaría en el teatro Sarmiento con numerosos artistas de prestigio y los cantores Ignacio Corsini y Ernesto Famá. Para esta ocasión la orquesta de Pirincho estrenaría sus temas: La canción de los barrios, Los amores con la crisis, Un jardín de ilusión, Yo no sé por qué te quiero, El tango de la mula, El casamiento no me interesa y El Tigre Millán, que lleva además letra del mismo Canaro.

                                             


Llega 1935, la dupla Canaro e Ivo Pelay -que le puso versos a innumerables temas de su amigo-, están otra vez en el Sarmiento y estrenarán Rascacielos, escrita en colaboración. Gran éxito de público, con la consabida gira posterior por el interior y Uruguay. En la misma Canaro estrena sus temas: Mi Buenos Aires, Casas viejas, Tú y yo, Coplas porteñas y Tangón, que baila Manuel Silva con su compañera. Miguel Bucino con la suya, en el final también baila con la orquesta y es ovacionado. A propósito de esta actuación, Bucino me contó en radio que bailó seguido con Canaro en teatros, actuaciones y giras y que era muy cuidadoso el director en la preparación de las escenas.

En 1936, Canaro requiere a José González Castillo la creación de una obra musical teatral y el padre de Cátulo en unión con Antonio Botta y Luis César Amadori, escriben el guión de La Patria del tango, estrenada en el Teatro Buenos Aires. Para la misma, Canaro pergeñó Marcha cordial, Cariño, El bichito del amor, Qué le importa al mundo, La Patria del tango, el Porteño -tangón que bailaban Mario Faig y Teresita Padrón-, La polca del espiante, Cómo te quiero y Estampa gaucha, bailada por toda la compañía. La obra, exhibida en 2 funciones diarias, tuvo 500 representaciones y luego vendría la infaltable gira.

                                           
 
                              


Al año siguiente Canaro e Ivo Pelay presaentan en el Teatro Politeama, su obra Mal de amores, que llegaría a las 500 representaciones pero, que, en realidad fue un bajón artístico fácilmente visible en el escaso entusiasmo de los espectadores. Lo mismo sucedería durante sus exhibiciones en Montevideo. Y Pirincho resolvió tomarse 1938 con calma, sin hacer teatro.

Volvería, empero en 1939, siempre con Pelay, al Teatro Nacional con la comedia musical: El muchacho de la orquesta. En la misma debuta un jovencito Mariano Mores, que le es presentado a Pirincho por Pelay, y que estará 9 años en la orquesta. Miguel Bucino y Teresita Padrón constituyen la pareja de baile, y Mores con Luis Riccardi componen la dupla de pianistas. Canaro escribe para esta obra: La Milonga de Buenos Aires, Porque sí, Dónde hay un novio, La Polca del casamiento, El Rey del bosque, Los Parias, Todo te nombra, Las promesas en amor, Sinfonía gaucha, Esa es mi patria, Yo nací para querer y Sublevación.

En 1941, Canaro y Pelay regresan con La historia del tango. En esta obra lucirán sus figuras Benito Bianquet El cachafaz, con Carmencita Calderón, bailando un tango y una milonga. Miguel Bucino con Beba Bidart, por su parte, también se ganan los aplausos con sus cortes milongueros. Francisco Amor interpreta el papel de Ángel Villoldo, y canta el valsecito: Bajo el cielo azul. Famá interpreta El recuerdo de los tangos y Myrna Mores, que será la esposa de Mariano, entona dos temas, uno en dúo con Famá.

                                  

La nueva comedia musical que estrenarán Pelay y Canaro en 1942 se llamará Sentimiento gaucho, que, además,  será el tema básico de la obra. Numerosas creaciones de Pirincho se estrenan en esta obra, incluso un malambo para el lucimiento de El Chúcaro,  y en el final con la presencia especial de Mariano Mores y las voces de Carlos Roldán y Eduardo Adrián, Miguelito Bucino y Beba Bidart se mandan un festín de figuras de baile en el escenario.

En 1943 y 1944, Canaro y Pelay tendrán al teatro Presidente Alvear como epicentro de sus obras. Y en el mismo se empinan con Buenos Aires de ayer y de hoy, donde se lucirán Carlos Roldán y Eduardo Adrián cantando a dúo: Soñar y nada más. Marianito Mores cantará la vidalita Desesperanza; alborotará un candombe bailado por un cuerpo coreográfico de negros candomberos y un Intermezzo musical que resume los motivos principales de la obra. Tita Merello es ovacionada cuando interpreta: Se dice de mí y la obra alcanza las 600 representaciones.

Y continúan en el mismo Coliseo con Dos corazones, al año siguiente. El vals del mismo nombre, compuesto para la obra en cuestión, lo cantan a dío Chola Luna y  Carlos Roldán. Los actores Pedro Quartucci y Elena Lucena también se lucen  en Nieve en las almas, acompañados por el coro. Se estrenan varios temas en el escenario y la obra sigue en Montevideo, donde Canaro enferma y estará un tiempo inactivo


Luego vendrán El tango en París (1945), La canción de los barrios -reprisse en 1946-,  Luna de miel para tres en 1947 y Con la música en el alma (1949) en el teatro Casino con un niño actor llamado Andrés Poggio y conocido como Toscanito. El libro lo firmaron Homero Manzi, Pedro Bruno y Antonio de Bassi. Los cantores eran Alberto Arenas y Enrique Lucero (hermano de Mariano Mores, que había dejado su lugar  a Oscar Sabino, para independizarse). Seis meses en escena eran bastantes y Canaro resolvió dar por terminada su labor teatral, hasta que surgiría la posibilidad de hacer Tangolandia,  ocho años más tarde, que es el leit motiv de la nota de hoy. Y también la síntesis del trabajo teatral, tremendo, de Francisco Canaro.

                                       


Y lo recuerdo con el tango instrumental que exhibió en su primer obra de teatro:  Nobleza de arrabal, que llevará luego letra de Homero Manzi -reemplazando a la de Caruso que no trascendió-  y que Canaro grabó con su orquesta el 25 de abril de 1927, por vez primera.

Nobleza de arrabal - Francisco Canaro




miércoles, 10 de mayo de 2017

María Nieves

El Diario El País,  de España, publicó un reportaje muy bueno a la que fuera maravillosa integrante del gran dúo del tango, con Juan Carlos Copes. El mismo fue realizado por la escritoria Leila Guerriero y creo que vale la pena que lo vean en muchos lugares del mundo, por todo lo que hizo María Nieves en el tango y su duro presente, imposibilitada de bailar.
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María Nieves Rego se crió entre miseria, con una madre analfabeta y un padre golpeador. A los 9 años se empleó como sirvienta y a los 11 ya fumaba 50 cigarrillos diarios. En la milonga conoció a Juan Carlos Copes. Juntos bailaron la vida. Nos lo cuenta en su casa de Buenos Aires.

EN EL PRINCIPIO ES LA VOZ. Una voz en el teléfono que suena áspera, levantisca, que dice “Hola” como quien pregunta “¿Quién molesta?”, y que apenas después se lanza en una conversación encabritada.


–Yo ahora ni me maquillo. Para qué. Si ya dejé de bailar. Después de la película dije: “Voy a descansar” y soné. Se me taparon las arterias y no puedo bailar. El médico me dijo que si me opero me pongo peor. Yo fumaba desde los 11 cuarenta o cincuenta cigarrillos por día, nena. Ahora me duele cuando camino, empiezo a renguear, y no me gusta que la gente me vea así. Yo me juré que nadie me iba a ver decadente. Siempre fui reticente a la prensa. Ahora, como ya tengo mi biografía y una película, digo que el que quiera saber algo que vea eso. Pero si querés vení y hablamos. Llamame el día anterior, por si me olvido.



                                       
María Nieves en 1959


Pero el día anterior a la entrevista, María Nieves Rego (82 años, la bailarina de tango más emblemática de la Argentina que, junto a Juan Carlos Copes –su pareja de baile durante más de cuatro décadas, su pareja de todo lo demás durante periodos intermitentes nunca demasiado claros–, formó la dupla de tango de escenario más reconocida de todos los tiempos, bailando en el programa de Ed Sullivan y en la Casa Blanca, girando por medio mundo) no se ha olvidado. Ese día el teléfono suena pocas veces.

–Ah, nena. Claro, te espero. Pero no sé qué vamos a hablar. Si ya tengo la biografía, y la película.

La biografía se titula Soy tango, su autora es la periodista María Oliva y fue publicada por Planeta en 2014. La película es Un tango más, su director es el argentino residente en Alemania Germán Kral, tiene dirección ejecutiva de Win Wenders y es de 2015. Ella considera que esas dos formas de exposición pública son suficientes para que se conozcan su vida y su obra.

–No me vas a tener un día entero, eh. Ni dos.
EL TIMBRE suena con tanta fuerza dentro del departamento que se escucha desde la calle. Segundos después, María Nieves cruza el hall del edificio con paso elástico. Tiene el pelo corto y una sonrisa de escenario: genuina y, a la vez, una gran construcción pensada para proyectarse hasta la última fila de la platea.

–Hola, nena, pasá.

En el departamento hay una radio encendida a volumen discreto.

–Sentate.

  
RECOGE EL PLATO de la cena, va hasta la cocina, lo lava. Regresa a la pequeña mesa que está contra la pared en el recibidor y repasa las cajas con medicamentos por ver si se ha olvidado de tomar alguno (aunque ha perdido la fe en que los medicamentos sirvan para algo). Se sienta en el sofá de la sala, la espalda contra los almohadones impecables como están impecables el modular del televisor y el pequeño baño impecable y la impecable habitación en la que duerme y en la que, sobre una cómoda, hay retratos de ella misma, untuosa, arqueada, el pelo cortísimo, los ojos solares, fumando con boquilla; y como están impecables el cuarto impecable donde guarda los vestidos de baile de los últimos años –negros, con brillos y escotes magnos– y el pequeño patio impecable con la soga de tender la ropa que lava a mano porque no tiene lavadora. Quizás le dé algunas pitadas al cigarrillo electrónico. Quizás, ahora que ha apagado la radio que permanece encendida desde la mañana, mire un programa en NatGeo. Quizás repase las cosas que tiene que hacer al día siguiente: ir al supermercado, llamar a alguien. La persiana del departamento –una planta baja que da a la calle en un barrio de Buenos Aires cercano a Palermo– está baja, pero siempre está baja: de día, de noche. Son las ocho. En breve se irá a dormir. Esa es la vida ahora. ¿Esa es la vida ahora?


María Nieves y Juan Carlos Copes. La gran pareja del tango bailado


En el recibidor, sobre una mesa pequeña, entre cajas con medicamentos, hay un paquete de cigarrillos y un cigarrillo electrónico. El parqué del piso brilla como cada adorno, como cada mueble. Todo está sumido en la luz de un foco de bajo consumo, pero aun en esa semipenumbra puede verse que es una casa refractaria al caos, un lugar donde las cosas están pulidas hasta los huesos, como si todo –las paredes, el piso, los adornos– acabara de ser sumergido en un enorme tanque de líquido limpiador.
–Ahora está todo así nomás. Cuando yo estaba bien no sabés cómo limpiaba.
Tiene dedos largos y uñas fuertes, que se lucían cuando posaba, hasta hace poco, en fotos en las que se la ve fumando con boquilla, el tajo del vestido lamiéndole la pierna hasta la ingle.
–Este cigarro electrónico lo compré hace un año. Tengo que controlarme. Por las arterias. Después de la película se me tapó, perdoname, hasta el culo.
Usa un fraseo teatral, modulado, haciendo pausas dramáticas, con frases plagadas de groserías leves y un slang reo (bacán, yeite, cajetilla) que ha viajado con ella desde el siglo pasado, como tantas otras cosas han viajado con ella: las piernas largas, el vicio por la lubricidad del tango, la mirada pícara que ya tenía en fotos que la muestran, en los años cincuenta, autoconsciente de una belleza vandálica, libidinal.

                     
                             

–Te vas a asustar de lo maleducada que soy. Yo jamás me imaginé que era tanto trabajo una película. Y el director quería la pelea con Copes. Yo no lo quiero ni nombrar a Copes. Reconozco que fue el mejor bailarín de tango. Pero como tipo, no. Yo ya quiero borrar mi historia. Y no quiero que me jodan más. No puedo hacer lo que yo hice toda mi vida, que es bailar. Entonces, hablar a mí no me interesa.
Un manejo excelso de las inflexiones de voz hace que, por momentos, parezca una mujer de mansedumbre absoluta y, por momentos, un dragón sorprendido en cólera deslumbrante.
–Bueno, dale. Empecemos.

JOSÉ REGO Rico. Repartidor de leche. Gallego llegado a Argentina en un año indeterminado del siglo XX. Marido de Josefa Freire Pértega, gallega llegada a Argentina en un año indeterminado del siglo XX. Padres de cinco hijos. Dos mayores –Alfredo, Ñata– y dos menores: Cristina (Pirucha) y Cacho. En el medio, dividiendo las aguas, nueve años de diferencia con Cristina, María Nieves, venida al mundo el 6 de septiembre de 1934 en un hospital público y rápidamente trasladada al inquilinato del barrio de Saavedra en el que vivía la familia.


–Mi mamá, pobrecita, una sometida total. Ni hablaba. Mi papá un hijo de puta, un golpeador. No la dejaba hablar en la mesa. “Cállese la boca”, le decía, y le tiraba un cachetazo.

La vida de María Nieves parece, desde el principio, un tango ominoso: un padre brutal, una madre analfabeta y sumisa que inculcaba en sus hijos el pudor y la virtud del perdón, la vida en inquilinatos sin baño, la vida sin plata, la vida sin comida ni ropa.

–Yo no tenía juguetes, así que jugaba con un sifón de soda. En el pico le ponía un pañuelito y era la cabecita. Le daba besitos, le decía: “Te voy a llevar al doctor”. Al lado vivía mi madrina. Cuando ella me invitaba a comer me quería comer hasta la cacerola. El hambre es una cosa fea. Y el deseo. Querer tomar de esa botella y no poder y desearla. Es feo.

–¿Y cuándo terminó todo eso?

–Cuando empecé a trabajar de sierva. De sirvienta.

La familia se mudó muchas veces. Para 1943 vivían en un inquilinato de la calle de Pinto con tres familias más y un solo baño. Pocos meses después de haber llegado allí, su padre murió de tuberculosis y su madre quedó, a los 45 años, viuda y con cinco hijos.

–Cuando se murió mi papá, yo lloraba porque veía llorar a mi mamá. Pero después me puse contenta. Me preocupaba, porque pensaba: “Ahora nos van a echar de acá, porque no hay plata”. Así que los más grandes nos fuimos a trabajar.

Su madre empezó a limpiar casas. Su hermana Ñata y ella, que abandonó el colegio, hicieron lo mismo. Tenía nueve años y la tomaron en un chalet de dos plantas en San Isidro, una zona elegante en las afueras de Buenos Aires. La dueña de la casa la golpeaba porque no sabía limpiar, porque le daba vergüenza salir a la calle con el delantal de mucama.

–Igual yo quisiera volver a esa miseria. Porque era libre. Lo nuestro fue duro pero al mismo tiempo hermoso, porque te enseña a vivir en la buena y en la mala. Por eso vivo humildemente. Ahora tengo la luz prendida porque estás vos. Si no, estoy a oscuras. ¿Sabés cuánto ganaba yo en la primera gira que hicimos con Copes por Estados Unidos? Cincuenta dólares por mes. Iban directo a Pinto y Núñez, al conventillo donde vivía mi mamá. Porque quería que no fuera más sirvienta. Y lo logré.

A los 11 años era una mucama cerril que quería casarse, tener hijos y una casa. Entonces empezó a ir a la milonga.

LA MILONGA es un ritmo musical, pero es también el nombre que designa a los sitios donde se baila el tango en Buenos Aires. En los años cuarenta, el tango atravesaba un momento dorado aunque no había nada parecido al baile de escenario, sino milongas que funcionaban en clubes o asociaciones barriales a las que acudían los sectores más populares, mujeres y hombres que se toreaban por una mirada, una traición o un paso mal dado en pistas en las que se bailaba sin adornos. La Ñata iba a una milonga en el club Atlanta. María Nieves, que trabajaba limpiando una casa en el otro extremo de la ciudad, en La Boca, empezó a rogarle a su hermana que la llevara con ella. La Ñata aceptó, aunque al principio no le permitió bailar. Apenas le alcanzaba el dinero para pagar la entrada, pero iba todos los fines de semana con su falda única, con sus únicos zapatos agujerados rellenos de papel. Cuando el papel se rompía, se pintaba el pie para que el agujero no se notara. En 1947, cuando en una milonga llamada Estrella de Maldonado vio entrar a un morocho que le clavó los ojos, tenía 13 y aún no había bailado ni una sola vez.

–Tenía pinta. Pero era un carrito, como les decíamos a los que bailaban mal.

Él se llamaba Juan Carlos Copes y la invitó a la pista con una leve inclinación de la cabeza. Ella bajó la mirada, en señal de “no, gracias”, pero pensó en él esa noche, y muchas de las que siguieron, aun cuando no volvió a verlo.

–Desapareció un año y después reapareció en Atlanta. Ahí ya sabía caminar, abrazar bien.
 

                                       
Copes se había transformado en un bailarín de respeto. Ella ya se había fogueado en la pista y le había bajado al cuerpo todo lo que sería después: los ojos cargados de vivacidad, los pechos altivos ondeando sobre caderas suaves. Cuando Copes la vio se le fue encima y, esta vez, ella aceptó. En el libro Soy tango, María Nieves dice que, cuando estaban bailando, “él acercó su boca a mi oreja y me susurró unas palabras que me hicieron vibrar: ‘Cómo nos vamos a querer”. Ahora se encoge de hombros.
–Muchos te decían frases así. Era un yeite, un truco de la milonga.
–Entonces a usted nunca le importó esa frase.
–No.
Después de algunos meses, Copes le pidió permiso a la Ñata para noviar con María Nieves. Un año más tarde se acostaron por primera vez.
Juan Carlos Copes no solo resultó ser un bailarín excepcional, sino el dueño de una ambición sin prudencia: en una época en la que nadie imaginaba que podía llevarse el tango bailado a un teatro, él ya tenía intención de hacerlo. María Nieves fue una cómplice perfecta: tenía talento, belleza y capas de devoción por él. Además de bailar en la milonga, empezaron a presentarse en concursos y competencias. Copes convocó a otros bailarines, empeñado en montar un espectáculo en la avenida Corrientes, donde están los teatros más importantes de la ciudad. Un día fue al Nacional, cuyo dueño, Carlos A. Petit, era dueño también de un cabaret histórico, el Tabarís. Copes le habló de su proyecto. Petit se interesó y así fue como, en 1955, debutaron en el Nacional y el Tabarís. Hacían un número de tango entre vedettes y algunos cómicos, y aunque ganaban apenas para pagarse el viaje, y ella seguía limpiando casas, fue el arranque de algo que ya no se detuvo.

–Copes empezó a decir: “Hasta Nueva York no paro”. Yo, por mí, no hubiera hecho nada. ¿Cuál es el sueño de una mujer?
Tener un hijo. Tener marido. Te hablo de mi época. Ahora es distinto.
–Usted no quería vivir del tango.
–No. No fue una vocación propia. Mi sueño era tener una familia. Y salió pa la mierda.
Viajaron por Puerto Rico, por Cuba, por México. En 1959, finalmente, llegaron a Nueva York e hicieron, en el Waldorf Astoria, un show llamado Evening in Buenos Aires.
–¿Usted cuándo dejó de trabajar como…?
–¿Como sierva? No sé. Tendría 18 años.
En la pared del pasillo que divide los cuartos de la sala hay un espejo ovalado, antiguo.
–Qué lindo espejo.
–Me lo rayaron todo con la cámara cuando vinieron a filmar.
– ¿Le parece que la película quedó bien?
–No, como el orto. Yo me comí un año de frío, de madrugadas. Cuando terminó la película dije: “Bueno, voy a descansar un poco”. Y cuando quise volver a bailar noté un dolor en la cadera. Me dijeron que tengo las arterias tapadas y que no se puede hacer nada. Eso me tiene con una depresión tremenda. Por qué mierrrda, digo yo, no me cagué las manos. En vez de las piernas. Entonces no salgo. Para ir por la calle caminando como una viejita, no. Yo tengo 82 años, pero no me siento una viejita. Porque yo, cuando Copes me sacó del ballet, me dije: “Soy una vieja”. Y me lo creí.




En una escena de la película de Kral, mientras ella habla sobre Copes, se detiene y le dice al director: “No tengo por qué hablar de eso. Te dije que no quiero hablar más (…). No hablo más. Y no hablo más. Y ya me lo hiciste nombrar”. Hace un silencio, como una ola bestial que retrocede para tomar envión: “¡Copes, Copes, Copes! ¡Ya me tenés podrida con Copes!”. Y, como un cóndor que se lanza a destrozar su presa, grita, con ira cerval: “¡Quién carajos es Copes!”.





–ELLA TENÍA que contarme su historia con Juan Carlos –dice Germán Kral, el director de Un tango más, desde Múnich–. Y en un momento explotó y me mandó al carajo. Pero nunca dijo: “Se van de mi casa”. Eso es parte de su profesionalismo. Yo creo que es completamente contradictoria, y eso es lo fascinante. Ellos no se hablaban, y bailaban como los dioses. Se querían matar sobre el escenario. Y de ese odio surgió una belleza que transformaba el baile en puro arte. Mi sensación es que ellos amaban más al tango que al otro. Y eso fue lo que les permitió seguir bailando cuando ya no eran pareja.


En la primera escena de la película, María Nieves y Copes se encuentran sobre un escenario. Se miran a los ojos. Él levanta el brazo izquierdo. Ella posa su mano en la de él. Copes hace un movimiento apenas perceptible con la mandíbula, como si mordiera.

Aquella presentación en el Waldorf Astoria tuvo consecuencias. Los convocaron del Arthur Murray Show, un programa de la CBS, y eso hizo que los contrataran en el teatro Chateau Madrid, de Nueva York, y eso hizo que en 1961 les propusieran presentarse en New Faces, un programa de televisión que buscaba nuevos talentos, y eso hizo que los llevaran al show de Ed Sullivan. Pero la relación entre ellos no era fácil: él estaba rodeado de mujeres y quería seguir creciendo; ella solo quería volver a Buenos Aires y estar con su mamá. Así y todo, en 1965, en Las Vegas, se casaron. Cuando regresaron al país, compraron una casa y ella llevó a su madre a vivir con ellos. “Le dije: ‘Acá tenés’ –dice Copes en Quién me quita lo bailado (Corregidor, 2010), la biografía que sobre él escribieron Mariano del Mazo y Adrián D’Amore–, tu barrio, tu casa, tu madre, tu libreta de casamiento. Ahora no me jodas más. Yo sigo solo”. Se fue de gira un año. Ella conoció a José, un hombre que vendía ropa a domicilio. Él quería casarse, tener hijos, pero cuando Copes volvió, ella volvió con él.
 
–Dije: “Lo único que sé hacer es bailar tango”. Pensé que si no estaba Copes no podía bailar con otro. Tonta de mí. Entre uno y otro, elegí el tango. Me quedé con Copes.

                                 



Se mudaron a un chalet en Olivos, una zona acomodada en las afueras. Aunque bailaban juntos y compartían casa (ella y su madre vivían en el piso de abajo, él en el de arriba), se peleaban por todo: por una mujer, por un paso de baile. Los contrataron en Caño 14, un club nocturno al que iban empresarios, políticos, y donde se montaba un espectáculo con lo mejor del tango de entonces: Osvaldo Pugliese, el Polaco Goyeneche. Bailaban también en sitios como Karim, donde mujeres de categoría cobraban por copas de categoría, y por todo lo demás. Debajo del escenario no se hablaban, pero en el escenario transformaban la ira en precisión, el encono en virtuosismo. En 1971 comenzaron a trabajar en Karina, otro club nocturno. En 1972 una muchacha de 18 años llamada Myriam Albuernez fue a ver el espectáculo. Copes la vio y quedó prendado. Siguió un romance sin mucho plan, y él decidió dejar la casa que compartía con María Nieves para mudarse a un departamento del centro. Unos años después Myriam quedó embarazada y, en 1976, nació la primera hija de ambos, Geraldine. María Nieves dice que, durante todo ese tiempo, ella no supo de esa relación.

–Me enteré de la hija porque alguien me dijo: “María, sabías que fulana…”. Eso también lo superé. Fue el orgullo lo que sufrió.

–Pero ustedes ya no eran pareja.

–Yo ya no lo quería a él. Y empecé a vivir la vida que no viví de jovencita. No dejé títere con cabeza. Entraba a la milonga y era la reina. Pero basta. No quiero contar esto. No. Estamos hablando de mi historia de amor. No hablo más.

–Siguieron bailando juntos.

–Te diría que fue nuestro mejor momento.


En los años ochenta, el director Claudio Segovia montó un espectáculo llamado Tango argentino. Junto a músicos y cantantes, convocó a las mejores parejas de tango bailado, entre las que estaban María Nieves y Juan Carlos Copes. El espectáculo le dio al tango, desde su estreno el 10 de noviembre de 1983 en el teatro Châtelet de París, una relevancia internacional que jamás había tenido. En 1984 desembarcaron en el City Center, de Nueva York, y en 1985 debutaron en el teatro Mark Hellinger, de Broadway. Tenían planeado permanecer cinco semanas y se quedaron seis meses. A fin de año, el New York Times destacó a Copes y María Nieves como los mejores en el rubro danza, y él estuvo a punto de ganar un Premio Tony, pero lo perdió en manos de Bob Fosse. En 1986, ambos fueron invitados a bailar en la Casa Blanca, para Ronald Reagan, y la hija de Gene Kelly fue a verlos durante una presentación en Los Ángeles para llevarlos a casa de su padre, que quería conocerlos.

–Le pedimos sacarnos una foto y no aceptó. Nos dio una foto autografiada. Me parece muy bien. Como si vos ahora me decís que me querés sacar una foto, te digo que no.

En 1987, por desavenencias con el elenco, renunciaron a Tango argentino y regresaron al país. Siguieron bailando en clubes nocturnos y teatros, con épocas buenas y malas. En 1993, con 92 años, la madre de María Nieves murió.

–Murió antes de todo lo que pasó después. Por suerte. Así no vio nada.

En 1996, ella y Copes hicieron una gira por Japón y los organizadores de una de las presentaciones les pidieron que, al terminar, ambos dijeran unas palabras. Bailaron y, después, se acercaron al micrófono. Mientras él se secaba el sudor de la frente con un pañuelo, ella dijo: “El tango danza tiene algo muy especial, que es la comunicación en la pareja. Por eso es que al bailarlo sentimos un sinfín de emociones. Como podría ser el amor, pero también el odio”. En el vídeo que registra el momento puede verse que, cuando ella dice “pero también el odio”, Copes la mira, casi sorprendido.

–Pero no lo dije con rencor. Y me fui caminando. Esa caminada mía…

Se levanta y recorre la sala, las piernas como dos jaguares que saben lo que tienen que hacer.

–Yo soy felina, viste. Pero eso es porque vos sentís el aplauso del público y empezás a caminar y mirás al hombre y es una sensación que te transporta. Yo ahí ya no soy María Nieves. Soy otra cosa. Me ponen lo que sea adelante y me lo como. El tango es como un acto de amor. Porque empezás caminando, haciendo firuletitos con las piernas del hombre, y terminás con los ganchos, nena, que es un polvo.

                                             




Antes de aquella gira por Japón, Myriam Albuernez le había dado un ultimátum a su marido: “Le dije a Juan –dice Myriam Albuernez en la película de Kral–: ‘Yo creo que la etapa con Nieves está cumplida. Pensalo. Si vos volvés a casa, no existe más Nieves como compañera de baile. Si seguís bailando con Nieves, ni vuelvas a casa’. Y él volvió a casa”. Así, un día de 1996 María Nieves recibió la visita del director Manuel González Gil que le comunicó que estaba preparando con Copes un espectáculo llamado Entre Borges y Piazzolla. Y que ella no estaba en el elenco.

–Sentí que me clavaban un puñal en el corazón. Por qué mierda no me echó antes, cuando yo tenía 50 años. Pero yo tenía 62. Y pensé que el tango se había acabado para mí.

–¿Qué hizo?

–Nada. Me quedé en mi casa.

Fueron casi dos años de encierro, de no saber qué hacer. Hasta que en 1998 Luis Pereyra, un bailarín que había formado parte del ballet de Copes, le ofreció incorporarse al elenco de Tango, la danza del fuego. El día del estreno salió al escenario temerosa. Pero, antes de que pudiera dar un paso, la gente estalló en una ovación. Pensó, incrédula: “¿Me aplaudirán porque me tienen lástima?”.


–Es que yo siempre pensé que él era el importante de la pareja. Nunca me habían aplaudido así.


En 1999, Claudio Segovia repuso Tango argentino en Broadway y la convocó para que bailara, una vez más, con Copes. Ella aceptó, dice, por dinero. Estuvieron 10 semanas bailando como dos espadas, sin dirigirse la palabra.

–Yo bailé con bronca. Pero soy una profesional.

En 2001 la invitaron a participar en Tanguera, una puesta de la bailarina Mora Godoy, y volvió a las giras por Europa, Asia, Estados Unidos. A los 65, a los 79 años, María Nieves bailaba con compañeros a los que les llevaba décadas –Pancho Martínez Pey, Junior Cervila–, recibía homenajes, arrancaba ovaciones, se ofrecía al frenesí de un público que no había imaginado. Y entonces, una vez más, todo terminó.

–Porque se me taparon las arterias.

–¿Cuándo fue la última vez que vio a Copes?

–El día que terminó la pe­­lícula. El director quería que bailáramos, pero yo le dije: “¡No! Yo con Copes no bailo más”.
 

                                    
Copes y María Nieves en el show de Ed Sullivan
 

Le gustó verlo ahí?
–No, no me gustó para nada.
–¿Y con él nunca pensó en tener hijos, en…?
–Sin palabras. Sin palabras. Bueno, ya me estoy cansando, nena. Me aburre hablar. Y me quedo como cargada de bronca. Porque no quiero hablar más de mi vida. Me da bronca porque en mi interior me estoy diciendo: “¿Por qué lo aceptaste?”.

En la puerta de calle, al despedirse, sonríe y dice:
–Gracias. Y no le digas a nadie dónde vivo.
–HOLA, ¿MARÍA?
–¿Quién habla?
–La periodista. Quería combinar con usted para que la fotógrafa fuera a su casa a hacer reproducciones de las fotos de su álbum.
Primero dice que esa semana no puede, después que puede el jueves, después que el jueves a la mañana no puede, después que sí.
–Ya le avisé que usted no quiere retratos actuales.
–¿Yo? ¡No! ¡Yo retratos no! ¡Que se hubieran acordado antes! ¿¡Sabés para qué quieren hacerme retratos ahora!? Para decir: “Mirá la vieja”. ¡Que se hubieran acordado antes!
EL JUEVES a las dos de la tarde, María Nieves cruza el hall de su edificio vestida con una blusa floreada que deja descubiertos el cuello y los hombros.
–Hola, nena, pasá.
La casa está igual que dos semanas atrás: impecable, casi a oscuras, la radio prendida.
–Esta mañana vino la fotógrafa.
–Sí. Me dijo que le permitió hacer unos retratos.
–¿Sabés qué pasa? Tenía en mente que no me iban a sacar fotos. Y después me dije: “Puta, parecés una aficionada”. Yo tendría que haber cuidado toda mi vida artística como pretendo cuidarla ahora. Ahora ya no vale la pena.
Va a la cocina y calienta la pava. Cuando regresa, dice:
–¿Sabés que quería adoptar un perro? Pero no me quieren dar, porque soy jovata y tienen miedo que el perro se quede solo.
Yo me llevo bien con mi edad. Y siempre digo: “Si vuelvo a vivir haría lo mismo”. La miseria, todo. Menos Copes.



–¿Pero qué le dio la miseria?
–Felicidad. Nacimos con la miseria y para nosotros era una cosa normal. Gracias a Dios saqué de mi mamá no ser mentirosa, no tener envidia y saber perdonar.
–¿Ella lo pudo perdonar a su padre?
–Seguro. Si no, no lo hubiera llorado.
–¿Y usted?
–No. Nunca.
–¿Y a Juan?
–Ah, sí. Yo a Juan lo perdoné. Me gustaría ser amiga de él. Yo era sirvienta y podría haber seguido de sirvienta, pero el tango me dio mucho. Siempre les digo a las bailarinas jóvenes que, si van a tener un hijo, no dejen pasar el tiempo. El tango puede esperar.
–¿Hubiera dejado el tango por una familia, por…?
–Sí. Sin duda. Sí, sí.
De pronto se queda callada. Tiene una expresión temible, la mueca de alguien que va a arrojarse en picado sobre su carga más oculta para ponerle fin.
–¿Está apagado eso? –pregunta, mirando el grabador.
–No.
–Apágalo.
–¿Por qué?
–Porque te voy a decir un secreto.
Cae la tarde cuando acompaña hasta la puerta y, con una sonrisa humilde, dice:
–Gracias por interesarte en mí, nena