La misa de arrabal restalla su filarmonía en los diablescos instrumentos que
desenvuelven el tesoro arcano legado, desenroscan los sinfónicos misterios oxidados y
rompen el grave silencio que se espesa sobre las sombras vivas del rectángulo.
La orquesta dispara tangos nacidos entre horizontes de fábricas con chimeneas humeantes y
rumorosas, en casas baratas pobladas de chiquillos, laborantes de lenguas errátiles,
laberintos ácratas, rostros de perfiles opacos, calles grises y estrechas, baldíos mechados
por hierbajos y cardales, y ariscas rutinas. Desatan temas de sollozo invariable.
El remoto bandoneonista Vicente Greco denominó Orquesta típica a las que ejecutaban
estos temas nuevos inventados en las húmedas tierras rioplatenses para diferenciarla de
conjuntos que surfeaban otros ritmos. Los negros lo inventaron, los descendientes de los
inmigrantes y los compadritos lo adoptaron, los nuevos músicos lo impusieron y los
Cobián, De Caro, Delfino y Fresedo lo reformularon y lo convirtieron en violador de
fronteras.
Poseídos por el alma de los fantasmas que pueblan los instrumentos, el
aquelarre conmueve al auditorio y el lucernario ilumina los arrequives del violín, los
cross en desmayado swing del pianista sobre el teclado; la guitarra descolgada del
ropero puntea acordes en la uña de carey del músico, obteniendo una sonoridad
diferente, batallando en los bordoneos. El contrabajo marca la temperatura emocional y
los espasmos epilépticos del bandoneón conjugan la magia del momento. Fraseos y
variaciones excéntricas, arrastres pugliesanos, canyengues y acordes encadenados y
contrastantes, vierten una carga romántica y de alta intensidad emocional. La fuerza
compadre del fueye apiazzolado expresándose en las cuerdas pianísima o fortísima le
confieren a la bávara jaula arrugada, la brillantez de un sonido melifluo y grave a la vez.
Todos son conscientes de estar viviendo la definición faulkneriana: “Ayer está pasando
hoy y mañana también”… En ese estallido y arrebato, resonando como campanarios, los
nudos de la vida se comprimen, se exprimen y estallan a modo de redención personal de
cada ejecutante.
La expiación musical se consuma respetando las consignas de Pau Casals: “Afinar es una cuestión moral”.
Se viste la noche de aristocracia arrabalera con el germen fecundo de fraternos
hacedores de melodías vernáculas, de raras cadencias, de fina nervadura, que la comarca
idílica del Plata fue arrojando al porvenir para goce de milongueros y melómanos y la
nostalgia eterna de tantos porteños. En esa existencia conjetural o metafórica suena el
piano, la luz está sobrando, se hace noche de pronto y sin querer, las sombras se
arrinconan evocando a Griseta, a Malena, a María Ester. El fervor impregna las
excitadas pupilas en la representación tanguera y viven el simulacro de la felicidad
individual sobre el que se sostienen la tristeza y la ficción del mundo.
Bailen todos compañeros, que este baile lleva el paso.
Se desvanecen antiguos ritos ancestrales en la melodiosa madurez musical de las
partituras. El poeta recuerda las veredas que yo pisé, malevos que ya no son, bajo tu
cielo de raso trasnocha un pedazo de mi corazón. Y el ronquido ancestral del
bandónium contagia al ilusionista prestidigitador que mueve sus dedos con milimétrica
precisión y va sembrando muescas sobre la ríspida selva de botones, en sus rezongos
muy acentuados. Desarrolla su doliente misa con la seguridad de comprobar que Pedro
Laurenz le quitó el asma crónico a esa caja de cartón corrugado; que Pedro Maffia la
vacunó contra virus y furcios extraños a su índole y Aníbal Troilo le introdujo unos
ángeles en los entresijos de su alma para que pudiera orillar el cielo. Sin dejarse
intimidar por gente con más recursos técnicos, administrado su fueye con economía,
despreciando las olimpiadas del virtuosismo pero sabiendo lo que quiere sacar de los
músicos de su orquesta, masticando cada nota hasta hacerla mágica, claustral. Y al
estrujar tu fueye dormilón se arrima al corazón que sufre más. Las sombras que esta
noche trajo el tango me obligan a evocarla a mí también. Bailemos que me duele estar
soñando con el brillo de su traje de satén.
Las manos son la fuerza de choque, el cerebro y el corazón todo lo demás.
Vamos a demostrarles que el sur también existe. Y que el tango sobrepasa a la
pedantería de aquellos que quieren dividir la música en compartimentos estancos, por
categorías
¡La vida es una milonga!
(De mi libro ArTango. Pinturas de Isaben Carafi)
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