En varias charlas (hechas también de silencios) que tuvimos con Mario Trejo en su casa de Almagro, fue contando partes de su larga, mítica historia.
-Mi primera infancia transcurrió en pleno centro de Buenos Aires, entre los ensayos de la orquesta de Julio De Caro y las actuaciones de Mistinguette y Maurice Chevalier. En casa: un piano, discos de toda clase de música y numerosos libros de autores argentinos, entre ellos Poemas para ser leídos en un tranvía, de Oliverio Girondo, Los Lanzallamas, de Roberto Arlt, y Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes. Me crié en la cultura pero también en la calle, con potrero y barrio. La primaria fue en un colegio inglés y el secundario en el Nacional Buenos Aires, donde recibí una educación extraordinaria.”
Mario César Trejo |
Trejo, apenas egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires, empezó a ser lo que se dice un hombre de la noche y el bajo porteños. Unos años más tarde, sitios como el 676 –bar de tragos y música en la calle Tucumán, donde casi a diario tocaba su amigo Astor Piazzolla– y el Jamaica, lo tuvieron de habitué.
“Fue en el 676 donde sonó por primera vez en Buenos Aires la bossa nova, en aquel disco grabado por Elizeth Cardoso y Joao Gilberto”, cuenta Trejo. Corría el año 1959 y el trago de onda era el Cuba Libre.
En el Jamaica, donde Jim Hall y Ella Fitzgerald se habían presentado para los groupies (after los grandes escenarios de la avenida Corrientes), conoció en rueda de amigos a Vinicius de Moraes. Mucho le habían hablado de él.
-¿Quiénes le hablaban sobre Vinicius?
-Edgard Bayley y Juan Carlos Lamadrid (dos poetas también), siempre mencionaban a Vinicius. Lo conocieron cuando había publicado en Sur. Con él nos entendimos de inmediato y, por supuesto, no hablábamos de poesía aunque fui su primer traductor al español.
En su vida construyó un puente de circulación e intercambio incesante entre Buenos Aires y Roma, entre Buenos Aires y Madrid, entre Buenos Aires y Barcelona, entre Buenos Aires y Brasil; entre Buenos Aires y París durante cinco décadas.
–Así fue mi vida. Desde 1960 fui un nómade entre París, La Habana, Santiago de Chile, Barcelona, Roma, Budapest.
Son prueba de ello su labor de guionista y actor con el director Bernardo Bertolucci, el proyecto quimérico de hablar y escribir en una lengua franca hecha con una adición de palabras de muchos idiomas, de letrista para el trompetista Enrico Rava y la cantante Jeanne Lee, la edición definitiva de su obra poética bajo el título Los usos de la palabra (Lumen, Barcelona 1979), su amistad con el poeta beat Allen Ginsberg, sus traducciones y corresponsalías free lance en Europa y Medio Oriente, sus viajes a Cuba donde escribió el guión para el primer largometraje producido en la isla que, además, fue premiado en el Festival de San Sebastián.
–En Cuba recuerdo la jam session en la que escribí “El que dice por la boca”. Y también los encuentros con Ernesto Guevara. Aquella llegada a La Habana con el último avión previo a la crisis del Caribe, el premio Casa de las Américas que gané en 1964 del cual fueron jurados Blas de Otero, Heberto Padilla y Mark Schleiffer.
Amelita Baltar, hace muy poco en un local frente al parque Lezama, contó al público la historia de uno de los tangos que escribió para Piazzolla: “Los pájaros perdidos”. Parece que todo surgió a partir de un encuentro casual en Roma.
–Con Piazzolla éramos muy amigos ya desde finales de los ’50. En el ’71, estando yo en Roma, llegó Astor y me buscó para que le escribiera un tango. Pasamos una tarde en mi departamento, tocando él y escribiendo yo. De ahí salió “Los pájaros perdidos”, que grabó José Angel Trelles. Pero la historia del tema viene de antes. En un diálogo con un amigo, caminando por la playa de Villa Gesell donde había ido a entrenarme para la actuación en Libertad y otras intoxicaciones. Mirando los pájaros le pregunté a dónde iban a morir. El me dijo que no morían, que los pájaros se fundían con el cielo.
(Al margen de este diálogo de Liana Wenner -publicado en RADAR-, con ese mítico poeta, dramaturgo, director de teatro, guionista de cine y periodista...que fue Mario Trejo, hoy quiero centrarme en este tema maravilloso que compuso con Piazzolla. Más allá de la debilidad que siento por los pájaros y las aves, la creación en la que evoca al amor perdido mezclándolo con el viaje permanente de los pájaros, nos hace volar mentalmente con ellos.)
que vuelven desde el más allá,
a confundirse con un cielo
que nunca más podré recuperar.
Vuelven de nuevo los recuerdos
las horas jóvenes que dí,
y desde el mar llega un fantasma
hecho de cosas que amé y perdí.
Todo fue un sueño
un sueño que perdimos,
como perdimos
los pájaros y el mar.
Un sueño breve y antiguo
como el tiempo,
que los espejos no pueden reflejar.
Después busqué
perderte en tantas otras,
y aquella otra y todas eras vos,
al fin logré reconocer
cuando un adiós es un adiós,
la soledad me devoró y fuimos dos.
Vuelven los pájaros nocturnos
que vuelan ciegos sobre el mar,
la noche entera es un espejo
que me devuelve tu soledad.
Soy sólo un pájaro perdido
que vuelve desde el más allá,
a confundirse con un cielo
que nunca más podré recuperar.
Y entre las muchas interpretaciones que existen de esta canción, creo que vale la pena ver a la pareja Georgina Vargas y Oscar Mandagaran, en la que ella canta el tema y luego lo baila con Oscar. Lo grabaron hace cuatro días.
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