No se trata de una de esas milongas que nos arrastran a la pista con su polenta canyenguera, pero vale la pena traerla a la página porque es una obra que vale la pena recordar y campanear, por su calidad. Tanto los versos del poeta Julio Camilloni como la música de Alfredo Gobbi, obran en favor de una página que tuvo su momento de difusión y que tuve la suerte de escuchar en vivo varias veces por la orquesta de su autor.
En anteriores páginas he comentado la especie de amistad que tuve con Camilloni, a quien tantas noches encontraba en el café que estaba frente a radio El Mundo. Teníamos un amigo común que fabricaba artículos de talabartería y el poeta se dedicaba precisamente a vender ese tipo de productos, y, entre ellos, los de mi amigo, que fue quien me lo presentó.
Julio Camilloni |
A partir de allí, muchas veces me invitó a su mesa a compartir un café o una bebida, mientras aguardaba que salieran los músicos de Gobbi, de la radio. Y yo que era un muchachito, lo fui conociendo cada vez más y me agradaba muchísimo su cordialidad y su humildad, aunque en aquellos momentos sus hermosas páginas le iban creando a diario más popularidad.
Previamente a esta milonga, Gobbi ya había llevado al disco dos páginas suyas: Estás en mi corazón (música de Antonio Blanco) y Tu angustia y mi dolor (con Gobbi como compositor). Blanco, segundo violín durante años de Gobbi, había establecido gran societad con Camilloni y entre ambos seguirían creando temas de mucho calado.
En el caso de A mis manos, fue el propio Gobbi quien le pidió el tema y decidió musicalizarlo, cosa que hacía en el piano. Le gustaron mucho los versos y en una oportunidad me confesó que se se sintió interpretado en muchas partes de la letra. En los muchos momentos que pasé al lado de Alfredo Gobbi, jamás me habló de su vida privada, aunque yo conocía algunos detalles, por gente del ambiente.
Camilloni hurga en los dilemas existenciales y los transfunde simbólicamente en sus manos. Las mismas pasan a ser un mantra de la afirmación en la vida, cuando los sueños se han roto injustamente. Y puede ser el más extraño que hayamos visto, nuestro íntimo adversario: el otro. Partiendo del hálito poético y sirviéndose de la metáfora como herramienta, se sumerge en los amores en barrera y demás congojas cotidianas. Las manos son las que entreabren las puertas del fracaso,.
y acunan sus locos sueños.
No saben que no se puede
tocar con ellas el cielo.
Por eso golpearon puertas
que a mis manos no se abrieron.
ella ya estaba lejana
y yo fui un mendigo ciego.
y solas se consumieron
porque ella fue indiferente
como una estatua de hielo.
Por eso las tengo ahora
como si fueran de yeso,
dos manos desesperadas
aferradas a un recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario