No será un tango genial pero nos suena como una cosa familiar, lejana en el tiempo, que nos lleva a aquellos años de Barracas, Parque Patricios, Boedo, Pompeya, Paternal, Balvanera... Recuerdo que un compañero mío de la revista El Gráfico, me aseguraba que su padre -que había regentado un local de tango en la Boca en los años cuarenta y cincuenta-, había conocido a la Soledad del tango. Porque ellos eran de Barracas también.
Lo cierto es que Carlos Bahr, hijo de alemán y francesa, criado en en el barrio de la Boca, supo brillar con luz propia entre los grosos poetas que tuvo el tango en la década del cuarenta. La cantidad de temas que compuso con distintos músicos, el acierto que tuvo con el enfoque de los mismos, el léxico, la inspiración, el desarrollo de los mismos, lo muestran con una paleta de muy buen nivel y por eso estuvieron en los pentagramas de tantas orquestas y cantores. Porque eran éxito seguro. Y él aseguraba que sus tangos reflejaban historias reales, propias o de otras personas.
Carlos Bahr |
En Soledad la de Barracas despliega un texto sencillo, una entrada sin demasiada retórica ni expectativa. Pero empinados esos versos por la música del bandoneonista Roberto Garza, van tomando color, se acrisolan y las distintas interpretaciones terminan por convertirlo en un tema que perdura en el tiempo. Y Soledad, la de Barracas, se hace leyenda como Malena, Gricel, Milonguita, La morocha, Margot, Madame Ivonne, La Rubia Mireya, Margarita Gauthier, La pulpera de Santa Lucía, Griseta y tantas otras que hicieron historia en el tango...
Soledad es una especie de anécdota, una imagen, una persona que surge en la neblina del recuerdo. La memoria es una forma barroca del olvido. Y en esas tramas que son atmósfera, el poeta recrea estratos temporales que anclan en su presente. Espigando en ellas va pespunteando su propia esencia, la costra de la realidad en una diluvial simbología, con expresiva concisión. La bebida le da el impulso debido.
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