sábado, 17 de abril de 2021

Soledad, la de Barracas

    No será un tango genial pero nos suena como una cosa familiar, lejana en el tiempo, que nos lleva a aquellos años de Barracas, Parque Patricios, Boedo, Pompeya, Paternal, Balvanera... Recuerdo que un  compañero mío de la revista El Gráfico,  me aseguraba que su padre -que había regentado un local de tango en la Boca en los años cuarenta y cincuenta-, había conocido a la Soledad del tango. Porque ellos eran de Barracas también.

    Lo cierto es que Carlos Bahr, hijo de alemán y francesa, criado en en el barrio de la Boca, supo brillar con luz propia entre los grosos poetas que tuvo el tango en la década del cuarenta. La cantidad de temas  que compuso con distintos músicos, el acierto que tuvo con el enfoque de los mismos, el léxico,  la inspiración, el desarrollo de los mismos, lo muestran con una paleta de muy buen nivel y por eso estuvieron en los pentagramas de tantas orquestas y cantores. Porque eran éxito seguro. Y él aseguraba que sus tangos reflejaban historias reales, propias o de otras personas.

                                   

Carlos Bahr


   En Soledad la de Barracas despliega un texto sencillo, una entrada sin demasiada retórica ni expectativa. Pero empinados esos versos por la música del bandoneonista Roberto Garza, van tomando color, se acrisolan  y las distintas interpretaciones terminan por convertirlo en un tema que perdura en el tiempo. Y Soledad, la de Barracas, se hace leyenda como Malena, Gricel, Milonguita, La morocha, Margot, Madame Ivonne, La  Rubia Mireya, Margarita Gauthier, La pulpera de Santa Lucía, Griseta y tantas otras  que hicieron historia en el tango...

   Soledad es una especie de anécdota, una imagen, una persona que surge en la neblina del recuerdo. La memoria es una forma barroca del olvido. Y en esas tramas que son atmósfera, el poeta recrea estratos temporales que anclan en su presente.  Espigando en ellas va pespunteando su propia esencia, la costra de la realidad en una diluvial simbología, con expresiva concisión. La bebida le da el impulso debido.

Aunque no tuve colegio
a nadie supe faltar.
Hoy ando animado
con unos tragos de más.
Es que evocando el pasado
se me dio por festejar.
Como no tengo costumbre
media copa me hace mal.
 
                                          


 
   El introito pretende justificar el pequeño arroyo de palabras que evocan a esa misteriosa muchacha. Como tantas pebetas de barrio que iluminaron nuestras adolescencias y se fueron perdiendo en el tiempo. Aquellos paisajes de la juventud perdida, reviven  en la evocación de la imagen fantasma. Reverberaciones melancólicas con misteriosa fragilidad y evanescencia. La bebida juega su papel en el recuerdo y el deschave final.

Disculpen si me he pasado
no me gusta importunar,
pero charlo demasiado
cuando tomo un par de tragos
se me da por recordar.
La cosa fue por Barracas,
la llamaban Soledad.
No hubo muchacha más guapa....
Soledad la de Barracas,
que me trajo soledad. 

Para servirlos, Vallejo,
bastante mayor de edad.
Conozco mejores días
y supe andar en señor.
Uno está abajo o arriba
sengún mande el corazón,
todo ha cambiado en mi vida
por una historia de amor.

   La versión de Aníbal Troilo con la voz de Alberto Marino, grabada el 28 de junio de 1945, fue todo un impacto. Pero hay muchos otros registros de este tango, que también tuvieron éxito. Miguel Caló con Raúl Iriarte, Rodolfo Biagi-Jorge Ortiz, Armando Pontier-Julio Sosa, Enrique Rodríguez-Armando Moreno, Edmundo Rivero, José Basso-Luis Correa, incluso Tita Merello acompañada por la orquesta de Carlos Figari. 

Acá traigo el registro discográfico de Aníbal Troilo, cantando Alberto Marino.

                                       



   

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