Nacido y criado en el barrio porteño de Villa Urquiza, el maestro
Pugliese solía definirlo certeramente: “Tiene las esencias tangueras a flor de
piel”, y ello mismo podría servir de epitafio a la tumba de este violinista,
bandoneonista, compositor, director y arreglador que a los 17 años de edad ya
dirigía una orquesta de jóvenes mayores que él. Al mayor que tenía 32 años, lo
llamaban “El viejo Lalli”, lo que indicaba la precocidad de sus integrantes, e
incluso del cantor, Alberto Demari, que años después se incrustaría en la
historia grande del tango con Aníbal Toilo como Alberto Marino.
Curiosamente, a pesar de haber estudiado el
violín a instancias de su padre que se peleaba con un modesto mandolín para
darle cuerda a su afición por la música,
terminaría amigándose también con el bandoneón que compraría su progenitor y
gatillándolo a escondidas de éste. Siendo un adolescente debuta como violinista
en el conjunto de Ricardo Ivaldi y enseguida pega un salto de calidad
alineándose en la fila de cuerdas de Edgardo Donato, el autor de A media luz.
Cuando el cantor Alberto Castillo, ídolo de multitudes, emprende su carrera
solista en 1943, desvinculándose de la orquesta de Ricardo Tanturi, le confía
la dirección de su conjunto. Esto explica la pronta madurez del joven que lleva
en sus venas este arte enredado con la vida y que le permite tocar su instrumento,
armonizar y hacer arreglos para el grupo. Lo mismo le sucederá con su amigo
Alberto Marino que se aleja de Aníbal Troilo y le encarga el manejo orquestal
al músico que surgió con el fervor de la generación de 1940 y a la que
representó hasta el final.
Porque a todo ello le agregaría su faceta de brillante compositor, e iría sembrando páginas memorables como Si sos brujo, Bien compadre, Que habrá sido de Lucía, Por una muñeca, Cuando caigan las hojas, El apronte, Luna y misterio, Vamos tropilla, Embrujo de la ciudad, Por dos caminos, Sideral, La conciencia, o El tobiano, con un aire pampeano este último, que era lo que le pedía Pugliese a sus músicos. Balcarce en sus décadas militando con el gran maestro, se impregnaría de la marcación milonguera que se identifica con la onomatopeya yumba (acentuación en el primer y tercer tiempo de cada compás de cuatro) y que rápidamente distinguen los bailarines.
El maestro de Villa Crespo lo convocó a su orquesta en 1949. La integraban Camerano, Herrero, Carrasco y Balcarce en violines, Aniceto Rossi en contrabajo; Ruggiero, Gilardi, Caldara y Castagniaro en bandoneones y Pugliese al piano. Balcarce aportará también sus capacidades como arreglador, y en ese sentido, sus trabajos más relevantes serían Bien compadre, en 1949, El tobiano, Pasional, Si sos brujo, Caminito soleado, Por una muñeca, La bordona, Nonino, Candombe blanco y Cardo y malvón, entre los varios que realizó a lo largo de sus veinte años en el conjunto.
Era la única orquesta que trabajaba como cooperativa, y todos los integrantes
componían, arreglaban, orquestaban y cobraban según su trabajo. Y cuando a
Osvaldo Pugliese se lo llevaban detenido por sus ideas (era miembro del Partido
comunista) y lo tenían unos meses en la cárcel de Villa Devoto o en un barco
anclado en el puerto por la dictadura militar, la orquesta seguía actuando sin
pianista y con un clavel rojo en el piano colocado por uno de sus miles de
hinchas ruidosos y exaltados que los seguían a todas partes.
Llegó un momento
en que el tango estaba cercado por los milicos a los que les apestaba lo
nacional popular y la cultura, y el mismo Pugliese les dijo que la orquesta no
podía sostenerse y allí con la escisión de seis grandes músicos, nació el
Sexteto Tango en el que militaría Balcarce, con aroma apugliesado pero con
marcación rítmica distinta. Con la orquesta o el sexteto recorrería el mundo y
serían atracción enorme en Japón donde estuvieron varias veces. Conoció a su
esposa Lidia en un baile en el Club San Lorenzo de Almagro, él dirigiendo su
orquesta y ella cantando en la Jazz Santa Anita, como Linda Baxter.
En su larga trayectoria dentro de la música popular, tuvo su propia orquesta con Jorge Durán como cantor, también formó otra con Amadeo Mandarino, y además de notable autor, fue reclamado por conjuntos de fuste en su brillante faceta de arreglador. Colaboró en este sentido con las de Francini-Pontier, Alfredo Gobbi, Aníbal Troilo, José Basso, Leopoldo Federico y otras destacadas. Porque además de sus estudios de violín, también estudió armonía, contrapunto y fuga con el maestro Juan Ehler.
Ya estaba
retirado y radicado en Neuquén cuando un músico joven, Ignacio Varchauvsky, decidió formar la
orquesta Escuela de Tango en el año 2000 y le confía el timón del conjunto
patrocinado por la Municipalidad. Y allí estará hasta el 2008, ahora con el
fueye, dirigiendo, enseñando, trasmitiendo su instinto, su “polenta”, y sus grandes conocimientos:
-La transmisión del tango ha sido oral. Hay pocos arreglos
escritos. Si yo quiero indicar cómo se hace un ligado tengo que cantar. Lo
único que podemos escribir es rubato (tiempo robado) o muy
expresivo , o cosas por el estilo, pero eso no basta para imprimir la idea
porteña de tocar. La idea es que los muchachos asimilen el sabor, la expresión
y los acentos de esas orquestas típicas, no para copiarlas sino para que tomen
como punto de partida de su propio desarrollo- decía en una nota de Clarín-, explicando su brillante trabajo en la orquesta Escuela de Tango.
Todo su talento queda expresado en el dibujo de ese
tango maravilloso: La bordona -que Troilo grabó en tres oportunidades y
sin borrarle una sola nota al arreglo de Balcarce-. Hermoso tema, con
esa reminiscencia de frontera urbana, la solercia milonguera y el
dramatismo de la ciudad. De la ciudad porteña que lloró su despedida,
como llora a los que supieron transmitirle su honda sensibilidad
tanguera.
Podemos ver a este notable y querido personaje del tango dirigiendo por última vez a la Orquesta Escuela de Tango, y presentado por Ignacio Varchauvsky.
No hay comentarios:
Publicar un comentario