no te hace perder la calma
y que no te llora el alma
cuando gime un bandoneón...
(Muchacho. Celedonio Flores)
El otoño es una linda estación, porque te pone en esa sensación de mirar pa'dentro. Hay como una melancolía que te atora, te empina en la nostalgia y los recuerdos y los tangos te ayudan en la zaranda emotiva. Tenemos un sábado lánguido, de cielo cubierto, y la pista de baile nos espera esta noche en la Casa de Aragón de Madrid (Pza. República Argentina nº 6) para ponerle un parche a esa melanco.
¡Y que querés!...he armado una selección para bailar a tope y salir resoplando de la milonga, contentos, realizados, "hechos", como decíamos por allá. Los temas escogidos mantienen la lozanía intacta y nos contagian. Cada generación lleva consigo una historia interior, y aquellos que pudimos sobrevivir a revolutas y persecutas, a inflaciones descomunales y al silencio del tango impuesto desde arriba, sentimos que escuchar a aquellas orquestas y cantores, y bailar con ellos, es volver a la fuente de Juvencia. Má si, o a la calle Corrientes...
Y uno, entonces, se acuerda de los amigos. Como Felipe Martínez, el pibe madrileño, compinche de milongas, que se afincó en San Francisco, U.S.A. Acá lo vemos bailando con Adriana Duré en una sala de las hermosas islas griegas, en pleno Mar Adriático. Y se mandan con la milonga Ella es así, por la orquesta de Edgardo Donato y el cantor Horacio Lagos.
Mi querido gomía Miguel Ángel Zotto se radicó en Italia, con su hermosa esposa, Daiana Gúspero, y montaron allí su escuela de tango. La que permitió la aparición de nuevos y muy buenos milongueros en el país transalpino. Los disfrutamos en el Torino Tango Festival bailando precisamente, el tango Bailemos por el cantor Alberto Morán, acompañado por la orquesta de Armando Cupo.
Y mis buenos amigos y paisanos: Leo y Eugenia, trasplantados también, de la capital de España a Italia, como maestros, se lucen en un Festival de tango en Kerallic, hermoso sitio de la Bretagne française, bailando el tango Ansiedad, por Juan D'Arienzo, cantando Alberto Echagüe.
Y salgo, cazo el paraguas y dejo que llore el cielo... total, el otoñito venía bien barajado hasta ahora.Y siempre que llovió, paró.
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