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sábado, 13 de abril de 2013

Ariel Ardit

El tango tiene estas cosas. Y tan lindas... Extráñabamos aquellas voces que poblaban las marquesinas del cuarenta y desenroscaban la génesis de la canción, que había descubierto Gardel. Ellos fueron quienes desentrañaron el misterio del tango, su hondura, revelaron a los poetas involucrados en batallas estéticas legendarias y le dieron a la voluble música, un empujón hacia la eternidad.


                                         
Se nos había ido el Polaco, se nos fué el Negro Juárez, se fue Luisito Cardei y esperábamos al nuevo Mesías de la canción ciudadana, al que nos trajera la transmisión febril de las obras, esa militancia contagiosa de la que depende su supervivencia en el porvenir del tango. De ese tango que regresa con alas nuevas.

Y este cantorazo nos devuelve al inmenso edificio del recuerdo, con una voz, un corazón y una espontánea naturalidad, llevado en volandas por el soberano dictado de sus fantasmas interiores.

Porque Ariel estudió con maestros del canto como Nino Falzetti, pero lo buscó al gran Alberto Podestá para acotar el territorio de la identidad y terminar de captar con sus consejos, aquella hondura que legaron esos cantores de raza, las hornallas donde se cocinó el mejor tango.


Kiergaard decía que la vida se vive hacia adelante, pero se comprende hacia atrás. Ariel Ardit nos demuestra que pudo cantar perfectamente en las grandes orquestas del cuarenta y cincuenta porque comprende la metáfora poética y tiene una oreja y un sentido musical perfectos, además de una voz de gran afinación, que rechaza cualquier tentación de mimesis varias.

Es él, es su estilo, su química, la tradición en el inconsciente, pero a la vez real, personal  y sencillo en lo esencial y sustantivo. Próximo a cumplir los 39 años, ya ha mostrado su chapa en infinidad de países que lo aplaudieron a rabiar. Como lo ovacionaron los 250.000 espectadores en los festejos bonaerenses del Bicentenario.

Desde 1999 al 2005 fue cantor de la orquesta El arranque. Luego ha trabajado y grabado con destacados músicos y orquestas. Nació en Córdoba, pero a los 8 años ya vivía con su familia en Buenos Aires y se le borró la tonada. Empezó su carrera en 1998 cuando pasó varias veces por el Boliche de Roberto -donde dicen que cantó Gardel-, en la calle Bulnes 331, pleno barrio de Almagro y un día se animó a entrar, escuchar a otros artistas y hablar con el propietario para cantar allí.


Lo hacía a la antigua, o sea como amateur, pero al poco tiempo lo contrataron en pleno centro porteño, La veda, de Florida y Rivadavia. Con El arranque se hizo profesional y desde entonces no ha parado de crecer y de viajar por el mundo. Finalmente consiguió formar su propia orquesta con músicos jóvenes que han conseguido un hermoso sonido milonguero, con el cual Ariel es más cantor del cuarenta que nunca.

Porque, como bien sostenía Rimbaud, "Lo contemporáneo no es siempre lo absolutamente moderno".

Es un verdadero placer escuchar a gente que nos emocione cantando o tocando tango y acá lo traigo en vivo para que puedan disfrutar de su voz, su estilo y sus dones artísticos en su mejor momento. Y además "¡fuerte ese aplauso!" para la orquesta y los arreglos.

Primero: Tres esquinas, de Ángel D'Agostino, Alfredo Attadía y Enrique Cadícamo.



Y luego Dos fracasos, de Miguel Caló y Homero Expósito, también con su orquesta.




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