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lunes, 11 de marzo de 2019

Tarde

He hablado de José Canet, guitarrista y compositor, en esta página, y lo he hecho con admiración por todo su trabajo, tanto como acompañante de muchas voces tangueras, como por las hermosas páginas que creó durante toda su vida. Es larga la lista, en este sentido y vale la pena recrear este tango que llevan letra y música suyas y que compuso en Caracas (Venezuela) durante una larga gira por casi toda Sudamérica, México y Cuba, como acompañante de Alberto Gómez.

Al respecto, confesaba: ""Las dos composiciones que más me acercan al espíritu de Buenos Aires, de sus habitantes, las escribí en el extranjero: La abandoné y no sabía, en Chile durante el año 1943, y Tarde, en Caracas en 1947. Claro que no es difícil comprender que estando lejos de la patria es cuando nos envuelven con más fuerzas, como si nos quedáramos en carne viva, las cosas vinculadas con nuestra gente, nuestras calles, los episodios comunes de un país poblado por soñadores".

José Canet acompañando a Alberto Gómez por América

Y Canet, que tenía flor de pinta y arrastraba romances sonados y también rupturas dolorosas, como lo demuestra una vez más en los versos de este profundo y revelador tango, sabía a la vez, trasladarlo a la partitura definitiva. Desnudando crudamente su carácter sentimental y soñador, buceando en la sugestión del amor, en  los signos porteños que lo unieron a una de las mujeres que pasaron por su vida.  La soledad sin retorno, la confusión y energía de la historia que se desparrama, recogiéndola en la magia de versos y música que nos llegan hondo.

 En la letra de este tango palpita el neorromanticismo de los años cuarenta, sin metaforismo, pero con el deschave total de aquel muchacho del barrio de La Paternal, que a sus 32 años, lleno de añoranzas, extrañando a su Buenos Aires, en su síndrome emocional revive ecos de latidos, como hojas secas que va pisando, sinténdolas crujir. En la medianoche caraqueña, observando la ciudad dormida desde su ventana le parece divisar en las honduras del corazón una lucecita que alumbra la ceniza de sus recuerdos trémulos.

De cada amor que tuve tengo heridas,
heridas que no cierran y sangran todavía.
Error de haber querido ciegamente
matando inútilmente la dicha de mis días.
Tarde me dí cuenta que al final se vive igual fingiendo...
Tarde comprobé que mi ilusión se destrozó queriendo...
¡Pobre amor que está sufriendo
la amargura más tenaz!
Y ahora que no es hora para nada
su boca enamorada me incita una vez más.

                             


La lejanía estimula la nostalgia, esculpe los rostros, las palabras pronunciadas en los momentos mágicos del amor. Los arroyos de la noche, la soledad, las partidas con sus dolorosas despedidas  certifican la certidumbre de aquella ausencia que ahora tanto extraña, avanzando por el paisaje de la memoria. Imágenes que reaparecen implacables en una densa lentitud hipnótica. Las oscuridades de nuestra naturaleza crean en él una conmoción originaria de propio acto de vivir. Y sigue el deschave. Y la frustración.

Y aunque quiera quererte ya no puedo,
porque dentro del alma tengo miedo.
Tengo miedo que se vuelva a repetir
la comedia que me ha hundido en el vivir.
Todo lo que dí, todo lo perdí...
Siempre puse el alma entera
de cualquier manera
soportando afrentas
y al final de cuentas
me quedé sin fe.

El poeta, que escribe con la guitarra a su costado y le reclama a ella la inspiración, además del acompañamiento, clausura su relación con el amor y cierra la puerta a la esperanza. Es algo muy común en los seres humanos, la catarsis en momentos de decepción y sobre todo del alejamiento que obtura, cierra posiblidades y profundiza en la herida. A través de la niebla del destino, estalla su temperatura emocional y alcanza el punto melancólico y letárgico.

De cada amor que tuve guardo heridas,
heridas que no cierran y sangran todavía.
Error de haber querido ciegamente
perdido en un torrente de burlas y mentiras.
Voy en mi rodar sin esperar y sin buscar amores...
Ya murió el amor porque el dolor le destrozó sus flores...
Y aunque hoy llores y me implores
mi ilusión no ha de volver.
¡No ves que la pobre está cansada
deshecha y maltratada por tanto padecer!

Entre otros intérpretes, Julio Sosa lo grabó en 1962, acompañado por la orquesta que dirigía Leopoldo Federico. Que es la versión que podemos recordar  ahora.

                                                



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