Osmar Maderna fue un genio que se despidió muy temprano de este mundo cuando tanto se esperaba de él. Y da gusto comprobar cómo, en esta página, envuelve en un tono melancólico, lírico, los versos del Catunga Contursi. Haciendo gala de una penetración profunda en los mismos, con un aliento medido, gracias a su profunda sensibilidad. Por algo lo llamaron "El Chopin" del tango".
José María Contursi adoró hasta la idolatría a su padre, el que inventó los versos del tango con "Mi noche triste". Incluso admiró profundamente a Celedonio Flores, pero su paleta poética no tuvo nada que ver con ellos, jamás utilizó el lunfardo, ni el lenguaje barrial. Aunque la facundia para escribir poemas tangueros, estaba en su sangre. Fue un gran lector, desde su época de estudiante. Por eso en el colegio San José, donde estudiaba, lo designaron bibliotecario Y sería periodista, locutor de radio, y destacaría por su estampa, alto, espigado, elegante...
EL encuentro con Gricel, en 1935 (ella 15 años, él 24), provocaría toda una catarsis en su espíritu que se desbordaría en infinidad de tangos Éstos, desde Gricel, con Mores, se instalarían a perpetuidad en la memoria y el corazón de los amantes del género. La intensidad de ese amor frustrado, el fuego interior que lo consumía, preso de sus deseos deshechos, etéreos y volátiles como la fe y la juventud, se plasman en su pluma. En 1945 escribe estos versos a los que Osmar Maderna pone música. En ellos asoma el neorromanticismo del poeta que desnuda su intimidad con toda crudeza.
A veces, cuando en sueños tu imagen aparece
radiante y fugaz como un rayo de sol,
siento que tus manos entibian las mías
trémulas y frías... ¡y hablas de tu amor!
Entonces lentamente mi espíritu adormeces,
arrullo sutil de una vieja canción,
aquella que cantabas cuando tú eras mía,
fantasma febril que se aleja burlón.
Precisamente, aquel alejamiento que despuebla su vida, mientras ambos viven en lugares lejanos uno del otro, y casados -años después- cada uno por su lado, ahonda el costado de tiniebla que inunda al poeta. Debido a ello salpicará de temas redundantes pero hermosos, el vademécum tanguero. Palabras que resabian, solitarias, la raigal belleza de la amada y su inexorable ausencia. El reclamo de la vida en la ciudad soñolienta retratándose con los deslumbramientos de la aventura ...
(más triste que ninguna)
palideció la luna
y se tornó más gris la soledad...
La lluvia castigando mi angustia en el cristal
y el viento murmurando: Ya no vendrá jamás.
La noche que te fuiste
nevó sobre mi hastío
y un hálito de frío
las cosas envolvió...
Mis sueños y mi juventud
cayeron muertos con tu adiós...
La noche que te fuiste
se fue mi corazón...
Esas emociones atrapadas en la letra de un tango que bailamos en la pista, ajenos al dolor que late en cada frase, agrandan la épica y signan una soledad sin retorno. Aunque el final real de la historia diga otra cosa. Las palabras que él siente secretas, se harán perpetuas y estallarán en el corazón de la lejana Gricel, pese al inmenso espacio que los separa. Versos llorados inundando un escenario dramático, real, con su espesor y sortilegio vitales.
Más fuerte que tu olvido, el tiempo y la distancia,
se ensaña, tenaz con mi desolación
el remordimiento de todo el pasado
¡todo mi pasado trágico y burlón!
Por eso cuando en sueños tu imagen se agiganta
y entonas sutil esa vieja canción,
yo vuelvo a ser entonces el de aquellos días
radiante y feliz como un rayo de sol.
El 20 de febrero de 1945 lo grabó Miguel Caló con su orquesta y la voz de Raúl Iriarte. Poco después lo hizo Aníbal Troilo con Floreal Ruiz, el 5 de junio de dicho año. Ambos registros siguen vigentes en emisoras y pistas de medio mundo. Yo les dejo la versión de Lidia Borda, con la orquesta El Arranque, en vivo, en la radio.
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