la milonga de nuestra juventud”…
Juan
Andrés Caruso
Suena pertinaz la nota antigua y los
estremecimientos de las viejas leyendas cobran de pronto vida en los meandros de la pista.
La luna se adhirió a la fiesta, y el cielo
iluminado por ella, intenta ofrendar sus estrellas para que se desenfunden viejos bandoneones,
delicados violines, el piano cadenero del largo magisterio, y un contrabajo que
parece sostenerlo el Negro Leopoldo
Thompson.
Las tramas infinitas de extinguidos
milongueros, como raíces pródigas, se extienden en ramificaciones interminables
por todas las pistas, devorando cada noche.
Como una troupe vagabunda se exhiben en
madrugadas interminables, en sesión continua, bajo el conjuro de cierta
invocación.
Bailarines y partituras vacunadas contra el
óxido del tiempo y las distancias, conviven en un nudo interminable de cuerpos
que se mueven empujados por el viento de aquellas melodías.
La enaltecida nostalgia embellece los
febriles pasos y los sentimientos crepitan en una hoguera interminable.
Sobreviviente de todos los naufragios,
sometido a los vientos del mundo, el tango ciñe de presencia y plenitud envolviendo en rítmicas cadencias a las
obstinadas parejas.
Poseídas por los compases, piernas
espasmódicas entrecruzadas interminablemente, desarrollan la eterna ceremonia.
Los torsos se abrochan como hiedras y retro
transmiten el sístole-diástole que acompasa el ritmo estrófico,
transustanciados por el arte.
En el campo magnético de la pista se funde
el microcosmos de la milonga. El aguantadero de los sueños. La modesta gloria
de lo cotidiano.
El ritual epicúreo. Abrazar y ser abrazado.
Llevar y ser llevado.
El azar convoca milagros, sentimientos,
pasiones, entregas. Las contraseñas aseguran la clave de una eternidad feliz.
El júbilo por el sesgo inesperado o la ilación de tramas bordadas a dúo,
perdurarán en el alma de los conjurados.
La compleja magia de los sonidos eleva la
temperatura, despierta voluptuosidades en el vaivén giratorio del racimo y
logra que el perfume de los cuerpos obre a modo de persuasión en los
inesperados y raudos movimientos.
Seguimos el hilo de un discurso en cuya
melodía estamos inmersos desde siempre.
Ondulaciones de valsecitos, traqueteos de
milongas en fuga, destraban los esguinces de la cadena, dibujándose en el
lienzo de la pista.
La fermentación interna que van desarrollando
nuestra mente y nuestro cuerpo, termina explotando en el círculo o rectángulo de la pista. Arribamos
al momento en que sentimos profundamente el tango y sus vericuetos, sus
misterios, su magia.
La iluminada noche abdica en la orilla donde
el tango echa el cerrojo hasta la nueva ilusión, el nuevo encuentro, la
peripecia inolvidable, los reiterados tics, la
nota antigua. La ceremonia continuará derramando esencias. Y después de la música queda su resonancia fantasmal
flotando en el aire y en los corazones de los bailarines…
El tango es puerto
amigo donde ancla la ilusión.
Al ritmo de su danza se hamaca la emoción.
Al ritmo de su danza se hamaca la emoción.
Homero Manzi
(De mi libro "Perfiles milongueros". J.M.O.)
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