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martes, 24 de julio de 2012

La pausa en el baile

Lo hablábamos días pasados con un amigo milonguero. Me llama la atención la urgencia con que bailan en Madrid algunas parejas, como si corrieran detrás de la liebre mecánica.

Y lo difícil que resulta a veces tratar de hacer la pausa, sin que la mujer intente seguir bailando como si en lugar de una pareja, se tratase de algo individual.

Es fundamental crear pausas permanentes mientras se baila, incluso cuando la orquesta tiene un ritmo en alta; siempre hay ese momento para el abrazo, el hamaque, los amagues.

Estamos bailando aunque aparentemente, hayamos puesto el punto muerto. Tal como lo hacen los músicos. De repente, hasta D'Arienzo frena su rápido compás y se oye el violín mojado de Cayetano Puglisi, mientras las fieras del fueye se preparan para la nueva salida, como si estuvieran en las gateras, aguantando. Es el momento en que los bailarines deben rearmarse y esperar a la orquesta.

No hablemos si es Pugliese. O el mismo Di Sarli. Hay que jugar con ellos, con la voz de Angelito Vargas, acunar a la mujer con los brazos, mientras el gran cantor de D'Agostino recita:" Soy de ese barrio de humilde rango / yo soy el tango sentimental...". Ahí estamos degustando el piano de D'Agostino abrazados, hamacándonos, hasta que vuelve Vargas, tras el fueye de Attadía y nos deslizamos con su ritmo marcado en cada palabra: "Soy-de- ese-barrio-que-toma-mates-bajo-la-sombra-que-da-el-parral...".

Los Dinzel, grandes maestros
                                           
Somos parte de toda esa ceremonia: Letra-música-baile. No podemos desentonar y seguir corriendo por la pista como si no estuviera pasando nada en el tema que interpretamos con nuestros cuerpos y fuese todo igual.

Cuesta dominar a esas mujeres que no han terminado de "entender" la música. De escucharla. De masticarla. De traducirla en la pista, acompañándola.

Hay que escuchar. Cerrar los ojos, escuchar, y dejarse llevar por el compás. Y en las pausas hay que hacer pausas. El hombre sugiere y guía, ella acompaña con sensualidad y se llena de música, envuelta en los brazos del bailarín. Hay un lenguaje corporal  mediante el cual se trasmiten las emociones de la música. Y los tiempos. Correr por correr no la lleva a ninguna parte. Sólo a la fuga desbocada sin ton ni son. Al mal baile. A la incultura de la oreja. A confundir al compañero. Y a los choques en la pista.

Y lo mismo pasa cuando es el hombre el que pone la quinta velocidad, o inserta figuras abiertas, desbocadas, que causan estragos en la circulación y en el mensaje musical.

Intentemos degustar el tango a fondo para poder disfrutarlo en su totalidad. No es bailar por bailar, como se llega a esa cúspide del sentimiento. De la pasión.

Manejando las pausas, acunando el hombre a la mujer en ese trance, antes de seguir avanzando, daremos un paso grande hacia la correcta interpretación del baile. Chocaremos menos. Sentiremos mucho más.

Hoy lo traigo a un enorme bailarín, con un gran sentido de esas pausas, como lo fue Osvaldo Zotto, lamentablemente desaparecido cuando estaba en la cumbre de su carrera de bailarín.

Fue milonguero, incluso en el escenario. Y con Lorena Ermocida formaron una gran pareja.

Obsérvese cómo bailan, incluso cuando pareciera que no bailan.

                                  Osvaldo Zotto-Lorenza Ermocida. Mañana zarpa un barco.

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