Creó un estilo nuevo, casi camp, rompedor, avasallante. Pero de entonación bien tanguera, dicción clara y perfecta afinación, y a la vez respetando el sentimiento, la letrística, enfatizando en los momentos importantes.
Se llamaba Alberto De Lucca, era de Mataderos, y se recibió de médico ginecólogo antes de darle rienda suelta a su destino de cantor popularísimo.
Hoy que los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires van comprobando que todos estos íconos de la cultura, han sido borrados de la memoria popular por el stablishment que controla ese apartado; van logrando con sus iniciativas, rescatar a aquellos que hilaron en la estructura poderosa y trascendente del tango.
Los vecinos de Parque Avellaneda y Villa Luro han decidido bautizar con su nombre y apellido la plazoleta de la Avenida Emilio Castro y Escalada, en el barrio que lo vio nacer.
Un acto de estricta justicia, que me llena de placer el cuore, desde la distancia, porque pasé algunas tardes con Alberto en los baños turcos del Colmegna y pude verlo como era realmente: un buenote, algo ingenuo, pero con un profundo sentimiento tanguero.
Y lo bailo con Tanturi y todavía me produce una sensación de goce enorme.
Incluso le dediqué este poema.
ALBERTO
CASTILLO
“No me
importa cómo canto. Me importa ser un cantor.”
José
Narosky
Tus brolis prometían yeites nuevos,
en música, de oreja no eras sordo;
a las dos te jugaste los tolebos,
sacando chapa de torcan y de tordo.
En la orquesta pegaste el sartenazo:
El dire, rienda de recia atropellada,
tu verso, reo, rotundo, cancherazo
y el taco y lonja copando la parada.
Con Gatica y Divito creaste estilo
de empilche banderón, gesto guarango.
No errabas una nota y en el grilo
te metiste a milongas hasta el mango,
engrampándonos; llevándonos en vilo
tu mandamiento: así se baila el tango.
Y vamos a milonguear con Tanturi-Castillo. ¡Cómo empujan en la pista!
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