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lunes, 30 de junio de 2014

Miguel De Caro

El apellido lo condicionó de salida. La dinastía llevaba el emblema que marcó una época decisiva y triunfal para el tango. Era sobrino nieto de Julio De Caro y en su barrio natal de San Telmo lucía chapa de tanguero, por el apellido. Además en su casa se escuchaba permanentemente a Osvaldo Pugliese. Una música que se le iba haciendo familiar. Y con cinco años apenas decidió ser músico.

Sin embargo el jovencito Miguel era de la generación de Los Beattles y se puso a estudiar el saxofón, ante el asombro de la familia. Le gustaba el jazz y ese sonido especial del instrumento que tiene algo del melancólico rezongo del bandoneón.Y así, una vez completada la fase de los estudios, comenzó a tocar en conjuntos como los Golden Boys o Los seis para el folklore. Incluso acompañó al Dúo Dinámico cuando visitaron la Argentina.

                                 


Pero en su fueron interno bullía la sensación de que la estaba faltado algo importante. El sonido de Pugliese merodeaba sus neuronas. De repente cortó sus lazos con el trabajo de músico y decidió oficiar de maestro, ligado siempre a su pasión inicial. Y montó entonces un estudio en la esquina Osvaldo Pugliese, sita en Corrientes y Canning.

¿Casualidades? ¿Instinto? ¿Destino? La cuestión fue que en 1985 vino gente de la Municipalidad a solicitarle en préstamo los equipos para un espectáculo que darían justo en la calle. En principio tenía en su cabeza el "no" por respuesta, pues no quería arriesgar sus herramientas, pero luego le explicaron que iba a actuar Osvaldo Pugliese con su orquesta  y se le iluminó el rostro.

                             
En un homenaje a su tio abuelo: El Mono Villegas, Ben Molar, Francisco García Jiménez y Miguel. debajo Julio.

No sólo prestó el equipo sino que pudo conversar largamente con Don Osvaldo, recordar sus orígenes, hablar de los lazos que unían a De Caro con Pugliese, en cuanto al sonido de la música, y finalmente  lo escuchó en vivo, en primera fila y colaborando en todo momento. Su corazón y su cabeza sintieron el impacto de ver a la orquesta ejecutando algunos de aquellos temas que merodearon su infancia y además le pareció maravilloso que el viejo maestro se bancara la caída del tango en aquellos momentos de marea baja para la música nacional.

El flechazo fue bárbaro. Sabía que el saxo y el tango no son de la misma familia. Además los amigos le aconsejaron que no intentara meterse en aquel ambiente. Pero decidió tocar tangos. formó un conjunto, actuó en varios lugares y hasta le tocó compartir una función con la orquesta de Pugliese en la localidad bonaerense de San Martín, "algo que fue como una bendición para mí", recordaba.

                                                         
Plácido Domingo lo saluda en un homenaje al tenor.

No sólo fue compartir escenario sino un estrechamienzo de lazos, de largos diálogos y Miguel ya fue ganado por el tango. Además, su primer disco, Saxotangueando, le permitió compartir terna con Ástor Piazzolla y Raúl Garello, en los Premios ACE.

Desde entonces ha viajado con su saxo y su conjunto por varios países de América y de Europa, confirmando que su decisión fue muy acertada. Por eso hoy lo traigo al Blog para escucharlo. En primer término: Libertango, de Ástor Piazzolla, incluido en su CD, Escualo. Y de su CD: Deatrásparaadelante: el tango de Julián Plaza, Danzarín.


07- Libertango - Miguel De Caro

11- Danzarín - Miguel De Caro 

sábado, 28 de junio de 2014

Rubí

Este tango de Juan Carlos Cobián y Enrique Cadícamo fue creado en 1944. El poeta y amigo del músico bahiense, recordaba que "una tarde Cobián me hizo escuchar al piano un tema que había compuesto, para dedicárselo a una entusiasta admiradora. Siguiendo mi método de aprenderme primero la música en el piano, tomé el "monstruo" de la misma y a los pocos días terminé de acoplar esos versos a la música previa de Cobián. Lo titulé con el nombre de Rubí".

Es un tema algo dificultoso para cantar por las variantes en la intimista melodía, y de hecho pocos cantores de tango lo han incluido en su repertorio, destacando especialmente las versiones de Raúl Lavié, Oscar Alonso y Daniel Cortés.

                                               

Curiosamente, Cadícamo, para realizar los versos de este tango e inspirarse, recurrió a un poema del francés Paul Géraldy (Paul Lefèbre), que se titula: Finale (Final). Géraldy era un poeta parisino, muy simple que gustó mucho al público femenino, aunque no fue muy respetado por los críticos y este poema está, como otros que recopiló en un libro, dedicado a su gran pasión, la hermosa soprano dramática Germaine Lubin, con quien se casaría en 1912, y con quien tuvieron un hijo.

El libro se tituló Toi et moi y en ella está incluido este poema liviano que inspiró a Cadícamo. El matrimonio Paul-Germaine se deshizo finalmente ocho años más tarde, al iniciar ella una relación amorosa con el Mariscal Philippe Pètain.

                                     


Traducido por Ismael Enrique Arciniegas, el verso de Géraldy dice así:

Final

Adiós, pues. ¿Nada olvidas? Está bien. Puedes irte.
Ya nada más debemos decirnos... ¿Para qué?
Te dejo. Partir puedes. Pero aguarda un momento...
está lloviendo. Espera que deje de llover.
Abrígate. Está haciendo mucho frío en la calle.
Ponte capa de invierno. Y abrígate muy bien.
¿Todo te lo he devuelto? ¿Nada tuyo me queda?
¿Tu retrato te llevas y tus cartas también?
Por última vez mírame. Vamos a separarnos.
Óyeme. No lloremos, pues necedad sería...
¡Y qué esfuerzo debemos los dos hacer ahora
para ser lo que fuimos... lo que fuimos un día!
Se habían nuestras almas tan bien compenetrado,
y hoy de nuevo su vida cada cual ha tomado.
Con un distinto nombre por senda aparte iremos,
a errar, a vivir solos... Sin duda sufriremos.
Sufriremos un tiempo. Después vendrá el olvido,
lo solo que perdona. Tú, de mí desunida,
serás lo que antes fuiste. Yo, lo que antes he sido...
Dos distintas personas seremos en la vida.
Vas a entrar desde ahora por siempre en mi pasado;
tal vez nos encontremos en la calle algún día.
Te veré desde lejos con aire descuidado,
y llevarás un traje que no te conocía.
Después pasarán meses sin que te vea. En tanto,
habrán de hablarte amigos de mí. Yo bien lo sé;
y cuando en mi presencia te recuerden, encanto
que fuiste de mi vida, «¿Cómo está?» les diré.
Y qué grandes creímos nuestros dos corazones,
¡y qué pequeños! ¡Cómo nos quisimos tú y yo!
¿Recuerdas otros días? ¡Qué gratas ilusiones!
Y mira en lo que ahora nuestra pasión quedó.
Y nosotros, lo mismo que los demás mortales,
en promesas ardientes de eterno amor creyendo.
¡Verdad que humilla! ¿Todos somos acaso iguales?
¿Somos como los otros? Mira, sigue lloviendo.
Quédate. ¡Ven! No escampa. Y en la calle hace frío.
Quizá nos entendamos. Yo no sé de qué modo.
Aunque han cambiado tanto tu corazón y el mío,
tal vez al fin digamos: «¡No está perdido todo!»
Hagamos lo posible. Que acabe este desvío.
Vencer nuestras costumbres es inútil. ¿Verdad?
¡Ven, siéntate! A mi lado recobrarás tu hastío,
y volverá a tu lado mi triste soledad.

Paul Géraldy y Germaine Lubin
                                                      
Nada original por cierto ni muy elaborado. Pero no imaginaba este hombre fallecido a los 98 años, que el drama amoroso de su separación se convertiría en un tango romántico por obra y gracia de esa dupla que tantos temas exitosos creó durante los años que se unieron para componer.  Cadícamo pulió bastante el  farragoso tema de Géraldy y lo dejó en las clásicas 3 partes del género. Porque como diría Alex Katz: "Los buenos artistas roban. Los malos sólo toman prestado", refiriéndose a Andy Warhol

Rubí

Ven... No te vayas... Qué apuro de ir saliendo.
Aquí el ambiente es tibio
y afuera está lloviendo...
Ya te he devuelto
tus cartas, tus retratos...
Charlemos otro rato
que pronto ya te irás. ..
Ya nada tuyo me queda al separarnos.
Es cruel la despedida
y triste el distanciarnos...
Hoy... Ven... No lloremos,
que las lágrimas conmueven
y nada debe
detener tu decisión...

Rubí... acuérdate de mí...
No imploro tu perdón,
más de tu corazón no me arrojes...
Rubí... ¿Adónde irás sin mí? ...
¡Cuando no estés conmigo,
quién podrá quererte así!
Rubí... En este instante gris,
un último dolor
me causará tu adiós...
...Después, la noche,
con su frío y con su lluvia
pondrá su broche sobre mi corazón...

Vas a dejarme... Sin duda, sufriremos...
Con nuestros sinsabores
por senda aparte, iremos...
No has de olvidarme por más que no te vea.
Yo viviré en tu idea
y tú en mi corazón...
Ven, que la lluvia, afuera, no ha cesado...
La noche es cruel y fría...
¡No salgas de mi lado!... ¡Amor!
Borremos todo, amada mía, que esta escena
ha sido sólo un episodio sin valor. 
                                           
Enrique Docal milongueando en Sunderland
Acá podemos escucharlo, muy bien cantado por Enrique Docal, acompañado por la orquesta que dirige Néstor Marconi. Curiosamente, Docal también es bailarín e instructor de tango-danza.




viernes, 27 de junio de 2014

Cátulo despide a Homero

Homero Manzi abandonó este mundo con apenas 44 años, pero dejó un legado impresionante en forma de poesías de tango, canciones , valsecitos, milongas, guiones de cine, charlista de radio, periodista, director de películas, profesor de castellano y literatura, político, presidente de SADAIC, fundador de Artistas Argentinos Asociados. Esta última sociedad produjo las más importantes películas del cine argentino de los cuarenta y cincuenta, y participó en los argumentos de las mismas.

La lista de sus tangos, milongas y valsecitos es realmente impresionante. Con sólo nombrar un puñado de ellos bastaría para pintar su enorme talento. Malena, Recién, Romance de barrio,Tapera,  Milonga sentimental, Paisaje,  Milonga del novecientos, Papá Baltasar, Mi taza de café,  Abandono, Muchacho de cafetín, De barro, Sur, Torrente, Barrio de tango, Negra María, Romántica, Monte criollo, Fueye, Bandoneón amigo, Milonga de los fortines, Cornetín, Oro y plata, Ropa blanca, Viejo ciego, Ché bandoneón, Fuimos, Tu pálida voz, Nobleza de arrabal, Un día llegará, Ramayón, Más allá, Carnavalera, Después, Valsecito de antes El pescante, Niebla, Tal vez será su voz, Bettinoti, Desde el alma, Esquinas porteñas, Discepolín, Fruta amarga, Campo afuera, Manoblanca, Gota de lluvia, Ninguna, Romance de barrio, El último organito, A su memoria, En un rincón, Una lágrima tuya, 24 de agosto... 

                                                  
Cátulo Castillo, Homero Manzi, Sebastián Piana y Pedro Maffia
Son sólo algunas muestras elocuentes de su espíritu poético, en las que estuvo acompañado por diferentes músicos e incluso por colegas y amigos como Cátulo Castillo.

En el Cementerio de la Chacarita , para despedirlo, estuvieron innumerables amigos, músicos, artistas, cantores, periodistas. Hablaron Francisco García Jiménez y su compañero de las primeras horas en el barrio de Boedo y de siempre: Cátulo Castillo. Sus palabras mostraron la grandeza del poeta y el hombre que nos dejaba para siempre. Y la tristeza de sus viejos compinches.

                                     



-Ya lo sabíamos todos. Este instante en que había que entregarte el adiós desde un entarimado. Mucha gente. Y una noche muy larga de angustiosos saludos y de lágrimas, y el apretón de manos y el abrazo.
Y tu madre, deambulando entre flores, como un viejo quebracho, con la mirada firme –hora tras hora- hasta el momento mismo en que podríamos recogerla en los brazos, desplomada.
Ya sé que lo sabíamos, pero también lo ignorábamos todo, y a fuerza de ignorarlo lo sabíamos, y esta esperanza nuestra de que no fuera así lo decretado. Y también tus engaños, cuando te sonreías con esa misma cara que miramos durmiendo, afilada y cerúlea, con tu barbita negra que tenía hilachas blancas y el cuerpo lastimado en todas partes.
Ya sé que lo sabíamos, Homero, pero menos que tú, que lo sabías mejor, como supiste todas las cosas que no se aprenden nunca y que se saben.
Porque también sabemos que la muerte no es nada y no tiene misterio.
Misterio tiene un verso, una sonrisa.
Pero tú estás durmiendo, y entonces hay que evitar la muerte de un recuerdo, y escribirte estas cosas que nos hizo más honda la vigilia y el regresar atrás, rumbo al principio, para verte mejor, sin el cansancio oscuro del café, del alcohol, de muchas muertes, como la tuya ayer, la más sentida.
Para hacerte una historia, hermano mío, comenzaría así:
Se acercó con sus cosas que tenían la simpleza genial del propio pueblo. Un trasunto de calles orilleras, arboladas y viejas como el duende que transitó sus tangos, y que vivió en sus ojos que eran negros y tristes y profundos. Tal vez, toda la infancia que alborotó las tardes de extramuros, y el poema del hermano mayor que él admiraba.
Una fuerza indomable le llegaba de lejos; no sé si de Añatuya, su pueblito purinke con Imasti el capataz indígena o su hermano Román que amansaba el rosillo en la heredad paterna.
Acaso el algarrobo triste o el chañar que tiraba las sombras en la tierra reseca, o la lejana cruz de calicanto con que cantó algún día en los años el poema de María Chacarera.

                                         


Pero era –de todos modos- ese misterio eterno que lastima el insomnio de los hombres que piensan y que sufren y crean, cuando vuela la idea, y el cerebro adquiere dimensiones de cosmos, sin medida posible.
No sé si fue Carriego –allá, hace mucho- quien lo inició en la hermética religión de los versos desvestidos de retórica inútil y falso preciosismo versallesco. Pero un día encontró que era posible decir lo que sentía sobre un metro de tango –el más humilde- y entregarle a su barrio, a su ciudad, al pueblo, el vigor de un mensaje que tenía olor a calle, y a viento, y a boliche.
El recibió el impacto de un barrio suburbano, sureño y empinado sobre las piedras hoscas que recorrió la chata de Damián, el carrero.
El recibió los suspiros más dulces de la chiquilla humilde que vivía en la casa de enfrente, entre las verjas donde había campanillas y un cedrón y una planta de malva. Llegaban desde lejos, musicales y hondos, los golpes del herrero y había silbatina de muchachones simples que se acostaban tarde, contemplando a la luna o al vigilante gaucho desde aquella vidriera.
Decorado sutil para sus ojos buenos. Barrio inefable y puro para su corazón y su tristeza.
Envolviera esas cosas pequeñas y hondas en esa cosa absurda que es un verso y así encontró su clima y se lanzó a la vida desde unos pantalones cortos y una cara rechoncha, y una ruta que subía calle arriba hasta San Juan y Loria.
Después hubo un colegio que se llamaba Luppi. Y amigos diferentes, y todo Puente Alsina, con sus alcantarillas y sus luces perdidas en la noche.


“San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo, Pompeya y más allá la inundación”. Los años se asomaron al bozo y fue un hombre que de pronto buscaba a la vida, caminando hacia el norte, sobre antiguos tranvías rechinantes y torpes.
Tal vez la facultad fuera una excusa para hurgar una ciencia que no necesitaba. Las leyes eran cosas sin aristas, ni color, ni misterio; que misterio era el suyo, el que traía encerrado en cien gestos para copar la vida y ganar la postura a salto y carta.
La ciudad ya era fácil porque estaba más cerca y titilaba en miles de letreros luminosos.
Así creció de pronto, como acortó su nombre: Homero Manzi.
¿Quién era Homero Manzi...?
Era una cosa nuestra, nada más. Unos ojos muy grandes que miraban las noches con ternura de niño, reflejando el paisaje que llegaba de adentro: el de su calle.
Su calle y sus recuerdos.
Tremolante y terrible, el vértice esperaba para iniciar la lucha. Y Homero, Homero Manzi, se armó de la palabra y de la idea.
Lo encuentro en las esquinas, orador de contiendas quijotescas, templando sus veinte años y enarbolando sueños de muchacho, y fustigando el alma en una búsqueda de sensaciones nuevas pero intuidas quién sabe desde cuándo.
Y tal vez ese fárrago de cosas que se esconden en las ramas más altas de las horas. Un borbotón de alcohol y trasnochada, el amigo encontrado sobre el filo del alba en una esquina.
“Bandoneón. Hoy es noche de fandango y quiero confesarte la verdad. Pena a pena, copa a copa, tango a tango, embalado en la locura del alcohol y la amargura...”.
Así plasmó sus versos, en ese estrujamiento del espíritu que busca la expresión para decirla y a veces no la encuentra...
Pero también la lucha le señalaba un puerto: los autores de versos y los músicos que eran como él producto de las calles, y que hablaban en su mismo lenguaje musical y encendido.
Así llegó hasta ellos, a nosotros, para formar el nudo y para atarlo con la fuerza feliz de su palabra. SADAIC era un símbolo que apretaba en la sigla cien caminos de conquistas gremiales que estaban ya a un paso, nada más, de la esperanza.

Homero ya era un hombre.
Y su barba crecida, casi excéntrica, le dio fisonomía de patriarca. Un patriarca muchacho que recordaba cerca de sus ojos, que a veces le brillaban como lágrimas...
Y en alud formidable, su pujanza: el cine, el teatro, el periodismo, todo. Fue una múltiple sed por la conquista que nunca le fue esquiva. Tal vez porque sabía que estaba la muerte agazapada, que nada es perfecto, que el hombre tiene el sino marcado de antemano.
Un día, cualquier día, lo encontramos herido. Empezaba el regreso hacia la tierra, al barrio, a los recuerdos...
Nos engañaba a todos, sin engañarse él mismo, que presintió el final con esa misma angustia con que se presienten los versos que a veces no se escriben. Y su verso final es todo esto que sin estar, está. Que lo recuerda, que lo lleva y lo trae, que lo exalta, que lo agranda y lo borra y lo redime, angustiando esta sorda impotencia de persistir llorando su temprana partida.
Su herencia es un manojo de tangos: los más nuestros.
Su herencia es la palabra fácil y es el recuerdo bueno.
Su herencia es un clima de barrio que fue suyo, donde la noche –en el pescante- contempla al hombre gris que chicotea el látigo en la diestra.
Su herencia es esto tierno que tenemos de nuevo florecido, porque también miramos hacia atrás, -Homero Manzi- y te encontraremos de nuevo en la vidriera, mirando cómo llueve en un otoño.
Adiós, Homero Manzi, amigo nuestro.


Después de esta emotiva despedida, creo que vale la pena recordar un par de temas de Homero Nicolás Manzione, su verdadero nombre. En primer término podemos escuchar el tango que realizó con Osvaldo Fresedo: Bandoneón amigo, que éste último grabó en 1942 con su orquesta y el cantor Oscar Serpa. Y a continuación la milonga-candombe Ropa blanca, compuesta con Sebastián Piana, y que grabara entre otros Lucio Demare con la voz de Raúl Berón, el 10 de junio de 1943.

                                         










jueves, 26 de junio de 2014

Llorarás, llorarás

Este valsecito que compusieran entre el gran Homero Manzi, con dedicatoria incluída, y el violinista Hugo Gutiérrez, autor de hermosas melodías, perdura en mi ánimo por la gran interpretación que lograran Aníbal Troilo con su orquesta y esa voz inconfundible de Floreal Ruiz.

Previamente lo grabaron Francisco Lomuto cantando Alberto Rivera el 28 de junio de 1945 y un mes más tarde Libertad Lamarque con la orquesta de Alfredo Malerba, el 23 de julio de 1945. Pichuco lo llevó al disco el 10 de agosto del mismo año.

                                   


La relación emocional entre la letra y la música, es el resultado de una necesidad expresiva, que se traduce en la esencia del buen gusto, aunque ahonde en el cataclismo sentimental.

Llorarás, llorarás

Al escuchar este vals
bien lo sé que en mi amor pensarás,
y en el vaivén del compás
sin querer, llorarás...
Me verás otra vez junto a tí
y recién te dirás
que hice bien al partir.
Y al renovar tu emoción
sentirás el dolor de mi adiós.

Lo escucharás en los pianos
y violines más lejanos.
Te lo dirán con sus sones
los nocturnos bandoneones.
Se trepará por su reja
con sus penas, con sus quejas....
Y no podrás ignorar
que compuse este vals
recordando tu amor,                                                          
y aunque tratés de olvidar
al oír su emoción
llorarás... llorarás...

Al desplegar su vaivén
este vals te hablará del ayer,
y al repicar su compás
te ha de hacer sollozar...
Este vals te dirá la verdad,
que te amé sin traición
sin rencor, sin  maldad.
Y al renovar su emoción
sentirás el dolor de mi adiós.

¿Lloraría la destinataria de semejante pieza al escucharla? Creo que algunas lágrimas descenderían de sus ojos. He bailado muchas veces este hermoso valsecito y lo seguiré bailando porque la creación de Pichuco en aleación con la hermosa recreación de los versos por Floreal, perdurará en los corazones tangueros y milongueros.

Por eso lo traigo hoy al Blog.

060- Llorarás, llorarás - Troilo-Ruiz




miércoles, 25 de junio de 2014

Gardel

Cada 24 de junio, día de su muerte en 1935,  es recordado con amor en toda Latinoamérica, reviviendo puntualmente en sus grabaciones, que mantienen la belleza del legado. La intimidad de ese estilo fundacional, con una capacidad descriptiva de sentimientos, situaciones, atmósferas y personajes, que le sirvió además para fraguar el canto del tango. Todo ello envuelto en la magia de su prodigiosa y sugerente voz que no supo de desafinaciones.

Todos los cantores que le sucedieron han abrevado en esa misma fuente nutricia. Y hasta Aníbal Troilo supo desde el momento en que formó su orquesta, "que debía sonar como Gardel". Esa frase es toda una definición, en la admiración por el artista.

Hace un tiempo le dediqué este poema que escribí para uno de sus aniversarios. Creo que de todos los próceres que ha tenido el tango, ninguno ha recibido tantos homenajes poéticos como Gardel. Algunos realmente maravillosos. No deja de constituir un fenómeno más, en la impresionante adhesión y reconocimiento hacia su figura inmortal.

Gardel canta en Radio Nacional - año 1933

GARDEL
                                                              “Si podemos decirle al fin de cada disco:
                                                                           -Te pasaste Carlitos….”
                                                                                                    Héctor Negro

Antaña devoción tangoesquinera
que el suburbio trasvasa
a parroquiana adoración hornacinera.
Es la musa sangrante
que fatigó el trovador itinerante.
¡Un llanto de ciudad, esa argamasa
entregada a su brújula albaceante!

Al yirar de la gente
que ataracea los huecos de su ausencia,
en la querencia,
el eco de su voz llega doliente;
fértil presencia,
que la metrópoli encelará como tesoro,
la oración fundamental de nuestro canto,
la sonrisa de goma tragacanto,
la voz invicta, el carretel sonoro.

Por la herida vitrola,
desangra el mensaje una ventana
y ante los versos que exuda la consola,
la misa gardeleana,
revive en el  milagro feraz de aquella gola.

¡Al aire zorzalea
una bandada volátil que gorjea, 
reconociendo el mensaje tangosanto
y chairándole al timbre llamador un contracanto;
en la lunita rayada  picanea
el temblor de una viola y nos arrea
levitando, esa voz inmortal, desde el espanto!


                                            

La actriz Mona Maris, nacida en el barrio de San Telmo de Buenos Aires, que como Gardel no tuvo padre reconocido y quedó huérfana con 4 años, fue criada por sus abuelos maternos en Francia.  Había perdido el acento porteño que recuperaría batantes años más tarde, y por una suma de casualidades fue contratada para hacer de partenaire de Gardel en la película Cuesta abajo, rodada en mayo de 1934, en los estudios Paramount de Long Island, Nueva York.   

Mona Maris




Allí, además de ser compañeros, establecieron una linda amistad entre Gardel y ella. Posteriormente filmó más de cincuenta películas importantes junto a actores de la talla de Cary Grant, Rita Hayworth, Humprey Bogart, Víctor Mature, George Sanders y otros. Se llamaba realmente Rosa Emma Mona María Marta Capdevielle y después de dar la vuelta al mundo, conociendo infinidad de países, terminaría sus días a los 85 años en la misma ciudad en que nació: Buenos Aires.

                                      

Hoy la recuerdo porque en este reportaje grabado, con mi querido amigo Antonio Carrizo, habla de Carlos Gardel con gran cariño. La última vez que lo vio fue en agosto de 1934 en una cena de despedida, al finalizar el rodaje Cuesta abajo. Quedaron en llamarse telefónicamente pero la catástrofe de Medellín fue el telón final para dicha relación.

Vemos el reportaje citado.