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domingo, 31 de mayo de 2020

Roberto Lino Cayol


El teatro y el tango estuvieron unidos a lo largo de la historia, en Buenos Aires, en lo que respecta al género popular. Infinidad de temas tangueros se estrenaron en comedias, sainetes y revistas musicales. El comediógrafo y periodista que recuerdo en esta cita, fue uno de los que trajinaron en ambos rubros. Aunque fue hombre de teatro por sobre todas las cosas y escribió unas cincuenta obras que reflejan su estilo de hombre culto, sagaz observador y con mucha llegada al público.
Roberto Lino Cayol
Está considerado como uno de aquellos primeros saineteros junto a José González Castillo, Luis Bayón Herrera, Alberto Novión. También hizo comedias, dramas, siempre dentro de un estilo elegante. Tenía 22 años, en 1909 cuando se llevó el primero y segundo premio del concurso de obras teatrales organizado por el diario Última hora, con El anzuelo y La buena mentira. Desde entonces no paró de escribir, creando algunas obras de sainete como El debut de la piba que sigue montándose por diversas compañías de teatro aficionado e incluso profesionales, por su calidad.

 Previamente había sido periodista en el diario El Tiempo, como crítico, en revistas como Caras y caretas, en Última hora donde escribiría sus Cayolerías, mostrando esas dotes de observador de la vida diaria y sus capacidades para analizar y transmitir. Algo que también le haría triunfar en el teatro. Fue en el final de su carrera cuando se dedicó al género revisteril que en los años veinte alcanzaría su gran auge. En esas conexiones emocionales, el tango no podía pasar de su cálida sensibilidad y en esas revistas estrenaría algunos de los temas que también creó.

                                         
Para la revista Me gustan todas, Cayol le puso versos al tango instrumental Moulin Rouge, de Raúl De los Hoyos, transformándolo en Viejo rincón, que estrenaría en el teatro Maipo el actor-cantor Vicent Climent, el 14 de agosto de 1925. Gardel lo grabaría en 1925, con sus guitarristas Ricardo y Barbieri y en 1930 con el acompañamiento de la orquesta de Francisco Canaro.

 Así también surgieron otros dos tangos de impacto entre el melodista de Saladillo, De los Hoyos y el propio Cayol, como Noches de Colón y Anoche a las dos. Ambas, compuestas en 1926, entrarían en el repertorio de orquestas como las de Francisco Canaro, Osvaldo Fresedo, Ricardo Tanturi, José Basso, Héctor Varela y otras.


Para sus propias obras de teatro, también compuso con Arturo De Bassi, que dirigía la orquesta desde el foso, los tangos El caburé y Gil a cuadros. Este hombre que también ejerció como empresario teatral, fue descrito por quienes lo conocieron y trataron, como una persona seria, encorbatada, gruesos lentes, de aspecto doctoral, pese a dirigir incluso comedias musicales en el Maipo.

Le faltaban tres meses para cumplir los 40 años de edad cuando falleció, víctima de una cruel enfermedad. Su obra entera cobra mucho más valor si tenemos en cuenta lo corta que fue su vida y todo lo que hizo durante ese tiempo, como periodista, autor teatral y poeta. Cabe recordar, también, que fue uno de los fundadores de la Primera Sociedad de autores, la Sociedad Argentina de Autores Dramáticos y Líricos.  Todo ello amerita largamente su recuerdo en estas páginas.


domingo, 24 de mayo de 2020

Enfundá la mandolina

Tango filosófico al mango que consagrara Gardel en 1930 y que reclamaba desde Venezuela, en la gira que marcaría el final trágico de su vida. Pedía que le enviaran al consulado de Maracaibo la letra y música de este tango de Francisco Pracánico y Horacio Zubiría Mansilla, y que había pasado a ser prácticamente el cierre clásico de sus actuaciones en público. El autor de los versos, en la partitura, puso: Dedicado a todos los viejos verdes.

Gardel ya había grabado en 1926 otro tango de Zubiría Mansilla: Viejo amor, que lleva música de Isaias Pittaluga. Al enterarse, por medio de Pracánico del este nuevo tema que acababan de estrenar, lo llamó al poeta para que le llevara los versos. En eso estaban cuando Zubiría Mansilla le fue entonando, marcándole el tono del tango y cuentan que Gardel, sorprendido, le comentó:
-¡Qué linda voz tiene usted!
A lo que éste sonriendo, respondió:
-Ya me gustaría tener la suya...

                     

Los versos de este poeta, que no tuvo gran trascendencia pero que en todos los temas que fue componiendo para diversos tipos de canciones, demuestran la pericia para manejar el cepo sintáctico, nutriéndose su  creatividad de la técnica y la espontaneidad, además de la observación de esos lugares comunes de la vida que otros no llegan a captar. Enfundá la mandolina es como una parábola sobre el paso del tiempo, sabiendo deschavar los retazos del antes y el después en tono conversacional.

Sosegate que ya es tiempo de archivar las ilusiones
dedicate a balconearla que pa'vos ya se acabó,
y es muy triste eso de verte, esperando a la fulana
con la pinta de un mateo, desalquilao y tristón.
¡No hay que hacerle, ya estás viejo, se acabaron los programas!
y hacés gracia con tus locos berretines de gavión.
Ni te miran las muchachas, y si alguna te da labia
es pa'pedirte un consejo, de baqueano en el amor.

Sabe escarbar en los escarceos del personaje que dibuja, cuando la edad provecta era mucho más temprana. Todas estas cosas que subyacen sobre el tejido de lo cotidiano muestran las limitaciones de la realidad. Zubiría Mansilla no es reconocido tampoco, popularmente,  como un creador de versos lunfas, al estilo de Celedonio Flores. Pero en este poema muestra su paleta llena de matices e inflexiones, con una alegoría sobre el antiguo conquistador atrapado en las brumas del pasado, y pretendiendo seguir con su chapa de langa, aunque el espejo difumine su estampa, otrora ganadora.

                                     

¡Qué querés, Cipriano, ya no das más jugo!
Son cincuenta abriles que encima llevás...
Junto con el pelo, que fugó del mate,
se te fue la pinta que no vuelve más.
Dejá las pebetas para los muchachos,
esos platos fuertes no son para vos.
piantá del sereno, andate a la cama
que después mañana... andás con la tos...

Ese veterano que juega de galán, en su reverberación emocional, es prisionero de un pasado que le fue pródigo en conquistas. Ataviado de recuerdos, recrea en su andar a Píndaro cuando decía: "Somos el sueño de una sombra". Quizás lo invade la melancolía de las energías que cree no debidamente aprovechadas y lo penetra el mantra del otoño. Una lucha inútil contra la realidad que el poeta refleja crudamente y con porteñismo de boliche de barrio. La fuerza dinámica del lenguaje popular, que tanto juego dio en el tango.

-Enfundá la mandolina, ya no estás pa'serenatas...-
te aconseja la chirusa que tenés en el bulín,
dibujándose en la boca, la atrevida cruz pagana
con la punta perfumada, de su labio de carmín.
Han bajado tus acciones en la rueda de grisetas
y al compás del almanaque, se deshoja tu ilusión
y ya todo te convida, pa'ganar cuartel de invierno
junto al fuego de recuerdos, en la paz de algún rincón.

Julio Sosa logró revivir este tango, al grabarlo con la orquesta de Armando Pontier en 1958, realizando una gran versión del mismo. Algo que repetiría con éxito como solista. Yo vuelvo con Gardel y aquellos cortos de Morera donde se lo ve con toda su pinta, su arte y su porteñismo cabal.



lunes, 18 de mayo de 2020

La misma pena

Este tango que compusieron en 1951 Homero Expósito y Astor Piazzolla es un eslabón más en la piccola obra que tejieron entre ambos. También crearían las milongas La vida pequeña y Silencioso y el tango Pigmalion. Temas que no han tenido gran repercusión pero que dejan entrever la calidad de uno y otro, en los versos y la música, respectivamente. Hoy me detengo en el tema del título, cuya poesía remite al romance juvenil, apasionado, que vivió Homero en Zárate, y del que salió con el corazón astillado y una gran pena en el alma.

La maraña íntima, los contratiempos de la existencia están volcados en esta página con la acostumbrada excelencia de estilo. El amor y sus sombras. El fracaso sin moralina. La esencia de recuerdos empapados de melancolía no impiden que la tardía serenidad destiña la zona fronteriza y brumosa donde se superponen el pasado al presente y el espacio al tiempo. Vienen a ser como cólicos de la imaginación.

Ya fue una vez y es otra vez
la misma pena, la misma sed,
pero que raro mimetismo el del amor
que otra vez más, cambia color.

Una vez más y otra vez más
la misma pena y tú no estás,
era un país de almendro en flor
el beso y la cancel, muriéndose de amor.

La obra de Expósito, insumisa a las taxonomías, muestra una vez más el espesor de su locus oremus pasional, trasladado a versos tangueros, gracias a la emoción sustentadora del recuerdo, de la intimidad al desnudo. El eclipse, tensamente emocional, de aquel romance, lo lleva una y otra vez a la esquina del olvido en una larga travesía. El desgarro, en esa zona de sombras, el sonido familiar, lo muestran castigándose en el recuerdo, y la atormentada memoria  está flirteando con la fantasía.

Era, tu tiemblo de gacela, un sol.
Era, tu boca de canela y ron.
Eras tú, que era decir amor,
juventud del corazón.
Era luz, era flor, eras tú,
era amor y hoy es dolor.

La intensidad con que el poeta rememora el síndrome emocional, reviviendo antiguos fantasmas que no quieren abandonarlo, nos atrapa en su agonía. El tiempo dilatado de las caricias, el tiempo del éxtasis amoroso, en aquel fulgor de la existencia, late ahora oprimido por el cataclismo sentimental. La espita de la melancolía se abre con toda la fuerza del recuerdo, y su hondura refleja la emoción a flor de piel.

Siempre llorar, siempre llorar,
la misma pena, el mismo mal.
Cuando el silencio es impostado, es más atroz,
mi soledad no cree en Dios.

Una vez más y otra vez más
la misma pena y tú no estás,
sí está el país de almendro en flor
y el beso en la cancel muriéndose de amor.

La excelente cantante María De la Fuente lo grabó el mismo año de la creación del tema. La acompaña la orquesta del autor de la música: Astor Piazzolla.

                                       


sábado, 16 de mayo de 2020

Juan Larenza

Hoy toca recordar a este pianista que supo tocar en conjuntos tangueros tempranamente, que acompañó a figuras del cancionero popular, pero que destacó especialmente como compositor, dejando páginas que tuvieron mucha repercusión y lograron permanecer en la memoria de los aficionados, los milongueros y también en el repertorio de orquestas y cantores de modo recurrente.

He tenido que recurrir al testimonio de Lito Bayardo, con quien creara varios temas de relumbrón, como por ejemplo,  la zamba "Mama vieja", y el cantor y poeta rosarino lo evoca así en su libro "50 años con la canción argentina"

En una comida Larenza está sentado segundo por derecha, junto a Bayardo.

-Inspirado y prolífico compositor nacido en la ciudad de Buenos aires. Un pianista con quien me ha tocado en suerte compartir varios éxitos, como ser la zamba Mama vieja, que escribimos en 1943, hoy una obra clásica en su género. Nació a metros de San Juan y Boedo y fue el menor de los hijos de una familia italiana, siendo su hermano Marcelo ejecutante del bandoneón, instrumento que Juan tecleaba a escondidas.

Cuando cumplía catorce años de edad, sus familiares le dieron la sorpresa de regalarle un piano. Si bien una prima suya se ofreció para las primeras enseñanzas, Juan llevaba dentro de sí un músico intuitivo y no precisó enseñanzas. Se hizo sólo, lo mismo que en la composición. A tal punto que dos años más tarde de aquello surgió su tango Risa de mujer, que le registró en una grabación Roberto Firpo, el 23 de febrero de 1928, con el estribillo a cargo de Teófilo Ibáñez.

Como tantos otros músicos, comenzó de muchacho animando las películas mudas. En ese año integró algunos conjuntos, comenzando con el del fueyero José Rebolini, autor del vals Una lágrima (b).
En 1932 integró la orquesta de Alberto Gambino, con presentaciones por radio Belgrano, así hasta a largarse a recorrer varios países americanos, desde Chile hasta México pasando por Colombia. Aprendió otros ritmos musicales e hizo gala de ellos, ejecutando pasillos colombianos y valses peruanos.


Y en Colombia se hallaba en 1935 cuando llegó Gardel con sus guitarristas. Como debía actuar en lugares amplios como el Cine Olimpia y la Plaza de Toros, se le contrató para acompañarlo en el piano junto a los guitarristas Barbieri, Riverol y Aguilar. Lo acompañó hasta la noche del 23 de junio, un día domingo, en la radio de Bogotá, porque el lunes 24 partía rumbo a Cali continuando la gira.

Juan me continuó contando, un día de recordación, que sólo atinó a viajar a Medellín, y visitar el hospital  donde encontró en estado desesperante a José María Aguilar y a José Plaja (quien enseñaba inglés a Gardel y actuaba como su secretario). Con ellos estuvo hasta la llegada de sus familiares. El hecho lo impactó tanto, que lo llevó a renunciar a unos contratos y decidir retornar a Buenos Aires.

Aquí volvió a formar parte de la orquesta de Gambino y fue en LR1 Radio El Mundo donde lo conocí. Durante algunos años fue quien acompañó al dúo vocal que formé con Alfredo Lucero Palacios, luego de la desvinculación de Manuel Sucher. Tiempo más tarde fue directivo de SADAIC.

Junto a los guitarristas Ménendez y Robledo acompañó a buena cantidad de vocalistas en sus actuaciones radiales, como por ejemplo a Sabina Olmos, cuando fue dejando los temas folklóricos para ingresar en el repertorio tanguero.

                                       
-Al margen de la biografía de Larenza que, afortunadamente,  nos aportara Lito Bayardo, vale la pena recordar algunos de los temas que ameritan el recuerdo de este excelente compositor. Por ejemplo, con el citado Bayardo, crearon también el valsecito Flores del alma (intervino incluso Lucero Palacios en los versos), Noche de fiesta, El paseandero, Nuestras vidas. Las milongas Aquí estoy, Milonga querida. Con el guitarrista Marsilio Robles: Así es Ninón; Laburante y la milonga Cimarrón de ausencia. Con Cátulo Castillo: Para qué te quiero tanto, Están sonando las ocho. Es autor del instrumental Guapeando, que fue un éxito de Troilo. Y dejó una extensa lista de composiciones.


martes, 12 de mayo de 2020

Cosas de Gardel

Juan Cruz Mateo, violinista, pianista, bandoneonista, que fue también el más importante pintor futurista argentino y se había casado en París con una francesa, vino a Buenos Aires después de la segunda Guerra Mundial. Puede decirse que vino a morir aquí, ya que sufría de un cáncer de garganta, del que había sido operado.

Frecuenta por las noches la Cortada de Carabelas, todavía centro nochero tradicional, donde yo lo encontraba a menudo. hablábamos mucho y me contó como ensayaba Gardel cuando actuaba en París. Nadie ignora que Mateo grabó como acompañante del gran cantor, tocando el piano, precisamente en algunos registros discográficos efectuados en Francia.

                         
El cantor estudiaba minuciosamente la melodía con Mateo en el piano, sin intervención de los guitarristas, hasta que se declaraba satisfecho de su dominio melódico de  la obra en cuestión. Hasta entonces no intentaba prácticamente ningún efecto expresivo y se subordinaba  incluso al "tempo" normal de la pieza., tal como estaba escrita.

Recién después, con los guitarristas, además de convenir las variantes del acompañamiento, decidía los elementos expresivos que caracterizarían su interpretación. Y allí incluía asimismo las palabras y los momentos en que iba a dejar sin pronunciar una "s" o una "c", que eran, por lo mismo, producto de su elección y deliberación.

Desde luego, también lo eran los agregados que -especialmente en los tangos festivos- hacía dialogando con los guitarristas o incorporando partes recitadas de su propia cosecha, a veces creando lo que en el teatro se llama "tipos", extraídos de sus dotes de observador de aquellos personajes callejeros que lo lo habían impresionado, cuando no de amigos y conocidos suyos.

Aunque no haya motivo alguno para desconfiar de esos informes de Mateo, cuando me dijo lo ratificó Manuel Pizarro.

                                     
Carlos Gardel ensayando en Francia con Juan Cruz Mateo al piano.

El pianista y compositor  catalán José Sentís me explicaría la técnica laboriosa que Gardel utilizaba para realizar sus canciones: ensayaba primero la melodía lisa y llana, y después iba añadiendo los elementos expresivos, de sabor, de sus interpretaciones. Estos dos elementos demuestran inequívocamente que la creación de Gardel era un producto consciente y deliberado de su voluntad. Podríamos decir, recordando a Worringer (y a Alois Riegl, que lo precedió en su utilización de ese concepto), de su "voluntad de forma".

Su genio se aplicaba a la observación, asimilación, la reflexión y la elaboración; no al libre cauce de una intuición pura e irracional. Su discurso no fue entonces el resultado de una fatalidad histórica por lo cual un muchacho de barrio, con condiciones vocales, cantó lo que encontraba a su disposición. Contrariamente a esa noción más o menos acatada, que registran casi siempre los numerosos trabajos dedicados al gran cantor, se trató en su caso de una situación histórica lucidamente comprendida, sagazmente interpretada y asumida, con todos sus componentes, expresada a través de una creación propia, con significaciones coherentes y que guardaban continuidad.

(Edmundo Eichelbaum- El Discurso gardeliano)

domingo, 10 de mayo de 2020

Las cuarenta

En esta época en que la pandemia y la política nos están dividiendo de manera cruel, artera y negativamente, gracias a los medios de comunicación que intentan hacer su agosto y sembrar en provecho propio, cargando las tintas sobre determinados partidos políticos o aupando a los que pueden beneficiarles, vale la pena volver una y otra vez sobre este tango. Un tema que no pierde vigencia y que hasta el mismo Discépolo elogió por la filosofía y el clima yacente en el mismo, lo cual lo hace imperecedero.

                                 
Francisco Gorrindo, el autor de los versos, nació y vivió en la localidad de Quilmes, toda su vida. Tempranamente despuntó su paleta poética y Mercedes Simone le grabó su primer tango: Perdón de muerta, con música de Pablo Rodríguez, esposo de Mercedes. A partir de allí, dedicó sus afanes al tango y en 1936, con 28 años,  daría a conocer el que nos ocupa hoy. La orquesta de D'Arienzo le dio un empujón notable al estrenar en la radio y luego grabar dos temas que compuso en 1938: Paciencia y La bruja. El primero con el propio D'Arienzo y La bruja con Juan Polito, pianista de la orquesta.

Otros dos temas de Gorrindo que lucieron por entonces en esa orquesta fueron: Ansiedad, con música de Domingo Moro, fueye del conjunto y Dos guitas, con D'Arienzo. Ambos cantados por  Alberto Echagüe que le pedía al autor: "Seguí trayendo temas, porque me encantan y funcionan un fenómeno...". La lista de éxitos de este poeta es muy larga, pero cito algunos como: Mala suerte, Magdala, Gólgota, Por tener un corazón, La vida es corta, Dejame ser así, Añoranza, Aguas turbias...

En el acertado título: Las cuarenta, ya expresa gran parte de su discurso poético. La intención de las palabras, los viejos códigos barriales, acuden en remembranzas para cotejarlas con las llagas de la vida.  Así avanza en el paisaje de la memoria, la emoción sustentadora y el hombre que medita sobre los vaivenes del tiempo que va pasando, dejando una huella profunda y dolorosa a la vez.

Con el pucho de la vida apretado entre los labios
la mirada turbia y fría, un poco lerdo el andar,
dobló la esquina del barrio y curda ya de recuerdos,
como volcando un veneno, ésto se le oyó acusar:

Vieja calle de mi barrio donde he dado el primer paso,
vuelvo a vos gastado el mazo en inútil barajar,
con una llaga en el pecho, con mi sueño hecho pedazos,
que se rompió en un abrazo que me diera la verdad.

El pasado sirve para hablar del presente. En esa montaña rusa emocional aparecen la quimera fallida, el pensamiento y la poesía unidos que se revuelven en amargas reflexiones y entran en un purgatorio material. La pesadumbre existencial embarrándose en el recuerdo, la deconstrucción, convierten todo ello en un relato cruel, duro, pero realista. El duelo entre la vida empírica y la real.

Aprendí todo lo malo, aprendí todo lo bueno,
sé del beso que se compra, sé del beso que se da;
del amigo que es amigo siempre y cuando le convenga,
y sé que con mucha plata uno vale mucho más.

Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y si la murga se ríe, hay que saberse reír,
no pensar ni equivocado... ¡Para qué... si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil...!

Froilán Francisco Gorrindo

En el recreo mental de las situaciones vividas, Gorrindo, exhibe sus dilemas morales y emocionales. La sentimentalidad del tango, deja paso a las aguas turbulentas en que nos bañamos tantas veces en nuestras vidas. Los exhaustos propósitos, sin postizos ni artificios vacuos, en el apasionado aprendizaje, emergen con la ternura del descreído y el inventario de asombros.

La vez que quise ser bueno en la cara se me rieron,
cuando grité una injusticia, la fuerza me hizo callar,
la experiencia fue mi amante, el desengaño mi amigo...
¡Toda carta tiene contra y toda contra se da!

Hoy no creo ni en mí mismo... Todo es grupo, todo es falso,
y aquél, el que está más alto, es igual a los demás...
Por eso, no has de extrañarte si alguna noche, borracho,
me vieras pasar del brazo con quien no debo pasar.

Tremendo el mensaje final. Nos lleva a la reflexión de tantas cosas que vivimos a diario y que observamos en noticieros, periódicos y en redes sociales. Por eso, y en momentos como los que estamos atravesando, Las cuarenta - el rey y caballo de triunfo en el tute cabrero-, nos muestra el éxito y la derrota diarios en nuestras vidas.

Roberto Grela le calzó la música exacta a este tango, cuando acompañaba con su guitarra a Roberto Díaz, que lo estrenó en 1936. Azucena Maizani le dio carta de presentación en 1937, cantándolo en el Teatro Nacional. Podemos escucharlo por Charlo acompañado por su conjunto de guitarras: Besada, Iglesias, Arrieta y Edmundo Rivero.

                                         

                                               



lunes, 4 de mayo de 2020

Ojos muertos

Este tango de Alfredo Navarrine y Rafael Iriarte, es realmente algo distinto dentro del género. Al menos por la profundidad de los versos que realmente te envuelven en remolinos emocionales con su tremenda elocuencia. Tiene un doble título: Ojos tristes, y buceando en las aguas procelosas de la angustia, Navarrine logra conmover con su poesía, si le prestamos la debida atención, porque engancha la emotividad del que escucha.

Vale la pena trazar una sintetizada evocación de este cantor, actor y guitarrista que supo formar un dúo de postín con su hermano. Alfredo Navarrine armó tempranamente un grupo artístico junto a Julio, el hermano con el cual actuaría en 1915 en Montevideo. Se integraron en compañías de teatro importantes como las de Elías Alippi, José González Castillo y otras.  En 1922 viajarían a Chile y España con el conjunto "Los de la Raza", que integraban Horacio Pettorossi, Melfi, Bachicha, Ferrer, entre otros.
                         
Julio y Alfredo Navarrine
                                       
Al margen de sus dotes artísticas y musicales, Alfredo mostró tempranamente su capacidad creativa e inspiración para escribir versos de tantos tangos que trascendieron, sin caer en estereotipos ni clichés. Fue amigo de Gardel que le grabó ocho temas suyos, los tangos: Barrío reo, Lechuza, Oiga amigo, Sos de Chiclana, Fea y Galleguita; la zamba Tucumana y la chacarera Gajito de cedrón.

En este tango, que tiene un doble título: Ojos tristes, el bardo realiza un alarde de fantasía poética, envolviendo en un aire elegíaco, con semblanza bíblica incluso, la ceguera del mundo, primando la tensión y el patetismo en las primeras estrofas. Son las que nos introducen dentro de la marea, y que con pujos de filósofo, el poeta logra atraparnos por el magnetismo de sus versos. Los que parecieran dibujar el presente dramático que atrapa a toda la humanidad, en el arranque.

Cayó la noche sin aurora
sobre la niñez risueña,
hoy la juventud no sueña
y la ancianidad implora.

Vuelve Judas en la aurora
del Caín que apuñalea,
y la Cruz se tambalea
pero el mundo nada ve.

La poesía, nada convencional de Navarrine, te envuelve en remolinos emocionales en su recorrido, como si al a seguir la huella  pudiéramos encontrar el secreto de esas palabras iniciales. Porque la palabra es sonido, es forma y significado, pero no es convencional en el tango este sofisticado ejercicio de esteticismo. La conciencia afiebrada escarba en la ceguera colectiva y la perspectiva filosófica nos inyecta un pinchazo de frustración. Es la pesadumbre existencial.

El ciego no es aquel que a tientas va,                     
más ciega es la ceguera
que no quiere mirar.
Ojos sin lágrimas puras
fingen puñales de hielo.
Ojos que miran siempre al suelo
frente al sol de las ternuras.
Adonde irá, señor,  esta legión
con esos ojos muertos
y seco el corazón.

Con un fervor vital, el autor nos invita a reflexionar sobre nuestra existencia. La construcción poético-literaria nos conduce a un purgatorio para quitarnos las máscaras que lucimos durante nuestro paso por el mundo. Hay sentimiento de culpa, toda una epifanía testimonial, en las tribulaciones que plantean una escucha atenta porque es todo un trampolín para la imaginación.

Es más humano el propio ciego
que con su piadosa calma,
abre los ojos del alma
y en su voz, florecen ruegos.

Mientras puebla su sosiego
de rosales interiores,
pasa, huérfana de amores
la infeliz humanidad.

Osvaldo Fresedo, con Roberto Ray cantando los versos, lo grabó el 23 de noviembre de 1938. También lo llevaron al disco Alberto Marino acompañado por Roberto Grela y sus guitarras, Astor Piazzolla con Héctor Insúa, y  Oscar Alonso acompañado por la orquesta que dirigía Carlos García. Escuchamos esta última versión.