Como a cualquier buen tanguero o fana milonguero, me gusta
constantemente repasar mi discoteca, recrearme en una música determinada, con la
orquesta que me motiva en ese momento, o una voz que remueva mis recuerdos y mi
pasión.
Pienso mucho últimamente en Roberto Rufino. Me cuesta
entender cómo con 17 o 19 años, es capaz de captar la intención poética, la
descripción del verso y recrearlo en maravillosa conjunción con la orquesta,
como si fuera un veterano de 40 o 50 años.
Después de las primeras experiencias, debuta con carlos Di
Sarli, un formidable ahormador de cantores a su estilo orquestal, sin dejarlos alcanzar una potencia vocal que desentonase
con ese ascético plano instrumental en
que llevó al conjunto. Con la marcación sencilla y magistral de su pianística mano zurda.
La orquesta de Di Sarli con Rufino, que está parado a su izquierda |
El Rufino que graba con el maestro de Bahía Blanca en 1939,
el tango Corazón, de Di Sarli y Héctor Marcó, ya es un maestro de la
interpretación. ¡Y tiene 17 años!
Por eso lo escucho y me emociona redescubrir a ese chico que
dice de tal manera,
Cosas olvidadas, Decime que pasó o Boedo y San Juan... Grabó 46 impresionantes temas con Di Sarli.
Cosas olvidadas, Decime que pasó o Boedo y San Juan... Grabó 46 impresionantes temas con Di Sarli.
Me sigue pareciendo genial, absolutamente anormal para su
edad y sus vivencias.
Pero en su periplo posterior, cantando con Francini-Pontier,
Miguel Caló, Armando Cupo, Mario Demarco, Con Francini, Roberto Caló, con Pontier y otros conjuntos, pierde rápidamente su modus cantabile, ese talento innato que
mostró con Di Sarli.
Y se pierde en desbordes emocionales, en desgarros donde se
deja la voz y la piel. Y el estilo. Y canta otros géneros con seudónimo y antifaz (Bobby Terré). Lejos, muy lejos de aquel pibe del
Abasto que arrastraba multitudes fervorosas que lo ovacionaban cuando cantaba
con Di Sarli.
Una de esas noches llenas de hastío y de frío, se encuentran
Troilo y Rufino en un boliche. La siguieron hasta la matina. Ya era domingo y
Pichuco se acordó de los ravioles de su vieja. Y hacia allí partieron los dos
créditos del Abasto.
El gordo le dijo: cantale algo, para que mi vieja me diga si estás
para la orquesta.
-¡Y qué iba a decir Doña Felisa! Lo escuchó cantar y se emocionó.
Y Pichuco lo incorporó a su orquesta de inmediato cuando el
Polaco Goyeneche estremecía a los seguidores con esas creaciones inolvidables. Si hasta cantaron en dúo.
Fue como un renacer. Y de pronto hace con el Gordo: María, Qué falta que me hacés, Mensaje…
Y uno tiene que creer o reventar, sólo él puede reunir a
tantos cantores en su orquesta y lograr que todos sean unos fenómenos.
Por eso, cuando escucho a Rufino con Troilo cantando esa
maravilla de Cátulo Castillo y Pichuco: Desencuentro,
destilando las palabras, como quien va a
realizar una confesión, me reafirmo en la idea de que Troilo es el tango.
Escuchemos esas dos geniales etapas de Rufino, entre las que
median 20 febriles años.
Corazón. Carlos Di Sarli.
Cascabelito. Carlos Di sarli
Desencuentro. Aníbal Troilo
.
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