En el mundo de la milonga hay una discusión recurrente y agotadora basada en el concepto de que el tango es una danza "machista". Para defender tal argumento se suelen sostener, en principio, dos "verdades": que el hombre es el que invita a bailar a la mujer, y que el hombre es el que "dirige" la danza. Me propongo indagar en estas ideas, para buscar caminos de acercamiento e igualdad entre pares, hombres y mujeres.
1) EL HOMBRE ES EL QUE INVITA A BAILAR. A primera vista, esto es correcto, es el hombre el que suele accionar para que se concrete un encuentro en la pista. Pero miremos un poco el desarrollo histórico de esta costumbre y tal vez nos sorprendamos. En los tiempos en los que las chicas iban a bailar con sus hermanas mayores, madres o tías, eran los muchachos los que iniciaban la invitación. Pero solo serían aceptados si las chaperonas los aprobaban. De modo que el éxito del hombre dependía del criterio de una mujer.
Sin duda, este no era el escenario más favorable para el ejercicio de la libertad de las bailarinas, pero ser sujeto de un exhaustivo escrutinio de la mujer adulta responsable lejos queda de una demostración de poder masculino. Más adelante, cuando las chaperonas pasaron de moda, la tradición continuó y el hombre siguió siendo quien invitaba a bailar. Pero gracias al código del "cabeceo" las mujeres hemos sido siempre quienes aceptamos o declinamos dicha invitación simplemente sosteniendo o evitando el contacto visual. Nuevamente, la decisión final queda en nuestro terreno.
En tiempos más recientes el privilegio viró aun más hacia nuestro territorio: en el contexto de las llamadas milongas "tradicionales", las mujeres comenzamos a pre-seleccionar a nuestros compañeros, siendo las que dirigimos la mirada hacia ellos en primer lugar. Actualmente es bastante improbable que un hombre invite a bailar a una mujer si esta no disparó antes una mirada asertiva en su dirección.
Es más, se escuchan a menudo en el "sector de las mujeres" conversaciones del tipo "¡Uy! ¡Esto es Laurenz! Voy a bailar con Mr. X." Y finalmente, bien entrado el siglo XXI, podemos alegrarnos ante el hecho de que cada vez es más común asistir a milongas donde hombres y mujeres se invitan a bailar verbalmente, sin prejuicios ni formalismos.
Ahora bien, en muchos casos ocurre que las mujeres no estamos preparadas para aceptar un "no" como respuesta. De modo que, si al mirar no nos miran, o si recibimos una negativa ante una invitación verbal, lo tomamos como una ofensa, un rechazo. Cuando esto sucede, entonces rápidamente nos instalamos en el lugar de la "víctima" de una sociedad machista en la que -supuestamente- los hombres poseen un poder sobre nuestro destino. Claro que esto es mucho más sencillo que dedicar unos minutos a contemplar (y aceptar) las innumerables razones por las que podríamos haber sido "rechazadas".
Exploremos algunos ejemplos:
- El varón está cansado.
- No le gusta esa música.
- Prefiere otra orquesta para bailar con vos porque siente que se conectan mejor con otra energía musical.
- Tiene un mal día, o un mal momento, y no tiene deseos de bailar.
- Nunca bailaron juntos y no se siente con deseos de arriesgar una tanda con alguien cuyo baile desconoce.
- Bailó con vos más temprano, ayer o la semana pasada y hoy tiene ganas de probarse con otras bailarinas.
- Cree que tu baile es superior al de él y no tiene mucho para ofrecerte (¿Descreés de esta posibilidad?
Te sorprendería escuchar algunas conversaciones del "sector de los hombres", pasa con más frecuencia de lo que imaginás.) - No sabe que querés bailar con él, o peor, cree que no querés bailar con él.
- Y la más dolorosa, pero igual de posible y válida: no le gusta bailar con vos. Ante esta opción hay dos caminos posibles: aceptarlo y dedicar tu energía a bailar con aquellos hombres que si te disfrutan en la pista o emprender el largo pero satisfactorio camino de la superación, formándote para mejorar tu calidad de baile y ampliando así la cantidad de varones que desearán bailar con vos, incluido el sujeto en cuestión.
Todos los anteriores son también ejemplos de por qué, desde que el baile existe, las mujeres hemos rechazado invitaciones a bailar. Si lo que buscamos es igualdad de oportunidades, entonces debemos abrazar lo bueno de obtenerlas y aprender a convivir con aquello que no es tan divertido y fácil de aceptar. La igualdad existe solo si el intercambio se da entre pares. Pretender "imponer" nuestros deseos por sobre los del varón no sería más que intentar "conquistar" un espacio quitándoselo al prójimo. No hay justicia en ese escenario.
2) EL HOMBRE ES EL QUE LLEVA EN EL BAILE (ES EL QUE TOMA LAS DECISIONES)
También es cierto. ¿Y entonces? En toda danza de pareja (repitamos: en TODA danza de pareja) hay un miembro que adopta el rol de "conductor" y otro el de "conducido". Históricamente el primero siempre ha sido asignado al hombre. Tal vez esto ocurra porque anatómicamente el hombre tiene mayores condiciones para constituirse en el sostén del equilibrio de la pareja; tiene más fuerza y estatura como para ser la fuerza motriz que inicia el movimiento y carga con el peso de ambos cuerpos.
O tal vez podamos asumir que hay una tendencia instintiva natural de adoptar un rol -APARENTEMENTE- más "sumiso" en el vínculo. ¡NO DISPAREN! que aquí estamos hablando de naturaleza física, no de capacidades intelectuales, ni de evolución cultural y mucho menos de derecho de ejercer "poder" y, por si fuera poco, enfatizo el APARENTEMENTE.) En cualquier caso, esta realidad no es exclusiva del Tango, sino de las danzas en general. Si el tango es machista, todas las danzas de pareja lo son. ¿O acaso vemos muy seguido mujeres conduciendo a hombres en el mundo de la salsa, el ballroom o en sofisticadas coreografías de ballet?
No obstante, luego de tantos años de admirar parejas de baile en las que la bailarina encarnó la belleza, el corazón y el alma del binomio (recordemos, por ejemplo, a la gran María Nieves, a Guillermina Quiroga, Marcela Durán, Geraldine Rojas, o Alejandra Mantiñán, por solo citar algunos casos icónicos) ya debiéramos poder despojarnos del complejo auto impuesto de "pasividad" en el rol femenino. Acompañar al "leader" con presencia, actitud, abrazo comprometido, agilidad, ritmo y creatividad en el uso de los adornos no tiene absolutamente nada de "pasivo".
Desde el momento mismo en que salimos a la pista en nuestro rol de "seguidoras" el cuerpo entra en un estado de consciencia plena similar al que se desarrolla con la práctica del mindfulness, es decir, hay una presencia absoluta en el aquí y ahora que constituye el más alto estado de actividad. De otra manera, sería completamente imposible reaccionar a la "marca" a la velocidad de la luz, sin siquiera ser capaces de comprender como ocurre tal alquimia. Solamente un cerebro altamente activo puede responder, decorar, transmitir emoción, expresar la música, pisar a tiempo y -a veces- hasta cantar en simultáneo.
Y dicho sea de paso: ¿somos conscientes de que las mujeres tenemos una agudeza auditiva naturalmente superior a la de los hombres? Pues sí, las mujeres escuchamos mejor, de modo tal que en muchas ocasiones depende de nosotras que la pareja baile "con la música". Pero hay un tercer aspecto, más complejo por cierto, por el cual se suele afirmar que el tango es "machista". Se escucha a menudo que -dada la proximidad física del abrazo- las mujeres en la milonga somos sumamente vulnerables ante posibles situaciones de abuso por parte de los varones.
También aquí podemos afirmar que esto no es del todo cierto. En todo caso, no somos de ninguna manera "más" vulnerables que en cualquier otro ámbito social. En una milonga tenemos un número amplio de recursos para protegernos de tan desagradables situaciones: podemos evitar bailar con quienes nos sintamos incómodas; podemos interrumpir el baile en cualquier momento si el varón intentara propasarse; tenemos cientos de personas alrededor que reaccionarían en nuestra defensa si se diera alguna situación de violencia explícita; tenemos la ropa puesta y podemos estar absolutamente tranquilas, no quedaremos embarazadas durante una tanda, ¡es imposible! (Nuevamente ¡no disparen!, permitámonos la humorada.) Y más importante aún: estamos rodeadas de otras mujeres que muy probablemente compartan sus propias experiencias bailando con tal o cual caballero y nos avisen si hay alguien de conocida reputación violenta o abusiva, o simplemente alguien que nos pueda incomodar aunque solo fuere porque huele mal.
En una próxima entrada hablaré sobre lo que entiendo debiera ser la "sororidad" en el tango, pero como punto de partida, me gusta pensar que se trata de una generosa hermandad entre mujeres que se ayudan mutuamente para disfrutar al máximo del baile con los hombres, y no como una excusa para transformarnos en odiadoras seriales que reaccionamos ante las conductas masculinas condenándolas por -supuestamente- denotar el "poder" sobre nuestro disfrute. Porque ¿saben qué? NO LO TIENEN, y no lo tendrán en tanto las mujeres maduremos y abracemos el poder que nos viene dado naturalmente. El poder de elegir es nuestro, es divertido, es hermoso y nadie nos lo puede quitar.
María Olivera
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