La tarde se ha vuelto romántica, envueltos los recuerdos en música. Y los valsecitos surten efecto cuando vienen cargados de sensibilidad, esa mezcla de gravedad y ligereza, la alegría de la música y esa poesía que te llena el espíritu de fecundas sensaciones. En este caso también me lleva de paseo por aquellas esquinas donde nos encontrábamos con los muchachos de la barra, junto al infaltable buzón. Y que también era la puntada inicial en la cita con la pebeta aquella que nos ilusionaba tanto.
Manzi, en su tono metafísico, memografiando el paso irreversible del tiempo, nos deja sus recuerdos y explicaba en un reportaje: "Sólo puedo escribir sobre cosas que me han pasado: no tengo la virtud de inventar sucesos". Y ello se advierte en cualquiera de sus temas, por el calado y esas acuarelas que, como en este tema, nos traen aquellos barrios de la infancia con sus veredas descosidas, los árboles luchando para sobrevivir a tantos pelotazos, los duros inviernos... el empedrado, los conventillos y aquellos paredes pintarrajeadas.
Esquina de barrio porteño,
te pintan los muros, la luna y el sol,
te lloran las lluvias de invierno,
en las acuarelas de mi evocación.
Treinta lunas conocen mi herida
y cien callecitas nos vieron pasar,
Se cruzaron tu vida y mi vida,
tomaste la senda que no vuelve más.
En el dibujo de esas baldosas, el poeta introduce y desliza el halo fantasmal y perenne de la vida. Los retazos de un romance que se desmorona y se dispersa entre aquellas callecitas que las dentelladas de la memoria fotografían, retornando melancólicamente del pasado. La quimera fallida en la cosmogonía del tiempo. Aquella juventud hedonista, romántica, que está rascando en su memoria. La conexión entre el alma, el corazón , incrementan la fascinación juvenil y empapado de emotividad, con un tesoro de palabras, horada la neblina del recuerdo y nos deja estos versos. Retazos del antes y el después.
Calles, donde la vida mansa
perdió las esperanzas
la pasión y la fe.
Calles, si sé que ya está muerta
golpeando en cada puerta
por qué la buscaré.
Callecitas, sombreadas de poesía
nos vieron ir un día
felices, los dos;
compañera, del sol y las estrellas
se fue la tarde aquella
camino de Dios.
Los vientos murmuran mi pena
las sombras me dicen que ya se marchó,
y escrito en las noches serenas
encuentro su nombre como una obsesión.
Esquinita de barrio porteño
con muros pintados de luna y de sol,
que al llorar con tus lluvias de invierno
manchás el paisaje de mi evocación.
Otra vez Sebastián Piana fue compañero de fórmula y le puso hermosos compases musicales a este valsecito que estrenó Ignacio Corsini en 1933, grabándolo al año siguiente, como Mercedes Simone. La voz de Ángel Vargas tiene ese tono barrial que radiografía los versos de Manzi, cantando con la orquesta de Ángel D'Agostino.. También Roberto Goyeneche dejó una linda versión, acompañado por el Sexteto Tango. ¿Lo escuchamos?
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