En este caso, sus versos se ubican en calles y cortadas de graves adoquines por los cuales transitan los carros con la mercadería que los vendedores ofrecen amurando su mano contra la boca para que el voceo salga con más envergadura y llegue hasta el fondo de los conventillos. Cincelando aquellas imágenes que se atraviesan en nuestra memoria con una hondura entrañable, familiar, y la sencillez de aquellas gentes humildes que vestían el paisaje cotidiano. Los antiguos rincones que se fueron esfumando en el camino... En este caso los vendedores de sandías cuando llegaba el bochorno del verano...
Cuando cantan las chicharras
en las pardas cina-cinas,
y se amodorran las chinas
en las sestiadas de enero,
se oye cantar al sandiero
su pregón, en las esquinas...
Parece de plata vieja
por lo bruñida su piel,
como grabada a cincel
lleva una marca en la ceja,
y jineteando en la oreja
el cuajarón de un clavel...
¡Sandia calada...
sandia colorada...
Jugosas...! Para las mozas enamoradas...!
Vendo la sandia
Sandia calada.
La atmósfera popular que subyace en los temas del viejo maestro, florece con la sencillez de sus imágenes. Una cartografía que lleva en su mochila como signo de autenticidad. La clave tonal, esa algarabía popular en sus pintorescos rincones, la humilde calle asoleada con los pregoneros que fondean junto a sus casitas. El viejo de Cátulo hace gala de su don de observación y la maravillosa interpretación de las cosas simples gracias a una honda sensibilidad, que le permitió destacar como periodista, autor teatral y gran poeta del tango, dejándonos además a Cátulo como continuador de su obra magistral.
En la vereda arbolada
cabecea algún vecino,
es un fogón, el camino
ardiendo en la resolana,
y el carro - de mala gana -
tira el overo cansino...
con sonora gambeteada
cruza un tábano zumbón,
y sobre el verde montón
de las frutas apiladas,
hay dos sandías caladas
justificando el pregón...
Sandia calada...
Sandia colorada...
jugosas...! Para las mozas enamoradas...!
Vendo la sandia
sandia calada.
Se escribe y se canta la palabra sandia sin la tilde en la "i", acentuando en la "a" de "san...", tal cual la pregonaban los vendedores. La coctelera del texto finaliza con su imaginación calando en la desperatio de uno de aquellos guapos que albergaba el convoy del barrio. La imaginación teatral de Don José lo lleva a un cambio de rasante y se saca de la manga, como colofón, esta estrofa final. La acuarela convierte las lágrimas en canto, porque el rumor de la insinuante muerte no puede apagar el esplendor diamantino de la vida.
Al ver las rojas heridas
el mozo siniestro evoca,
La pasión ardiente y loca
que le hizo buscar un día,
el jugo de una sandía
en la pulpa de una boca...
Y al hacer la caladura
clava, soñando, el facón,
mientras vuela el corazón
hasta la novia perjura,
que le dejó una abertura
de sandia, en el corazón...
Lucio Demare y Roberto Fugazot le pusieron música a estos versos, y la Milonga en rojo tuvo varias y excelentes interpretaciones en 1942. Como la del propio Demare cantando Juan Carlos Miranda. O la de Troilo con Floreal y Marino. Julio Sosa la grabó con la orquesta de Leopoldo Federico, y podemos escucharlo y disfrutarlo.
La versión de la formidable Lágrima Ríos es también muy destacable, Troesma. ¡Saludos desde Buenos Aires!
ResponderEliminarClaro que sí. Un abrazote!
EliminarLas versiones de Julio Sosa y Alberto Echagüe, cambian la letra del final...
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