En algunos de estos temas compartió la parte musical con su gran amigo-hermano de Campana, Enrique Mario Francini, pero en este caso de Un momento, lo notable es que Chupita Stamponi asumió ambos roles y también dibujó los versos transformándose en poeta de un tema, en el cual realmente, realiza una exploración sorprendente. Demuestra en esta faceta poética una vigorosa capactidad de inyectar emoción al tema, la historia amorosa que se desliza en el valsecito.
Al respecto vale la pena personalizarlo en lo que Chupita Stamponi le decía a mi amigo, el alemán Jorge Gottling:
-Hay frases musicales tristes, frases de felicidad, frases ambiguas de simple unión o amalgama. El vocabulario, la intención, el idioma poético debe estar montado correctamente sobre cada frase musical. Esa es la magia.
Acá estoy con Chupita Stamponi en Madrid en 1996 |
¡Y tan mágico!. Cuando estuvimos charlando, en una oportunidad que Stamponi estuvo en Madrid, le hablé, entre otros temas de Un momento y de la sorpresa al comprobar que podía escribir semejantes versos. A la vez, tiré un poco el anzuelo para saber si era una historia personal. Y Chupita, me miró, hizo un gesto , encogiéndose de hombros y desvió la pelota al corner:
-Es... un momento... -respondió.
Adiós, que raro fue tu adiós
de espina y de jazmín
como una cruz y una caricia.
Tal vez no comprendí, ni presentí
que las estrellas tienen que morir
con los rayos del sol.
Yo fuí un pájaro cantor
y tú una mariposa
que buscó quemar sus alas...
Después, la soledad, la realidad,
la noche cruel
que me envolvió...
fatal...
¿Tal vez la historia del desamor que padeciera su amigo y compañero de páginas geniales, Homero Expósito, le sirviera de idea para escribir semejantes versos y ponerle música? Lo cierto es que este manantial de estribaciones amorosas, con todo el cromatismo que lo dibuja, sugiriendo la atmósfera, le sirve para demostrar la capacidad alegórica del padecimento en imágenes poéticas.
Y otra vez junto al río, muy juntos.
tu boca y mi boca, tu pelo y mi pelo
y la luna, tu luna, mi luna,
que ayer nos vestía, hoy tiende su velo.
Yo no quiero el engaño de un día,
tus manos no tiemblan, no sabes reir.
Yo no quiero la historia de siempre
vivir un momento y luego morir.
Las quiméricas frases finales urden un futuro de cimientos rotos que se volverán en contra de ella, presagiando el retorno imposible, como un sofisticado ejercicio del esteticismo del dolor. Una realidad mutante donde comprobamos que la realidad, los vaivenes de la vida, han deshecho las perspectivas felices en común y desgranan en el aire secuelas de memorias dispersas en el tiempo.
Yo sé... que un día encontraré
en la aventura eterna
de mis pasos por la vida.
Tu voz que llamará, que gritará,
que pedirá por mi regreso en vano
y tal vez llorarás...
Verás... que triste es el papel
de mendigar amor
donde no queda nada, nada...
Después... la soledad, la realidad,
la noche cruel
que ya te envolverá...
fatal...
El valsecito, con todo su bagaje poético-musical, sigue su camino incombustible, y lo han cantado y ejecutado orquestas y cantantes diversos. La versión de Aníbal Troilo, cantando Raúl Berón, grabado en 1951, me parece una gran baza y me anima a escucharlo nuevamente.
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