La historia es muy conocida y triste, por su trágico final en las aguas de Mar del Plata. Acabo de regresar de la playa y en algún momento la recordé a Alfonsina Storni, cuyo nombre procede de Alfonso -su padre-, que nació en Lugaggia, cantón suizo de Ticino en 1892, pasó su infancia en la provincia argentina de San Juan, se hizo maestra rural en Coronda -Santa Fe-, impartió la enseñanza en Buenos Aires, ciudad porteña que la cobijaría, y le daría las páginas de La Nación para que, con el seudónimo dre Tao-Lao, pudiera mostrar sus aptitudes.
En 1920 se hizo con el premio Municipal de Poesía y enseguida el segundo premio Municipal de Literatura. Sería profesora de literatura en la Escuela Normal de Lenguas Vivas, volvería a Europa en dos oportunidades, escribió y publicó ocho libros de poemas y algunas obras de teatro y la muerte la esperaba tempranamente, cuando apenas tenía 46 años. Dejaba un hijo, sin padre conocido, lo que demuestra su personalidad emancipada, para la época, y el cáncer de mama que la había acosado un año antes sería el presagio de su triste final.
La despidió todo el mundo académico y literario. Tuvo grandes amigos como Horacio Quiroga (que se le adelantó en el suicidio), José Ingenieros (fue médico suyo incluso), Manuel Gálvez, Eduardo Mallea, Enrique Larreta, Arturo Capdevila y muchos otros que compartieron con ella reuniones de fuste. En este mundo que ha hecho de la velocidad una forma despiadada y fascinante de conocimiento, los poemas de Alfonsina nos obligan a pensar y rumiar su mensaje. Como por ejemplo en Oye, donde termina así su mensaje poético:
Y una noche triste, cuando no me quieras,
secaré los ojos y me iré a bogar
por los mares negros que tiene la muerte,
para nunca más.
El tango también se acordó de Alfonsina Storni. Leopoldo Díaz Vélez escribió los versos recordatorios y Francisco Pracánico les puso música. El tema se llama:
Y nunca más tu amor.
El viento viene del mar,
y mientras ruge al pasar
me deja un gusto salobre.
La noche vuelve otra vez, buscándote,
mi musa pobre.
Supimos ir vos y yo,
con poca ropa y sin pan
bebiendo vinos de sol,
los dos
pidiendo a Dios salvar,
tu triste vida, que después
se deshojó en el mar.
Nunca, nunca más tu voz,
y nunca más tu amor
me arrancarán este martirio.
Tanta dicha y tanto bien,
y yo, cobarde, sin poder
salvar tu vida del suicidio.
Fui mil veces a buscar
tu voz más allá del mar
y aún más allá de mi delirio.
Rocas... Playas... Murallón
...y nunca, nunca más tu amor.
Existen escasos registros de este tango. Entre ellos escojo el de la deliciosa María José Mentana, que lo grabó acompañada por orquesta. Y así la recordamos a la inolvidable Alfonsina.
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