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sábado, 25 de mayo de 2019

Roberto Goyeneche


"El arrabal ha muerto"  

Cuando empieza a cantar, alza la mano derecha a la altura de la mejilla y mantiene el micrófono en la izquierda, frente a los labios; fraseando cuidadosamente, modulando con empecinamiento cada silaba; inmóvil, agazapado en el centro del escenario. Pero la quietud no dura. A medida que desgrana la primera canción de la noche, entra en calor y camina de un extremo al otro del escenario, gesticulando; elude por momentos la luz de los reflectores, acerca el micrófono al bandoneón sobre el que Ernesto Baffa se adormece, tenso, con "El motivo" y dice la frase final, desatando un estallido de aplausos. Después, ya no elige el repertorio. Para seguir manteniendo el nervioso entusiasmo del público se dedica a complacer los pedidos más numerosos o estentóreos que, invariablemente, brotan de la oscuridad. Finalmente, secándose el sudor con un pañuelo, entrega el micrófono a uno de los integrantes del quinteto. Sin embargo, debe permanecer en el escenario: no son necesarias demasiadas protestas para que desgrane un último tema y pueble el silencio casi religioso de Caño 14, uno de los más antiguos reductos tangueros de Buenos Aires. 


Allí, Roberto Polaco Goyeneche (44, dos hijos) desempolva este espontáneo rito, dos veces cada noche, colmando las apetencias de un público que lo identifica, cada vez más, con el arquetipo del cantor de tangos. Es que este porteño, nacido en el barrio de Saavedra, que desde los once años participó de cuanto concurso de cantores tuvo a mano, hizo sus primeras armas como profesional en el conjunto de Raúl Kaplún, para recalar finalmente en la orquesta de Aníbal Troilo, se ha convertido en el candidato obligado para ocupar el lugar que, en la imaginería popular, dejara vacante, a su muerte, el uruguayo Julio Sosa. Una condición de ídolo que Goyeneche niega sin demasiado entusiasmo pero que SIETE DIAS pudo palpar, la semana pasada, cuando, entre las once y media de la noche y las siete de la mañana, deambuló con él por la ciudad, aquilatando la expectativa que lo rodeaba y el fervor que acompañó sus dos presentaciones en el sótano de la calle Talcahuano.

NI GUAPOS NI FAROLES
Dogmático, apasionado a veces, aunque extremadamente cauto en sus opiniones sobre la gente del ambiente tanguístico, exhibe, sobre todo, una empecinada vocación ("Si yo no hubiese cantado tangos —calcula—, el sueño de mi vida hubiera sido hacerlos") y un perfeccionismo a toda prueba. "Nunca me dejan satisfecho mis grabaciones —confiesa—. Pienso que el que se siente realizado se estanca, se mecaniza, no brinda todo. Y en este asunto de cantar, como en cualquier orden de la vida, eso es importantísimo". 

Lo cierto es que tal vez haya sido esa insistencia, esa búsqueda constante del matiz ideal para cada canción, para cada frase, lo que ha contribuido a imponerlo con un repertorio que cualquier entendido rotularía "difícil". Porque desde 1962, cuando abandonó la tutela de Pichuco para presentarse como solista, Goyeneche se empeñó en acentuar su preferencia por una línea melódica que, hasta entonces, había obtenido escasa repercusión popular. "Mi orgullo es un repertorio que no habla de faroles ni de guapos —descarta—. Es que el 99 por ciento de los chicos de ahora ignora el significado de gerla, manroca, postalina. Estamos en otra época y, de alguna manera, el arrabal ha muerto. No quiero decir que el tango haya cambiado (siempre hubo temas de mucha calidad), sino que yo constantemente busqué tangos que tuvieran poesía" - filosofía-.

Por eso no extraña que a la hora de nombrar poetas se agolpen los nombres de Alfredo Le Pera, Homero Manzi, Cátulo Castillo, Homero Expósito o Enrique Cadícamo, ni que sus tangos predilectos sean El motivo, Mimí Pinzón, Fuimos. En cuanto a músicos tampoco duda. "La línea más importante se llama Aníbal Troilo —dogmatiza—. Fijate: María, La última curda, Garúa, Romance de barrio. ¿Qué te parece?"

Faltan pocos minutos para la una de la mañana y Atilio Stampone, pianista del quinteto que lo acompaña, da la señal para iniciar la primera entrada. En veinte minutos interpreta seis temas y llega al bar esquivando las manos que se alargan en la oscuridad para retenerlo, cuando todavía no se han apagado los aplausos que coronaron Balada para un loco. "Este Piazzolla es un tipo fabuloso —se exalta—. Un hombre llamado a sacar orejas del burro. Un desasnador sensacional que está tocando en el año 3000, no en el 2000. Por eso me da risa la gente que dice: Cuando Piazzolla toca un tango nadie puede reconocerlo. ¿Cómo que no pueden reconocerlo? Lo que pasa es que nuestra cultura musical está bastante baja. Todavía nos falta mucho". Y se consuela: "Bueno, no hay que olvidar que somos un país muy joven".
                            
Goyenehe y Piazzolla

 Hijo de un músico —Roberto Goyeneche, autor de tangos que todavía mantienen su vigencia: Pompas de jabón, El metejón, Yo te perdono, De mi barrio—, el Polaco no olvida que la búsqueda formal encarada por su padre (determinó que, en su tiempo, se lo conociera como "el de los acordes japoneses"; por eso, en parte, R.G. siente la obligación de solidarizarse con los innovadores. "Claro que me gustan Los Beatles —sorprende—. Me gustan porque tienen calidad. Es cierto que por ahí andan en la tapa de un, long play caminando descalzos por la calle y yo a esa metáfora no la entiendo; pero musicalmente son genios. Lo que pasa es que detrás de ellos hay una pila de imitadores que no son otra cosa que anormales con matrícula, y, parte de la juventud los apoya. Pero lo que no se sabe es que a mí también me vienen a ver chicos que tienen nueve o diez años. Y ésa es gente que dentro de unos años va a estar en lo mío."

LA TUEROUITA DE GARDEL
"Contale lo del Martín Fierro", lo insta José Tiscornia, un hombre que frecuenta el ambiente tanguero desde hace 35 años; tiempo más que suficiente como para andar "chivo con el Sol y ser amigo de la Luna", según repite a cada rato. "Cierto, en 1968 me dieron el Martín Fierro al mejor cantante del año —lo complace Goyeneche—. La primera y única vez que ese premio lo gana un cantor de tangos." Es que aparte de sus presentaciones diarias en Caño 14, dos programas de televisión lo cuentan entre sus atracciones; trajín que, agregado a sus escapadas al interior, actuaciones teatrales y regalías discográficas, le permiten redondear unos 3.400.000 pesos viejos mensuales, cifra de la que debe descontar la comisión del representante y el honorario de sus músicos. "Claro que gano guita —confirma—, pero no la que la gente cree que gano. La gente se cree que yo gano 30, 40 millones de mangos y eso no lo gana nadie. Pero así también se va." Nada más exacto. Generoso y despreocupado, no es mucho lo que ese respetable ingreso le permitió acumular: apenas un par de propiedades y un Chevrolet Impala que lo enorgullece: "Me costó cinco palos y medio".

No fue siempre así, por supuesto.
"Tuerca de alma" —así se define—, trabajó como chofer de colectivos, camiones y taxis, aparte de militar en las huestes de un taller mecánico. "Cuando cantaba con Horacio Salgán, era taxista —memora—. No te olvidés que en ese tiempo con la música no se ganaba un mango y había que parar la olla. Fue a mediados de la década del 50 —cuando se incorporó a la orquesta de Troilo— que las cosas mejoraron, no sólo desde el punto de vista económico, sino fundamentalmente profesional. 

El Polaco y Pichuco

"Es que yo nunca estudié canto —se despreocupa—. Para mí, la música son pajaritos parados en un alambrado y, en ese sentido, el gordo Pichuco me enseñó mucho. Me enseñó a cantar las comas, los puntos, a no acentuar equivocado. Vos decís, por ejemplo, ... sueño con el pasado que añoro y es sueño con el pasado que añoro. Cosas que uno aprende escuchando hablar a Aníbal Troilo, quien, además, canta muy bien. El te dice: Pibe, escuchá esto y vos lo aprendés. Aprendés el idioma, el chamuyo." Una pasión por su maestro que no le impide considerar la existencia de nuevos compositores y letristas de calidad. "Y cantores también —se impacienta—. Sin ir más lejos, acá, en el Caño, hay un pibe —Rubén Juárez— que es un fenómeno. ¿Y quién lo conoce? Pero de aquí a un año lo van a conocer todos y de aquí a dos años les va a romper la cabeza a todos."

—¿Empezando por Gardel? . ..
—Gardel, no, dejalo. Gardel no era un cantor de tangos. Era un mecano, un robot que tenía tuerquitas, resortes. No se puede cantar como cantaba ese tipo. Fue el cantor más grande del mundo. Mirá: decían que pronunciaba mal, que decía targo, por ejemplo. Pero también decía tango. Lo que pasa es que reemplazaba la ene por la ere para aprovechar el aire. Una cosa que se descubrió hace poco y que él la sabía de antes. Hay una grabación, no sé si de Beniamino Gigli o de Enrico Caruso, que dice "Ura furtiva lágrima", en lugar de "Una furtiva lágrima" y ahí nadie tiró la bronca, no había defecto de dicción. Gardel fue un superdotado al que Dios le dijo: "Vaya y cante".

LOS CABALLOS Y LOS BOMBONES
A las tres y media de la mañana termina su segunda y última presentación. Deambula un rato por el local. Le cuenta un chiste a Nelly Vázquez y busca, después, el frío de la calle Talcahuano, donde tropieza con una joven que viste maxifalda. "Pero mirá cómo le queda —lloriquea, viéndola irse—. ¡Es horrorosa! Yo prefiero una minifalda chueca que una maxi con piernas hermosas. Por lo menos veo lo que pasa. Además, el que inventó esa moda debe ser un puritano, un chupacirio, un hombre que aborrece a la mujer. En serio, no le pueden gustar las mujeres. Los amigos lo deben llamar "Juanita" o "Martita."

Un grupo de trasnochadores lo rodea festejando sus palabras. Firma un par de autógrafos y gana la protección de un bar de la calle Charcas. "Esto me hace acordar cuando cantaba con Salgán —revive encaramado sobre un taburete—. Estábamos en uno de esos pueblitos perdidos cuando viene alguien y me dice: Mire Goyeneche, yo soy hincha suyo a muerte. Tengo todos los discos que grabó. Todos, todos. Me falta uno solo: Alma de loca. Yo recién empezaba y era el único que tenía grabado."


De alguna manera, la hora afloja las inhibiciones y el cantor acepta, por primera vez en la noche, intentar definirse con un poco de melancolía. "Todo lo que sé me lo enseñó la vida, la calle... —filosofa—. Me quedé sin padres cuando era muy chico: son situaciones espirituales que golpean. Pero no me puedo quejar. La gente me conoce, no sólo como cantor de tangos, sino como hombre de bien. Un tipo al que no le gusta la grosería ni es fanfarrón."

Enciende un cigarrillo y muestra, como disculpándose, sus dedos manchados de nicotina. "Por eso, si estoy en una reunión donde hablan de física nuclear —retoma—, un tema del que yo no sé nada, me callo la boca y escucho para aprender algo. ¿Sabés que hay gente que cree que el hombre no llegó a la Luna? Es que los caballos no comen bombones. Son los mismos que dicen que este país es una porquería. ¡Pero si es el mejor país del mundo! Y ni hablar de esta ciudad: si no existiera y hubiera que construir una, teniendo en cuenta el gusto de cada individuo, te juro que la íbamos a hacer más o menos aproximada a la actual." Se levanta, paga la cuenta y camina hacia la puerta. "Cómo será de bueno este ispa que de día lo rompemos y a la noche, mientras dormimos, se compone solo —exagera—. Vamos a tomar un café por ahí. Me encanta ver cómo se arregla."


Revista Siete Días Ilustrados
28.09.1970
  
NOTA: Vale la pena aclarar que Roberto "Polaco" Goyeneche no era hijo ni tenía vinculación alguna con el pianista y compositor Roberto Goyheneche, como cita, erróneamente el periodista en la nota.

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