La mítica compañera de El Cachafaz
En
aquellos ambientes iniciáticos del tango, de caña fuerte, de humo de
tabaco espeso y ordinario, de competencia bravía, camorrera, la mujer
apenas despuntaba su presencia a través de prostitutas extranjeras —en
su mayoría francesas— o chicas del interior conocidas popularmente como
chinas.
La danza porteña nació bastarda, machista y orillera y a
las féminas les costó su tiempo franquear esas puertas prohibidas
incluso para la sociedad pacata de la época. Pero el tango supo
esperarlas y les dio el salvoconducto en su aduana a las musas
milongueras que venían a iluminar las nuevas pistas bailables en salones
y clubes que desplazaban a academias, bailongos y cabarutes.
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El Cachafaz y Carmencita |
Para ello debió abandonar la procacidad de sus movimientos, transformándolos en una sustancia íntima, sensual, recoleta, que abarcaba a una comunidad cuyos sentimientos eran intransferibles y donde machos y minas compartían una pasión común. Uno y otro creaban al compás de la música, el hombre llevando, marcando compases y pasos, la mujer interpretando el modo de devolver y disfrutar en su cuerpo lo que el bailarín le estaba proponiendo.
Y en este rincón nos reconforta traer por las coordenadas del recuerdo a esa viejecita que se nos fue hace muy poco, llamada Carmen Micaela Riso de Cancellieri, aunque artísticamente al haber adopatado el apellido de su abuela materna española, se la conoció como Carmencita Calderón y que durante años fue pionera y arquetipo, en la sala y el escenario, en academias, en cine, en giras, acompañando a bailarines de luenga fama y desafiando los prejuicios de la época, porque no sólo el tango era machista.
Me gustaba tirarle de la lengua para que hablara de aquellos tiempos en que se la admiró tanto:
-Hoy día hay muchos bailarines como el Cachafaz, y bailarinas completísimas...
-¡No diga eso, por favor! El Cacha fue el más grande de todos —respondía exaltada—. Nadie ha hecho los pasos de él, nadie fue tan elegante, nadie inventó tanto...