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sábado, 25 de febrero de 2023

¿Quién será?

    Después de una noche de milonga, siempre te quedan cosas en el cuore y en el bocho. Algunos temas musicales, cosas que pasaron durante la velada, conversas con amigos, bromas, y sobre todo esos temas que bailaste con alguien que enlazó, junto contigo, la dupla soñada. Nos pasó y nos pasa a todos, porque en la milonga se vive una temperatura emocional muy especial y se disfruta al mango. 

    Los milongueros nos sumergimos en el baile del tango con profundidad y sobre todo sentimiento. Cada orquesta, cada tema, nos envía determinadas señales particulares. La milonga nos da rienda suelta y es otra cosa. Y el valsecito es el disfrute feliz, los giros elegantes, la sonrisa plena. Aún perteneciendo al mismo género tanguero, es como el recreo en el Colegio, cuando éramos niños.

  

                                    

    La vehemencia del instinto, la entrega total. Esa dialéctica acción-reacción en la atmósfera emotiva.  Siempre en busca de la espiral perfecta y la traducción de música y poesía en combinados pasos de baile, como interpretación lúdica, festiva y también emotiva, embriagante. Una forma abierta a la vida  con energía e intensidad. Pero con mucho sentimiento.

   Por eso creo que hoy debo traer a esta página uno de los tantos valsecitos que hicieron historia y siguen iluminando las veladas milongueras. No hay más que ver los movimientos nerviosos de ellos y ellas buscándose para salir a bailar la tanda de estos valses, cuando suenan en el recinto. Es difícil contener los pies y el espíritu en ese momento, y los movimientos muestran las ansias mediáticas...

   Hay infinidad de piezas de este tipo en los álbumes tangueros y escojo uno de los que bailamos anoche. Lo creó Luis Rubistein -letra y música-  en 1940 y ue grabado por Roberto Firpo, cantando Alberto Diale. También lo llevó al disco Ignacio Corsini con guitarras,  y Amanda Ledesma lo canta en la película "De México llegó el amor". Edgardo Donato con su orquesta y el cantor Horacio Lagos le dio vuelo un año más tarde. 

                                    

Luis Rubistein

   Luis Rubistein pinta en los versos el encuentro de una noche en el baile con una muchacha que llevaba mascarilla porque estaban en carnaval, evidentemente. ¿Y a quién no le sucedió algo parecido alguna vez en la milonga.?

La noche que en el baile
tus ojos brujos se me clavaron,
algo sentí en el alma
y amores nuevos me acariciaron.
Con tu antifaz cubrías
tus ojos que reían,
luego quedé muy triste
cuando te fuiste
sin un adiós.

   Y la historia continúa mostrando la tristeza que choca con la alegría de la música. Porque el personaje no logra descubrir la identidad de la dueña de esos ojos que le dejaron un recuerdo intenso y duradero. Lo que más lo tortura es la ilusión que le produjo ese encuentro fugaz, la mirada que lo cautivó  y la desaparición de quien despertó sus ansias amorosas. Y sueña con el reencuentro...

Quién será, quién será,
me pregunto sin cesar,
ilusión que te perdiste
y que un día volverá.
Quién será, quién será
donde estás, mi corazón,
que te busco entre las sombras
y te llevo en mi canción.
 
No sé por qué los vientos
me traen siempre nostalgia y pena,
voces como lamentos,
murmullos tristes
como la quena.
Por tu recuerdo vivo
con tu recuerdo muero,
y en medio de esta angustia
¡mi amor te espera, porque vendrás!

   Escuchamos la versión de Edgardo Donato con su cantor Horacio Lagos, que lo llevaron al disco el 13 de octubre de 1941.

                                




lunes, 20 de febrero de 2023

¿Tanguero o milonguero?

    Esta pregunta, formulada en Europa, seguramente tendrá fácil decantación de uno u otro lado. El tango tiene muchos años de permanencia en el viejo mundo y por acá han pasado los grandes cantores, desde Carlos Gardel hacia adelante, como también numerosas orquestas típicas. Incluso han habido algunas  radicadas en este continente, y arrancando desde París para actuar en otros países.

   Pero el rubro tanguero-milonguero no engloba a todos los seguidores del género. Y no sólo acá sino incluso en Argentina-Uruguay, la cuna de esta música. En mi caso personal lo he vivido con mi hermano, que me llevaba dos años de ventaja y era tanguero a muerte. Compraba discos y escuchaba tango por la radio todos los días. Le gustaba mucho D'Arienzo pero también el cuarteto de Roberto Firpo que volvía hacia el pasado después de haber tenido una excelente orquesta.

                                   


   Y sin embargo mi hermano nunca bailó tango. No era milonguero como yo, que también amaba, sentía el tango en mis venas y se me quedaba todo en la cabeza y el cuore. A tal punto que con 25 años participé en "Odol pregunta" sobre la historia del tango. Y había entonces sólo un canal de televisión y tenía infinidad de seguidores.

   He conocido a grandes coleccionistas de tango, a gente que sabía muchísimo pero que no le interesaba el baile, era ajenos al entusiasmo que despertaba la milonga en todos los barrios porteños. Esa impresión de plenitud con las grandes orquestas actuando en los clubes de barrio y arrastrando multitudes. El rotundo motor que nos empujaba a la pista a los milongueros.

   Viviendo en España, claro, se profundiza la diferencia y muchas veces lo lamento al acudir a algún Festival o una milonga donde el encargado de musicalizarla no domina la nerviosa intensidad de cada orquesta que selecciona para los bailarines. Ese aura mítico e icónico que está encerrado en un disco y que sirve para lanzarnos a la pista o quedarnos quietos por falta de motivación en este juego metateatral.

   La algarabía social del baile, encuentra en el tango algo distinto. La brujería electrónica actual, no encaja en todo lo que encierra el antiguo tango. Porque seguimos bailando los temas grabados entre los años treinta y casi sesenta. Han pasado tantas décadas y la potencia estética de esta cultura tanguera y su relevancia en varias generaciones, sigue retransmitiéndose y esparciéndose por el mundo, a través del baile y sus efervescentes noches.

                                    


   Y vuelvo a la reflexión del título de la nota: ¿Tanguero o milonguero? En lo que mí respecta, confieso que si tengo que elegir un tango cantado, sabiendo que es muy difícil escoger entre 40 o 50 mil registros discográficos, sin dudas me inclino por Sur, de Manzi y Troilo, grabado por Pichuco , cantando Edmundo Rivero. 

   Y si se trata de escuchar orquestas, Pugliese instrumental me fascina. D'Arienzo me levanta  el ánimo. Hay algunos temas que me traen evocaciones de muchos años atrás por distintas orquestas. Me gusta Lucio Demare. Raúl Berón tiene algo  especial. Los mitos tratan con emociones e intangibles y aún perduran en la memoria  sentimental de muchos porteños. Y podría seguir un rato largo...

   Pero hay que saber diferenciar entre escuchar orquestas y cantores y bailar con las mismas. Y ahí es donde se produce el desbarranco de muchos pinchas, sobre todo en Europa. No dominan el territorio milonguero y se confunden con el material del almacén tanguero. Más allá de los gustos personales que todos tenemos, hay que saber diferenciar. 

   Siempre fui hincha de Troilo. He ido a verlo cada vez que pude, en distintos escenarios. En  Mar del Plata, en Caño 14 incluso tuve charlas con él y fue allí donde me regaló su hermosa foto autografiada que relampaguea arriba de mi escritorio. Ahora bien, para bailar Troilo, sólo escojo entre los primeros 71 temas que llevó al disco, con Orlando Goñi al piano y Fiorentino con su gola musical. El resto no me interesa para milonguear y la diferencia es muy notable.

                                      


   Y así podría seguir con otras orquestas bailables, como la de Carlos Di Sarli, un lujo para los milongueros. No se pueden mezclar en una tanda sus grabaciones más ligeras de los años cuarenta con la segunda parte de los cincuenta. La superación sonora fue creciendo con el tiempo y se notan los temas más trabajados aunque siempre, melódicamente, es un placer tanto para escuchar como para bailar.  

   D'Arienzo es el arma decisiva de los/as milongueros/as. Veo bailar a algunas parejas como si estuviera sonando Pugliese, cuando suena un tema del Rey del compás, y me entristece. Y lo malo es que pasa seguido en España. Es fundamental enseñar el ritmo orquestal, que los bailarines distingan  y conjuguen sonoridad y sentido musical de las orquestas cuya frecuentación nos acompaña en la milonga.

   Y así como me encanta escuchar Pugliese y esos arreglos maravillosos de sus músicos en los años cincuenta, por ejemplo, también son ideales para disfrutarlo en la pista con la pareja que sienta, que escuche, que distinga, el ritmo, los entresijos de la orquesta. Y ahí es donde noto el déficit, en España. Cuesta mucho, muchísimo encontrar la pareja que domine los tempos de la orquesta, que fue con la que más veces he bailado en vivo. Con D'Arienzo volás,con Pugliese soñás. Con los dos disfrutás.

   Claro que también están otras Típicas que no faltan en la milonga: Caló, Tanturi, Biagi, Donato, Fresedo, Laurenz, Enrique  Rodríguez... todas son distintas y tienen ese algo que te empuja a la pista, y en algunos casos, a quedarte piola... Ahí ya entran a jugar  los gustos personales. Incluso entran a tallar el tanguero y el milonguero. Yo juego con las dos  camisetas. 

   

domingo, 19 de febrero de 2023

Ángel Vargas

 

La voz confidencial de un cantor perfumado de glicinas


  Nació en 1904, en el barrio de Barracas, se crió y en Parque Patricios y logró convertir la sutileza y detalle en estilo. Su dupla con Angel D’Agostino hizo historia.

    No apeló al lucimiento vocal. Ajustó su estilo a las modestas posibilidades de su garganta, convirtiendo en ventaja lo que era un handicap. Su recurso consistió en expresar delicada, entrañablemente, las historias que contaban los tangos, adornando algunos sonidos planos con fiorituras que recuerdan de algún modo al cante andaluz. Cuando el oyente se interna en el legado de 180 grabaciones que dejó Angel Vargas, siente habitar un mundo armonioso, de bondad, de emoción, de sensaciones que pasan por el alma. Hay allí barrios pobres, consejeras de vecindario, racimos florales, ventanitas de arrabal, vidas simples de secretas ambiciones e ilusiones ajadas.

   El poema de lo simple tiembla en su voz confidencial, que nunca lastima. Y así, mientras dure su jornada embriagadora, el viajero creerá que el de ese cantor nacido en Parque Patricios cien años atrás es el mejor mundo imaginable que pueda proponer un cantor de tango. No es así, sin embargo. Cantores “insuperables” hay muchos. Cantores que son en sí mismos un sistema de emociones y placeres estéticos, y cuyos niveles de calidad es mejor no comparar. Todos ellos y cada uno son lo supremo, a partir de Carlos Gardel y Rosita Quiroga, hasta los magníficos chicos y chicas de este 2004. Luego podrá el diletante mudarse a vivir con uno u otro por el tiempo que quiera, idolatrarlo mientras se aloja en su arte y, después, partir agradecido hacia otro excelso refugio.

                                 


   Angelito Vargas fue madurando como vocalista a lo largo de los años ’30, dejando en el camino unas pocas grabaciones que muestran su progreso. Ejemplo saliente de esta forja es Adiós, Buenos Aires, registrado en 1938 con la Orquesta Típica Victor, propiedad de ese sello, constituida exclusivamente para grabar y cuya existencia se extendió por dos décadas. El bellísimo tema, perteneciente al cineasta Leopoldo Torres Ríos, muestra a un Vargas de voz velada, como si una sombra apesadumbrada se tendiera sobre ella. Parece perdurar en su gola la penumbra del cine mudo donde, años antes, comenzara como tantos su carrera de trovador.

   En aquellos finales de la “década infame”, la gente estaba ávida de comunicación, de cantantes que le dijeran cosas, en lugar de lucir sus dotes líricas o sus voces aterciopeladas, de sublimado romanticismo. Así, mientras algunos perdían popularidad (Alberto Gómez, Jorge Omar, Roberto Ray y otros), ascendían los Alberto Castillo, Fiorentino, Roberto Chanel, luego Enrique Campos o Carlitos Roldán. Cada uno con su personalidad, tan diferente de la del resto, y entre ellos Angel Vargas, el más perfumado de malvones y glicinas.

   En lo musical, el pianista Angel D’Agostino tañía la misma cuerda. Sus arreglos orquestales eran sencillos, armoniosos, carentes de brusquedad. No era un Juan D’Arienzo y menos un Rodolfo Biagi, drásticos y danzantes. Tampoco navegaba hacia las complejidades paulatinas de un Aníbal Troilo, y tampoco las de un Manuel Buzón. Lo de D’Agostino fue, y sería siempre, un idioma puro, exquisitamente prolijo, que excitaba emociones diáfanas pero también profundas. En este sentido, sus notas, como ocurriera desde los años ’20 con las del sexteto De Caro, pintaban acuarelas húmedas de barrios apacibles, recorridos por historias no siempre calmas e incluso asiniestradas de cuchillos. Piano, bandoneones y violines tejían cantos y contracantos para que las imágenes callejeras flotaran en contraluz. Luego ingresaba el cantor con su retazo argumental, buscando el micrófono.

                               


   Todo aquello era hermoso, diverso pero, en última instancia, siempre igual. Los tres minutos de cada tango. Los dieciséis versos, o quizá cuatro u ocho más, entonados u omitidos. Esos moldes contra los cuales reaccionó Astor Piazzolla, reclamando libertad a gritos, harto y transgresor. Pero los D’Agostino y los Vargas no se dejaron perturbar. Siguieron siendo los mismos, aunque también a ellos el tiempo iba transformándolos en una variante cada vez más refinada de su propia anécdota. Sin embargo, fueron siempre fieles a sí mismos, sin importarles si era ésa una virtud o una cortedad de miras. Lo cierto es que ahora, en la era post Piazzolla, el más avanzado de los oídos acude en ciertas tardes a ese recinto del pasado, perdido con dos Ángeles que reiteran sus tangos siempre sorpresivos, sus valsecitos, sus milongas, ajenos al rodar de las agujas.

   D’Agostino-Vargas fue un binomio compacto, indisoluble, quizás el mejor fraguado de todos. Aun así, en 1943 protagonizaron una litigiosa separación cuando la orquesta se sublevó ante la negativa del director de aumentarles la paga por tango grabado. En esos tiempos, los ejecutantes cobraban cada cual unos pesos moneda nacional por grabar, y luego no tenían derecho a nada más, independientemente del éxito de ese registro y del negocio que otros hicieran con las placas de pasta. La insurrección fue iniciada por Benjamín Holgado Barrio, primer violín, que exigió 17 pesos en lugar de 15 por grabar en los estudios de la Victor. D’Agostino prefirió que desertara toda la orquesta, Vargas incluido, antes que pagar dos pesos más.
                                    


      El cantor encomendó entonces a Alfredo Attadia la dirección de la que pasaba a ser “su” orquesta. Pero pronto se reconcilió con D’Agostino, que lo había remplazado por Raúl Aldao pero añoraba su regreso. Los dos Angeles renegociaron los términos, Vargas retornó y el resto de los muchachos se quedaron a la intemperie, en aquel crudo invierno golpista, indignados con aquel ángel que se les volviera demonio de traición. Tres años largos después sobrevendría la definitiva separación de los querubes. En la ocasión, Vargas dio una vez más muestras de sabiduría musical al elegir al bandoneonista Eduardo del Piano como conductor de su orquesta, función en la que permanecería hasta 1950.

    Respecto de Vargas, lo mismo que de Alberto Castillo o Alberto Marino, se discute aún hoy si su mejor época fue la consagratoria –con D’Agostino, Ricardo Tanturi y Aníbal Troilo, respectivamente– o si alcanzaron su cumbre en la siguiente –con Del Piano o Emilio Balcarce, para los dos últimos–. Esa discusión es útil y no hay prisa por saldarla, pero está claro en el caso de Vargas que, tanto con Del Piano como luego con el pianista Armando Lacava (1950/54), no hay mella alguna en la calidad del vocalista y hay sí la forja de un estilo instrumental más moderno y rico que el de D’Agostino de comienzos de la década de 1940. Por tanto, el marco orquestal que sostiene a Vargas se torna suntuoso y arrebatador.

   Luego, y hasta su temprana muerte en 1959, Angelito Vargas será secundado por el trío del bandoneonista Alejandro Scarpino, también nacido en 1904 y compositor del célebre Canaro en París; y sucesivamente por Toto D’Amario, Luis Stazo y José Libertella, todos fueyeros y, los dos últimos, futuros protagonistas, hasta hoy, del Sexteto Mayor.


Julio Nudler (22 de octubre de 2004)

lunes, 13 de febrero de 2023

Arde la hoguera

 

                                  

                                                   Arde la hoguera en sazón, patibularia            
                                                   chamuscante, yirando, con la grela
                                                   escaldando su mirada perdularia

                                                   que suncha al vareador; alma y candela,
                                                   floreando su altivez de rompe y raja
                                                   y embrocando con perfil de centinela

                                                   al carancancunfa que marca la baraja
                                                   del milongón con yeite y espamento
                                                   metejoneando en orsái a la terraja

                                                   para zaparla debute a sotavento
                                                   al rebufo de curdas bandoneones
                                                   que fungen su tenaz compadreamiento.

                                                   Baten la justa violines, bandoneones,
                                                   empardando al que cincha con los gratas,
                                                   al tordo y al caftén con los minones
                                                   y al dandy con un reo en alpargatas. 

                                                   J.M.O.

                      (De mi libro ArTango- Pintura de Isabel Carafi)




sábado, 11 de febrero de 2023

Orquesta típica

                              

 


La misa de arrabal restalla su filarmonía en los diablescos instrumentos que

desenvuelven el tesoro arcano legado, desenroscan los sinfónicos misterios oxidados y

rompen el grave silencio que se espesa sobre las sombras vivas del rectángulo. 

La orquesta dispara tangos nacidos entre horizontes de fábricas con chimeneas humeantes y

rumorosas, en casas baratas pobladas de chiquillos, laborantes de lenguas errátiles,

laberintos ácratas, rostros de perfiles opacos, calles grises y estrechas, baldíos mechados

por hierbajos y cardales, y ariscas rutinas. Desatan temas de sollozo invariable. 

El remoto bandoneonista Vicente Greco denominó Orquesta típica a las que ejecutaban

estos temas nuevos inventados en las húmedas tierras rioplatenses para diferenciarla de

conjuntos que surfeaban otros ritmos. Los negros lo inventaron, los descendientes de los

inmigrantes y los compadritos lo adoptaron, los nuevos músicos lo impusieron y los

Cobián, De Caro, Delfino y Fresedo lo reformularon y lo convirtieron en violador de

fronteras. 

Poseídos por el alma de los fantasmas que pueblan los instrumentos, el

aquelarre conmueve al auditorio y el lucernario ilumina los arrequives del violín, los

cross en desmayado swing del pianista sobre el teclado; la guitarra descolgada del

ropero puntea acordes en la uña de carey del músico, obteniendo una sonoridad

diferente, batallando en los bordoneos. El contrabajo marca la temperatura emocional y

los espasmos epilépticos del bandoneón conjugan la magia del momento. Fraseos y

variaciones excéntricas, arrastres pugliesanos, canyengues y acordes encadenados y

contrastantes, vierten una carga romántica y de alta intensidad emocional. La fuerza

compadre del fueye apiazzolado expresándose en las cuerdas pianísima o fortísima le

confieren a la bávara jaula arrugada, la brillantez de un sonido melifluo y grave a la vez.

Todos son conscientes de estar viviendo la definición faulkneriana: “Ayer está pasando

hoy y mañana también”… En ese estallido y arrebato, resonando como campanarios, los

nudos de la vida se comprimen, se exprimen y estallan a modo de redención personal de

cada ejecutante. 

La expiación musical se consuma respetando las consignas de Pau Casals: “Afinar es una cuestión moral”.

Se viste la noche de aristocracia arrabalera con el germen fecundo de fraternos

hacedores de melodías vernáculas, de raras cadencias, de fina nervadura, que la comarca

idílica del Plata fue arrojando al porvenir para goce de milongueros y melómanos y la

nostalgia eterna de tantos porteños. En esa existencia conjetural o metafórica suena el

piano, la luz está sobrando, se hace noche de pronto y sin querer, las sombras se

arrinconan evocando a Griseta, a Malena, a María Ester. El fervor impregna las

excitadas pupilas en la representación tanguera y viven el simulacro de la felicidad

individual sobre el que se sostienen la tristeza y la ficción del mundo.

Bailen todos compañeros, que este baile lleva el paso.

Se desvanecen antiguos ritos ancestrales en la melodiosa madurez musical de las

partituras. El poeta recuerda las veredas que yo pisé, malevos que ya no son, bajo tu

cielo de raso trasnocha un pedazo de mi corazón. Y el ronquido ancestral del

bandónium contagia al ilusionista prestidigitador que mueve sus dedos con milimétrica

precisión y va sembrando muescas sobre la ríspida selva de botones, en sus rezongos

muy acentuados. Desarrolla su doliente misa con la seguridad de comprobar que Pedro

Laurenz le quitó el asma crónico a esa caja de cartón corrugado; que Pedro Maffia la

vacunó contra virus y furcios extraños a su índole y Aníbal Troilo le introdujo unos

ángeles en los entresijos de su alma para que pudiera orillar el cielo. Sin dejarse

intimidar por gente con más recursos técnicos, administrado su fueye con economía,

despreciando las olimpiadas del virtuosismo pero sabiendo lo que quiere sacar de los

músicos de su orquesta, masticando cada nota hasta hacerla mágica, claustral. Y al

estrujar tu fueye dormilón se arrima al corazón que sufre más. Las sombras que esta

noche trajo el tango me obligan a evocarla a mí también. Bailemos que me duele estar

soñando con el brillo de su traje de satén.

Las manos son la fuerza de choque, el cerebro y el corazón todo lo demás.

Vamos a demostrarles que el sur también existe. Y que el tango sobrepasa a la

pedantería de aquellos que quieren dividir la música en compartimentos estancos, por

categorías

¡La vida es una milonga!

(De mi libro ArTango. Pinturas de Isaben Carafi)

domingo, 5 de febrero de 2023

Para vos, tango

   Tango de Juan Antonio Morteo. 
   Lo interpreta la orquesta dirigida por él desde el piano.







sábado, 4 de febrero de 2023

Federico Silva

      Afortunadamente para el tango, este periodista uruguayo, también comentarista radial, redactor deportivo, colaborador y luego Director de la revista "Cine, Radio Actualidad",  Director también del programa Motivos populares que estuvo durante veinte años en las emisoras  Sport, el Espectador y Montecarlo, supo injertarse en el género musical del Río de la Plata, en el cual mostraría todo su talento poético.

   Arrancó a sus veintitrés años con el tango Déjame verte y ya mostró allí que provenía de la escuela romántica, en la cual luciría Homero Expósito, con quien lo emparientarían poéticamente. Sus recursos estéticos están vivenciados también en  los libros que escribiera, dedicados a Pichuco, a Julio Sosa o a Carlos Gardel, en el que reconoce su nacionalidad francesa y a su madre, Marie Berthe Gardés.

                                 

Federico Silva

   Y mientras ascendía en su profesión periodística, en programas de radio, su pluma aparecía nuevamente en un tango que merecería ser acompañado por la composición musical de Sebastián Piana: Pena de luna, realizado en 1945: "Se asfaltó la calle con pena de luna/ borró sus ojeras y te vio pasar, /en la misma calle del barrio tranquilo / donde echaste un día mi sueño a rodar. /Hace mucho tiempo, tenía veinte años / un ansia tremenda de soñar y amar, /mataste el cariño, me guardé la pena /encendí un cigarro y aprendí a cantar...".

   Se llamaba René Federico Silva Iraluz, había nacido en Montevideo el 5 de enero de 1920 y en Buenos Aires lo esperaban para darle lustre a sus recursos estéticos y poéticos que se inscribirían rápidamente en el rumor fluvial de la gente que los entonaría y silbaría. Su tango Que falta que me hacés, que lleva música de Miguel Caló y Armando Pontier, fue un exitazo total en los años sesenta, cuando el tango estaba de capa caída y Julio Sosa le dio un empujón bárbaro. También el Polaco Goyeneche le dió vuelo al tema.

                                

 Silva en 1946, en la pensión de Montevideo con Piazzolla, Baralis, Fontán Luna y Campoamor..
,

   Hasta siempre amor (con Donato Racciati), Cielo de cometas (con Armando Pontier), En la madrugada (con Tito Cabano), No nos veremos más (Luis Stazo), Vos y yo corazón (Luis Stazo), o cualquiera de los doce temas que compone con Armando Pontier a pedido de los directivos del Sello Victor para un elepé de Roberto Goyeneche, a quien acompañaría Aníbal Troilo, dan una muestra de su capacidad creativa en la cual se evidencian las convenciones de la vida.

   Incluso Juan D'Arienzo con su orquesta y sus vocalistas grabó un elepé con doce temas de Federico Silva, lo que da una prueba del éxito notable del poeta oriental, que corrobora el propio Rey del compás, en la contraportada del LP, con una dedicatoria al autor de los versos de esa docena de temas. Y, algo impresionante, fue que D'Arienzo no llegó a ver publicado ese disco porque falleció cuando estaba en pleno proceso de creación.                 

                                        

 Federico Silva fallecerá a los 66 años, pero le dio tiempo de sobra para dejarnos ese tendal de tangos, milongas y valsecitos que hurgan en los misterios de la realidad. Y yo escojo al voleo dos valsecitos suyos que tal vez no sonaron demasiado en nuestros reproductores, o en las emisoras radiales, pero que muestran sus recursos estéticos y las experiencias vividas y transmitidas junto a la algarabía social del baile.

   Con música del cantor uruguayo Luis Alberto Fleitas, compone este valsecito: Tessa, que Edmundo Rivero graba con guitarras en 1957. Y también, como se ve acá, acompañado por Horacio Salgán al piano.

                            


     La seguimos con Carrousel, un valsecito de Federico Silva y Armando Pontier. Lo canta Roberto Goyeneche acompañado por un conjunto dirigido por el fueye Luis Stazo, junto a Armando Cupo y Mario Monteleone.  El arreglo es de Stazo.

                                         

   Y cierro con un tango : No nos veremos más, versos de Federico Silva y música de Luis Stazo. Lo grabó Juan D'Arienzo con su orquesta, cantando Jorge Valdez, el 2 de septiembre de 1963.
     
                                           

                                        

                               

miércoles, 1 de febrero de 2023

Aguja brava

    Estos versos lunfas del poeta Eduardo Giorlandini muestran su gran capacidad creativa. Un señor abogado, autor de numerosos libros sobre Derecho y cuestiones sociales, incluso sobre Política, además de artículos periodísticos, y de la poesía lunfardesca que curtió como pocos, y que lucen en su libro Runfla lunfarda publicado en 1971 en su Bahía Blanca natal, la cual fue siempre morada protectora. En total se cuentan 46 libros escritos por él y editados.

   Realizó tareas de investigación en la Universidad de Estudios de Palermo, en Sicilia (Italia) y fue becario en Alemania. En 1966 fue incorporado como miembro de número en la Academia Porteña del Lunfardo y como investigador adjunto en el Instituto de Filología Experimental. 

                                 

Eduardo Giorlandini

   Fue tanguero de alma incluso y dedicó muchas páginas al género en sus libros de tango, demostrando una vez más esa poderosa intuición que nos permite apreciar la excelencia del arte o de la música. En su imaginativo universo poético, las ideas estéticas se combinan con la densa maraña de pasiones populares y por ello logra el tono y la atmósfera adecuados, junto con una gran imaginación para pintar el mundo interior de los personajes. ​

   Edmundo Rivero popularizó definitivamente este poema lunfa, cuando lo descubrió y se enamoró del mismo. Lo estuvo trabajando con mucha dedicación durante un tiempo, hasta que consiguió adosarle la música que el tema requería y lo grabó en 1967 con sus guitarristas, dándole el paso a la fama que el verso merecía. 

                                      


   Cuenta el caso de un cafisio que termina enamorándose de una milonguera que además se ganaba un dinero explotando su cuerpo. El poeta contó que se trataba de un caso real y reverbera en su mirada y verba  lunfarda  muy bien diseñada, como el caralisa termina trabajando de colchonero (dándole nueva vida a colchones  aplastados por el uso), para evitar que ella siga vendiendo su cuerpo. Rivero certificó la realidad auténtica del cafishio, uno de los mayores de su ciudad que se metejoneó con la mina.

En un feca de barrioun laburante le otivaba a un vivilloque habia caido de recaladaa mandarse una caña antes del apolillo.

La laburó de guapo, piolamente,y la milonguera, su caro berretín,ñapada postamente en su bulín,rejunó cayetana el expediente.

Era una naifa piya y cadeneraque andaba con la yuta cabreiroa;con prontuario a la gurda, sobradora,y una pintusa de percanta buena.

Él, que había sido un liso bien cheronca,un caferata de tapín y escuela,perdió su cancha laburando, ¡oi'dioca!,de colchonero y refilando tela.

Tanto amó el longipietro a la taqueraque aguantiñó, cabrero,que la barra nochera lo llamara,por Pamela y por merlo mishé,Aguja Brava.

Y así terminó un piola, Aguja Brava,que por amor quedó cardando lana.Antes, sacaba tela de las minasy ahora le hace colchones a la cana.

   Y el propio Rivero, después de trabajar musicalmente el poema que tanto le gustaba, lo grabó acompañado por sus guitarristas.