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viernes, 31 de julio de 2020

Milonga en rojo

   Echo la mirada hacia atrás, cuando paraban los fruteros, el papero, el pollero y distintos vendedores en la puerta de casas y conventillos voceando su mercadería, a lo que las amas de casa rápidamente acudían para acamalar material en la despensa familiar. Especialmente en los barrios de gente de clases bajas e inmigrantes. José González Castillo, ese maestro de la pintura poética, con el lenguaje tan especial del género, que nos mostró como pocos los personajes, las pasiones y su  visión de aquel Buenos Aires de comienzos del siglo pasado, nos instala en una postal de antaño.

                                 

   En este caso, sus versos se ubican en  calles y cortadas de graves adoquines por los cuales transitan los carros con la mercadería que los vendedores ofrecen amurando su mano contra la boca para que el voceo salga con más envergadura y llegue hasta el fondo de los conventillos. Cincelando aquellas imágenes que se atraviesan en nuestra memoria con una hondura entrañable, familiar, y la sencillez de aquellas gentes humildes que vestían el paisaje cotidiano. Los antiguos rincones que se fueron esfumando en el camino... En este caso los vendedores de sandías cuando llegaba el bochorno del verano...

Cuando cantan las chicharras
en las pardas cina-cinas,
y se amodorran las chinas
en las sestiadas de enero,
se oye cantar al sandiero
su pregón, en las esquinas...
Parece de plata vieja
por lo bruñida su piel,
como grabada a cincel
lleva una marca en la ceja,
y jineteando en la oreja
el cuajarón de un clavel...

¡Sandia calada...
sandia colorada...
Jugosas...! Para las mozas enamoradas...!
Vendo la sandia
Sandia calada.

                                       
   La atmósfera popular que subyace en los temas del viejo maestro, florece con la sencillez de sus imágenes. Una cartografía que lleva en su mochila como signo de autenticidad. La clave tonal, esa algarabía popular en sus pintorescos rincones, la humilde calle asoleada con los pregoneros que fondean junto a sus casitas. El viejo de Cátulo hace gala de su don de observación y la maravillosa interpretación de las cosas simples gracias a una honda sensibilidad, que le permitió destacar como periodista, autor teatral y gran poeta del tango, dejándonos además a Cátulo como continuador de su obra magistral.

En la vereda arbolada
cabecea algún vecino,
es un fogón, el camino
ardiendo en la resolana,
y el carro - de mala gana -
tira el overo cansino...
con sonora gambeteada
cruza un tábano zumbón,
y sobre el verde montón
de las frutas apiladas,
hay dos sandías caladas
justificando el pregón...

Sandia calada...
Sandia colorada...
jugosas...! Para las mozas enamoradas...!
Vendo la sandia
sandia calada.

   Se escribe y se canta la palabra sandia sin la tilde en la "i", acentuando en la "a" de "san...", tal cual la pregonaban los vendedores. La coctelera del texto finaliza con su imaginación calando en la desperatio de uno de aquellos guapos que albergaba el convoy del barrio. La imaginación teatral de Don José lo lleva a un cambio de rasante y se saca de la manga, como colofón, esta estrofa final. La acuarela convierte las lágrimas en canto, porque el rumor de la insinuante muerte no puede apagar  el esplendor diamantino de la vida.

Al ver las rojas heridas
el mozo siniestro evoca,
La pasión ardiente y loca
que le hizo buscar un día,
el jugo de una sandía
en la pulpa de una boca...
Y al hacer la caladura
clava, soñando, el facón,
mientras vuela el corazón
hasta la novia perjura,
que le dejó una abertura
de sandia, en el corazón...

   Lucio Demare y Roberto Fugazot le pusieron música a estos versos, y la Milonga en rojo tuvo varias y excelentes interpretaciones en 1942. Como la del propio Demare cantando Juan Carlos Miranda. O la de Troilo con Floreal y Marino. Julio Sosa la grabó con la orquesta de Leopoldo Federico, y podemos verlo y disfrutarlo en vivo.


                                      


viernes, 24 de julio de 2020

Tinta roja

Pocos géneros musicales han albergado en sus filas a poetas de la talla que ha tenido el tango. Los Manzi, Expósito, Cadícamo, Discépolo, Le Pera, los Contursi, González Castillo, Celedonio, Cátulo, son una muestra palpable de la calidad de estos vates que nos han legado verdaderas joyas envueltas en música. Y han trascendido largamente las fronteras rioplatenses y  hoy siguen mostrando sus laureles incólumes en infinidad de paises de todo el mundo.

Cátulo Castillo fue más que un poeta. Violinista, jovencísimo director de orquesta que se plantó en Europa con sus músicos, compositor tempranero, le puso música a páginas tangueras de su padre, Don José González Castillo: Silbando, Acuarelita del arrabal,  Organito de la tarde, Juguete de placer, Aquella cantina de la ribera. Recién a la muerte de su progenitor (hombre de teatro, poeta) se decidió a ocupar el sitial que le había dejado éste y pasó a ser  uno de los más importantes que ha tenido el tango. Su obra en ese sentido habla por sí sola. La intensidad de su escritura estuvo en ebullición continua. Siempre.

                                   


Sebastián Piana, enorme compositor, pianista, director, amigo del barrio, fue colaborador de su padre (Cátulo y Piana le pusieron música a Silbando). Y en 1941 pergeñaron este tango que muestra el derroche de sabiduría estilítica de ambos. Tinta roja, grabado de inmediado por la orquesta de Pichuco, con la impagable voz de Fiorentino, se convirtió en un éxito inmediato. Y perdurable. Piana explicaba como fue el nacimiento de esta página.

-Es uno de los temas que más se tocan de mis 500 obras. Tinta roja, originariamente fue un tango instrumental. Como necesitaba dinero para hacerle un regalo a mi señora, voy sólo con la música en mi mente, a ver a un editor amigo. Luego de tocar el tema, le pedí 150 pesos, a cuenta de la futura edición. Mañana te lo traigo listo, le dije, aunque en realidad no tenía nada compuesto.
Ese mismo día, por suerte, se me terminó de ocurrir la música. Claro, no tenía que ajustarme a una letra. Al editor le gustó. Me comentó:
-Le hace falta letra, ¿por qué no lo ve a Cátulo, a ver si se la hace?
Cátulo Castillo, que también era músico, al otro día concluyó la letra:
-Sebastián, le puse el nombre de "Tinta roja" -me dijo.
Así surgió este bello tango que estrenó Aníbal Troilo.

Y así eran estos genios que se sacaban de la manga obras de semejante calibre que surgen del sentimiento y del talento indiscutible que poseían. La indisimulada marca de fábrica retrata al músico y al poeta. La capacidad de transmisión emotiva. Así era el paisaje que evocaba Cátulo. La sangre adolescente, esas graves baldosas que pisó tantas veces, la modorra de la calle gris, el fervor de las esquinas, el alumbramiento inaugural, los sueños y asombros juveniles, la fonda de la esquina, el infaltable buzón, la ronda del policía, las noches de verano en aquella entrañable cosmópolis porteña...

Paredón,
tinta roja en el gris del ayer,
sobre mi callejón
con un borrón pintó la esquina.
Y el botón
que, en lo ancho de la noche,
puso el filo de la ronda como un broche.
Y aquel buzón carmín. Y aquel fondín
donde lloraba el tano
su rubio amor lejano
que mojaba con bon vin.

¿Quién no ha evocado aquellas liturgias adolescentes, la cartografía emocional, los inmigrantes en las casas largas, la humilde fonda, los perfiles de aquellos muchachos mayores extravertidos que nos llenaban de asombros, las quimeras soñadas? Cátulo recrea el fervor de la esquina, esa tinta roja en forma de sangre que salpica el paredón grisáceo, dejándole un  recuerdo que se inserta para siempre en los ojos del muchachito imberbe. El balcón de la piba que despertó sus primeros sueños.  Y la evocación lo lleva a evocar la confluencia de elementos que desaparecieron en la sociedad de la prisa.

¿Dónde estará mi arrabal?
¿Quién se robó mi niñez?
¿En que rincón, luna mía,
volcás, como entonces,
tu clara alegría?
Veredas que yo pisé,
malevos que ya no son,
bajo tu cielo de raso
trasnocha un pedazo
de mi corazón.

Paredón,
tinta roja en el gris del ayer,
borbotón de mi sangre infeliz
que vertí en el malvón
de aquel balcón que la escondía.
Yo no sé si fue negro de mis penas
o fue rojo de tus venas mi alegría...
Porque llegó y se fue tras el carmín
y el gris fondín lejano
donde lloraba el tano
sus nostalgias de bon vin.

Troilo con Fiore lo grabó el 23 de octubre de 1941 y Tinta roja impregnó el alma de los porteños. En abril de 1971, el Polaco Goyeneche grabó un CD acompañado por la orquesta de Pichuco y entre esos 12 temas estaba también Tinta roja. Susana Rinaldi y Miguel Montero dejaron, incluso, muy buenas interpretaciones.

Lo recreamos en aquel inolvidable registro de Troilo con Fiorentino.

                                

sábado, 18 de julio de 2020

El Chantecler, emblema del pasado en Buenos Aires

En diciembre de 1924 se inauguró el Chantecler, situado en la calle Paraná 440, entre Corrientes y Lavalle, lindando con el Teatro Comedia.

En los últimos años de la década de 1930-1940 la denominación fue cambiada a Vieux Paris, retomando posteriormente la de Chantecler.
Se entiende que dicha denominación deriva de las palabras francesas chanter clair, cantar claro),
El fundador del cabaret fue Amadeo Garesio, originario de Córcega (aunque el 1 de octubre de 1923, al desembarcar en Buenos Aires, procedente de Marsella a bordo del Mendoza (de la Société Génerale de Transports Maritimes- SGTM), declaró tener 43 años, ser empresario, de nacionalidad francesa, nacido en Marsella). Datos concordantes con otros ingresos registrados del mismo, por el puerto de Buenos Aires: 5 de diciembre de 1923, procedente de Montevideo, a bordo del Lutetia, (Compagnie de Navigation Sud Atlantique), 43 años de edad. El 30 de septiembre de 1924, también a bordo del Lutetia, procedente de Montevideo, con 44 años y el 17 de mayo de 1925, a bordo del Massilia, (Compagnie de Navigation Sud Atlantique) procedente de Burdeos, con 45 años.

                           La imagen puede contener: una o varias personas, multitud y texto

Garesio era pareja de Giovanna Ritana o Lucía Teresa Comba, ex cantante lírica llegada a la Argentina con la compañía que encabezaba el tenor Enrico Caruso. Como su origen italiano no le era útil para manejarse en el “ambiente” de Buenos Aires de aquellos años, transformó su nombre, convirtiéndose en “Madame Jeanne” o “Madame Jeannete”, modificando su acento, afrancesándolo en la pronunciación del castellano. El 24 de marzo de 1921, al desembarcar en el puerto de Buenos Aires tras uno de sus viajes a Europa, procedente de Marsella a bordo del Córdoba (de la Société Génerale de Transports Maritimes- SGTM), declaró tener 31 años, ser artista, de nacionalidad italiana.

La Ritana  tuvo participación en importantes hechos de la vida de Carlos Gardel y se cree que fue uno de sus amores más conflictivos.
En 1913, la Ritana explotaba un peringundín disfrazado de pensión en la calle Viamonte, entre Esmeralda y Maipú. La noche del 28 de diciembre de 1913, el oriental José Razzano, que había sido invitado por Pancho Taurel y algunos amigos trasnochadores para cantar en lo de madame Jeanne (Ritana), pidió que le autorizaran a llevar a un amigo y así fue como invitó a Carlitos, para que se ganara unos pesos. Después de una excelente comida y brindis, en compañía de madame Jeanne y sus pupilas, Gardel y Razzano cantaron acompañados en el piano por el chileno Omar Pérez Freyre, autor del famoso “Ay, ay, ay”.

Fue un éxito y, ya entrada la madrugada, decidieron continuar la farra en el Armenonville.
Al despedirse, la Ritana se acercó a Gardel y le insinuó que no estaba bien que fuera a un lugar de tanto lujo con su guitarra bajo el brazo. Que lo mejor sería que dejara el instrumento y pasara a buscarlo cuando quisiera. Era toda una invitación que, por supuesto, Gardel interpretó inmediatamente, dejando su guitarra.
El Armenonville estaba en la avenida Alvear (hoy Libertador, en la zona donde se encuentra ahora el Automóvil Club Argentino, Avda. del Libertador y Tagle). En uno de los palcos cantaron a dúo Razzano y Gardel. En otro, estaban Jorge Newbery y amigos de la alta burguesía porteña, quienes reclamaron que cantaran para todos, provocando tal entusiasmo que fueron llevados en andas. Los dueños del Armenonville los contrataron por una suma que les pareció fabulosa: setenta pesos por noche, comida y bebidas a discreción, más lo que les dieran en los reservados. Gardel tenía 23 años. Esa noche quedó constituido el dúo Gardel-Razzano y comenzó la relación del “Morocho del Abasto” y la Ritana.     


Días después, con el pretexto de la guitarra, el cantor y la Ritana volvieron a encontrarse. Un encuentro con cierta carga de peligro, ya que la Ritana era la mujer de Amadeo Garesio. La clásica historia de un triángulo amoroso que terminaría mal.
Es altamente probable que esa relación amorosa fuera la que estuvo a punto de costarle la vida a Gardel, en diciembre de 1915.
Garesio tenía fama de ser hombre de acción y cuando se enteró de la relación entre su mujer y el cantor, por supuesto, decidió dar un escarmiento a Gardel.
La idea original fue muy sencilla, ya que consistía en esperar a Gardel a la salida del teatro San Martín, donde realizaba un fin de fiesta con Razzano y concretar su venganza.
Fue en la noche del  11 de diciembre de 1915; era el amanecer y Gardel cumplía 25 años, habiendo programado ir, a la salida del teatro, a celebrar con algunos amigos: Elías Alippi, Carlos Morganti, Pepito Petray, Pancho Martino y Abelenda, secretario de la compañía teatral.
Estuvieron en el Palais de Glace; siguieron luego en el Armenonville y, al salir de allí, se encontraron con Garesio y sus “laderos”. Garesio encaró agresivamente a Gardel. Alippi y otros amigos intervinieron, logrando calmarlo.
Gardel y sus amigos subieron a un coche, dejando el lugar suponiendo que el incidente había terminado. Garesio, obsesionado por vengarse, los siguió y a la altura de Libertador y Agüero los interceptó. De los insultos y gritos pasaron a la pelea. De repente, se escuchó un  disparo de revólver y Gardel cayó herido. Garesio y los suyos escaparon. Algunas versiones señalan a un sujeto llamado Roberto Guevara como autor del disparo.
Gardel fue llevado a una sala de primeros auxilios, comprobándose que la herida estaba a la altura del pulmón izquierdo, siendo trasladado al Hospital Ramos Mejía, donde los médicos opinaron que era muy peligroso realizar una operación y que convenía dejar la bala en su lugar. También se concluyó, por las características del disparo, que se había tirado a matar.
Varios días de reposo y Gardel superó el mal trance quedó superado. La bala quedó alojada en el pulmón durante toda la vida del gran artista.

Alberto Barceló, caudillo conservador, intendente de Avellaneda y legislador nacional, admirador de Gardel, se interesó no solo por su estado, sino también por el tema, tomando parte en el asunto. Barceló sabía que la relación de Gardel con la Ritana no era un gran amor, pero también sabía que no se iba a intimidar por un balazo. Por otra parte Garesio, disconforme con el resultado de la riña, quería seguirla.
Gardel fue convencido que seguir con esa relación podría ocasionar problemas mayores. Por otra parte Garesio también fue "convencido" de que olvidara el tema. El encargado de hacérselo olvidar fue el famoso Juan Nicolás Ruggiero, alias "Ruggerito", mano derecha de Barceló, jefe de su fuerza de choque y encargado del control de los “negocios” de aquél, vinculados a la prostitución y el juego clandestino (ejes del financiamiento de la política conservadora de aquel tiempo). La orden fue muy clara: "Si se tocaba a Gardel, Rugierito aplicaría su remedio" y así quedó terminado el pleito.

                                  
Ya con el Chantecler en marcha, la Ritana era la estrella del lugar y, de hecho, la administradora. Era quien tomaba las decisiones, porque Garesio estaba la mayor parte del tiempo en Córcega o en París.
Entre las mujeres de su época, era una de las más poderosas, con guardia personal y casa puesta a todo lujo.La orquesta de Julio De Caro, que en ese tiempo lideraba el gusto popular, fue convocada para el acontecimiento que fue la inauguración, en diciembre de 1924.

La orquesta estaba compuesta por De Caro como primer violín, su hermano Emilio como segundo violín, Francisco De Caro, el otro hermano, al piano, Ruperto Thompson en el contrabajo y dos bandoneones Luis Petrucelli y Pedro Maffia. Posteriormente, Luis Petrucelli sería remplazado por Pedro Laurenz. Un sexteto de lujo.
El Chantecler  fue un lujoso cabaret con tres pistas de baile y una piscina iluminada por reflectores. La vida nocturna de la época se vivía hasta las cuatro o seis de la mañana.
Tuvo su apogeo en las décadas de 1930 y 1940. Lo frecuentaban políticos y empresarios poderosos, militares, policías y gente de la alta sociedad que, en palcos con cortinados que se cerraban ante la mirada de los curiosos, sellaban negocios no demasiado legales o consumaban encuentros sexuales.

 Por su escenario pasaron las orquestas de Carlos Marcucci, Carlos Di Sarli, Héctor Varela, entre otras, pero quien lideró este cabaret, en términos de arrastre tanguero, fue Juan D´Arienzo.
Juan Polito estuvo presente, con la orquesta que dirigía, en 1932.
La orquesta típica del maestro Joaquín Do Reyes, lo hizo en 1935. Durante un tiempo Do Reyes interpretó un tango del cual era autor y que no tenía nombre. El poeta Celedonio Flores, también habitué del lugar, a instancias del propio Do Reyes lo versificó siendo bautizado como "Yo no sé llorar", sugerencia que se le adjudica a Pepita Avellaneda (Josefa Calati), figura de larga actuación en los albores de la guardia vieja en cafés y lugares de tango, donde actuaba como cupletista. Permaneció en el Chantecler como encargada del guardarropas, hasta su demolición.
Un personaje emblemático del Chantecler, era el animador del lugar, Ángel Sánchez Carreño*, más conocido como El Príncipe Cubano, nombre puesto por madame Ritana.

                             

Una noche de 1935 el maestro D’Arienzo se quedó sin su pianista, Lidio Fasoli, incorporando a prueba a su orquesta a Rodolfo Biagi (“Manos brujas”), músico y pianista entonces de 29 años, quien desde su piano cambiaría toda la marcación rítmica, dándole a la orquesta un nuevo sello propio; febril, avasallante y bailable. Fue así que D’Arienzo dejó el compás de 4 x 8 para volver al primitivo 2 x 4, marcado por el piano de Biagi, creador de esta modalidad. El cambio significó un éxito total entre los amantes del baile que añoraban el 2 x 4. Alguien dijo: "D'Arienzo le puso alas a los pies de los bailarines". Esto le valió que Ángel Sánchez Carreño, el "Príncipe Cubano", le adjudicara el mote de "El Rey del Compás".
Fue así que en el Chantecler nació el estilo D´Arienzo, dando origen a una nueva modalidad de ritmo marcado y acelerado, con armonizaciones especiales para los bailarines.
Enrique Santos Discépolo dijo entonces: “Juan D’Arienzo, trasladó el tango de la cabeza a los pies…”. El compás había renacido una noche del Chantecler.

 El 12 de noviembre de 1937 en el Vieux Paris (denominación que entonces tenía el Chantecler) se realizó un “diner dansant” de gala a total beneficio de la Colonia de Vacaciones de los Actores, que se llevaría a la práctica en Córdoba.  La fiesta congregó a muchos artistas de radio, teatros y cine, destacándose la dedicación y atención brindada por la dirección del Vieux París, cuya gerencia estaba entonces a cargo de Juan Serrat (Propietario-fundador luego del Tibidabo y el Marabú); remarcando el más exquisito buen gusto en el aspecto de la sala, la ornamentación del jardín y el servicio, en general.
En diciembre del mismo año se realizó un homenaje a Alberto Ballerini, productor, director y autor teatral, traductor, notable actor cómico y empresario argentino que fue esposo de la primera actriz Blanca Podestá. Asistieron artistas de radio y teatro, periodistas, escritores, comerciantes y amigos. El motivo inicial del homenaje fue el éxito del concurso de obras teatrales, organizado por la Cervecería Palermo, que contó como director al homenajeado, aunque esa demostración se hizo extensiva a su larga labor de autor, actor y empresario. Alberto Vacarezza y Héctor Quiroga hicieron uso de la palabra. El primero, con una interesante improvisación y el segundo recordó con gracia algunas anécdotas de Ballerini.

La orquesta de Juan D'Arienzo con Alberto Echagüe en el Chantecler

A mediados de diciembre de 1937, el Vieux París publicitaba los servicios para las fiestas, destacando la cómoda terraza-jardín del Restaurant-dancing, su buena cocina y esmerado servicio, en pleno centro de la ciudad; con grandes orquestas y calificados artistas. Anunciaba entonces que a las orquestas Pensilvania y Ángel D’Agostino, sumaría un plantel de artistas radiotelefónicos.

Ya en febrero de 1938, fueron homenajeados en el Vieux París los directores de Radio Cultura, Guillermo del Ponte y Alfredo L. Gregorio. Entre las artistas que asistieron a la fiesta, estaban Marta Swanson y Tita Merello.
El mismo mes de febrero de 1938, Caras y caretas y Radio Municipal organizaron la Gran Carrera de Mozos de Café, a la que asistieron más de 30.000 espectadores, para ver a los mozos desplazándose rápidamente, con sus bandejas cargadas, sorteando los “obstáculos” puestos en la pista (mesas y sillas, con sus correspondientes "consumidores"). En la carrera de competencia, el primer Gran Premio Cigarrillos 43 lo ganó Herminio Fuente, mozo en el local de Sarmiento 222. José Ledo, mozo del Vieux París obtuvo el segundo puesto. Con motivo de la exitosa participación en la organización de la competencia, en la noche del 9 de abril se ofreció un “diner dansant” en el Vieux París, en homenaje a Vicente de la Vega.
El 1 de julio de 1938 se realizó un  festejo con motivo de cumplirse el primer aniversario de la actuación en el Vieux Paris del maestro D’Agostino y su orquesta.

En 1938 Antonio Bonavena presentó su orquesta, debutando un joven cantor de solo 16 años que se llamaba Roberto Rufino quien, tiempo más tarde volvería de la mano del maestro Carlos Di Sarli.
En 1941 actuó la orquesta de Miguel Zabala (Zabalita), con el bandoneón de Domingo Rullo, uno de los grandes del ese instrumento.
El legendario Agustín Irusta también fue figura de este escenario memorable.
En 1950, el maestro Héctor Varela presentó a Rodolfo Lesica como cantor estable, junto a Armando Laborde, remplazado en 1952 por Argentino Ledesma.
Otra de las voces del Chantecler fue la de Oscar Ferrari, cantor de las orquestas de Armando Pontier y José Basso.
En los años ’50 Norberto Palese (conocido como Jorge Cacho Fontana) se inició animando las noches del Chantecler.

                             

Oscar Alemán que actuaba en la compañía de Pablo Palitos fue uno de los números de jerarquía del Chantecler. Alemán fue uno de los showman más grandes de Argentina. Se multiplicaba en el escenario, alternado en su actuación con distintos instrumentos: el cavaquinho, el ukelele, la guitarra y cantando en distintos idiomas: francés, portugués o castellano.
Muchas figuras más dieron brillo, con su aporte artístico a las noches del Chantecler.
En 1960, coincidiendo con la etapa de decadencia del tango, el avance de la televisión y el envejecimiento de los antiguos milongueros, se diezmó la concurrencia a este templo musical. Fue entonces cuando los propietarios decidieron vender el local en 1957, que finalmente acabó siendo demolido en 1959.


 (EFWM-Iberinfo_Buenos Aires)