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jueves, 30 de agosto de 2018

La luz de un fósforo

Me satisface poder comunicar que han pasado de novecientas mil las visitas a este blog tanguero y milonguero que arrancó, modestamente, en febrero de 2012 y que hoy se ve en muchos países del mundo. Al día de hoy hay más de 1550 entradas. Todo ello me impulsa a seguir contando historias tangueras, algunas de las cuales he vivido de cerca y en otras me explayo a partir del sentimiento y de anécdotas y hechos que abundan en el género y que me permito revivir.

Claro que le permanencia de Tangos al bardo es más duradera que el título de este hermoso tango con el que pretendo celebrar el acompañamiento de tantos compañeros de travesía que siguen la página y me incitan en la continuación de la misma. Y he elegido La luz de un fósforo porque me parece un tango hermoso que ratifica aquello de que los versos y la música,  cuando tienen el color y la sustancia debida, el rostro pasajero de un amor, la música nostálgica, el brillo del canto, se encandenan a nuestros sentimientos para siempre.

                                       


Los versos son de Enrique Cadícamo, ese poeta que nos dejó tantas pinturas evocando la época que vivió como pocos y contando algo ligero como un soplo de vida, que se galvaniza con la música del pianista y compositor Alberto Suárez Villanueva y el registro primero de Aníbal Troilo con la voz de Alberto Marino,  llevado a cabo el 17 de diciembre de 1943, que fue todo un impacto.

De paso me complace recrear la figura de este pianista rosarino, uno de los que llegaron a Buenos aires y se amontonaron en la mítica Pensión La Alegría, de la calle Salta 321, donde Humberto Cerino y su esposa atendían a tantos huéspedes arribados de distintos pueblos y ciudades, y que harían historia en el tango. Entre ellos Francini, Pontier, Antonio Ríos, Ahumada, Barbato, Herreros, Argentino Galván, Scorticati, Howard, Tití Rossi y tantos otros.

                                         


Suárez Villanueva traía una sólida formación musical y gracias a la amistad que entabló con Enrique Cadícamo, y al consejo de éste,  frecuentó a Juan Carlos Cobián, quien le dió una mano cordial y le transmitió algunos códigos y fundamentos del tango. Ocupó el sillón del piano en algunos conjuntos y en forma efectiva en radio Belgrano, donde Libertad Lamarque estrenó un hermoso tango suyo "Din Don", con Evaristo Fratantoni. Tenía 24 años y su destino parecía destinado a idear melodías, estructurar temas, siempre en la idea de concertar ese ritmo sencillo y unviersal que imprimirá a sus creaciones.

En este sentido demostró su gran sensibilidad al componer piezas tan sentidas como Es en vano llorar, Lloran las campanas, Mientras duerme la ciudad, Al compás de un tango, Lejos de Buenos Aires, Tu melodía, Quiero que sepan, todas con versos de Oscar Rubens. La sociedad entre ambos devenía del hecho de que Suárez Villanueva había sucedido a Mariano Mores en la Academia de los Rubistein como profesor. También engarzó temas con Eduardo Moreno, con el citado Fratantoni, con Cadícamo, Razzano y otros.

Ocupó el palco del Marzotto de la calle Corrientes, al frente de su orquesta durante un tiempo prolongado. Estaría algunos años radicado en Montevideo, donde abrió una Academia y al regreso se dedicó a la enseñanza y siguió componiendo temas. Uno de los más bellos es sin duda La luz de un fósforo, con su amigo Cadícamo, que en su momento fue todo un suceso. Y que hoy revivo aquí.

Nos encontramos, tú y yo,
y al conversar, 
nos detuvimos...
Un algo raro tenías
cuando callabas,
cuando reías...
La esgrima sentimental
al fin surgió
la tarde aquella...
Después... ¡qué poco quedó!
El viento, todo lo llevó.

Cadícamo ya dijo casi todo en la primera parte. El rapsoda del tango que nos obligó a memorizar sus versos con la levadura de su palabra, bosqueja el comienzo del amor que muere antes de nacer y lo metaforiza con la luz brillante, llamativa y fugaz del fósforo encendido. A la vez nos quedan incógnitas. ¿volverían a verse? ¿Consumarían el amor? Y nos tiene pendientes en la siguiente estrofa.

La luz de un fósforo fue                             
nuestro amor
pasajero...
Duró tan poco... lo sé...
como un fulgor
que da el lucero...
La luz de un fósforo fue,
nada más, 
nuestro idilio...
Otra ilusión que se va
del corazón
y que no vuelve más...

Uno piensa que este tema debería tener continuación, nuevos encuentros, pero Cadícamo con su pericia poética lo desdibuja y lo inserta en la chatarrería sentimental, dejándonos el posgusto de lo que prometía y no pudo ser, en dos líneas finales:

La vida es toda ilusión
y un prisma es el corazsón...

Vale la pena recordarlo en la versión de ese excelente cantor que es Ariel Ardit acompañado por la magnífica orquesta que dirige el pianista Andrés Linetzky. El arreglo es muy destacable incluso.

                                     






martes, 28 de agosto de 2018

Victor D'Amario

Este bandoneonista de La Plata merece el recordatorio por su trayectoria, la herencia musical que dejó, su obra autoral y la orquesta que se pudo escuchar en las décadas del cuarenta y cincuenta por varias emisoras, e incluso bailar con la misma. Cosa que me sucedió, por acompañar a un amigo, al Palacio de las Flores en la calle Basavilbaso, cerca de Retiro. Esa noche tocaba la típica de D'Amario y una de jazz. A las cuatro de la mañana cuando salíamos, abajo, había una cantidad impresionante de canastos muy grandes de flores de todo tipo para vender a los distribuidores, como era habitual.

La orquesta sonaba bien, pasaron muchos cantores por la misma, tenía un ritmo lento, quizás en el estilo de Pedro Maffia, con quien supo estudiar, cuando se trasladó a la Capital, intentando galvanizar sus conocimientos y estudios y plasmar su devoción por el bandoneón. Que también transmitiría a su hermano Edelmiro, menor que él. Incluso se codearía con Anselmo Aieta que lo recibió con mucho cariño al comprobar la seriedad y entusiasmo del muchacho.

                                                  

Allí aprendió que el bandoneón tiene algo de mágico, y a la vez, de mendigo. Y lo emocionante  que representa la humildad de su respiración. Allá en La Plata había estudiado música y bandoneón con los maestros Juan Sanguinetti y Ponciano García. Tenía 25 años cuando por fin llegó el momento de tener su propia orquesta que debutaría en la platense y coqueta Confitería París. Y a partir de allí continuaría su periplo en los bailes de carnaval del Club Gimnasia y Esgrima La Plata, en el Jockey Club, en radio Provincia y bailes diversos.

Estaba ya entrenado y convencido de dar el salto y se presentaría con su conjunto nada menos que en radio El Mundo, que le abrió sus micrófonos, enterado su director artístico de la valía de la orquesta.Atrás quedaban su intervención en una orquesta de señoritas que no conseguía bandoneonista, el acompañamiento a la cancionista Mercedes Carné, el paso por emisoras como Mitre, radio Del Pueblo y el espaldarazo que significó tocar con su orquesta en el mítico café Germinal de la calle Corrientes.

                                       
 El periplo artístico lo conduciría por cabarets como Tibidabo, Piccadilly, Chantecler, Cote D'Azur (25 de Mayo y Corrientes), Empire y clubs donde animaba los bailes del fin de semana. Algunos de ellos serían Boca Juniors, Vélez Sarsfield, Italiano, Gimnasia y Esgrima, Almagro y otros. Radio Splendid también lo contrataría en horarios centrales, permitiéndole subir su caché y su popularidad.

Pese a carecer del prestigio de las grandes orquestas típicas del cuarenta y cincuenta, Victor D'Amario realizó más de cien registros discográficos en los sellos Pathe, Almali, Dispron, y DPS. Incluso como compositor tiene una obra muy poblada de creaciones propias, muchos más temas de lo que su nombre pareciera indicar. Unos 140 títulos que incluyen instrumentales y otros en colaboración con poetas como Julián Centeya, Homero Expósito ("Las cosas son así"), Leopoldo Díaz Vélez, Abel Aznar, Enrique Dizeo, Oscar del Priore y otros.

                                    
 
En su estadística discográfica intervinieron muchos cantores, entre ellos: Elsa Rivas, Diego Solís, Horacio Casares, Luis Correa, Carlos Almagro, Carlos Cristal, Alfredo Dalton y una extensa lista. Podemos recordarlo a través de un tango instrumental: La torcacita, de José Martínez, aquel pianista de Canaro. Lo grabó con su orquesta el 15 de octubre de 1951.

La torcacita - Víctor D'Amario

miércoles, 22 de agosto de 2018

Equipaje

En las lungas travesías de Madrid a las playas del sur o del Norte, no dejan de sonar en el reproductor de mi coche, todas aquellas grabaciones que se quedaron pegadas a mi espíritu tanguero. A la vez me llenan de recuerdos, de anécdotas y los paisajes que transito pasan a un segundo plano. Este tango del título lo repetí varias veces porque me encanta desde la primera vez que lo escuché hace taitantos años... Carlos Bahr engancha tres o cuatro frases que muestran su talento y también sorprenden:

Mucho llevo y más no quiero 
ya completan mi equipaje,
un amor color de cielo 
y un rencor color de sangre.

Fue un bardo muy prolífico, tuve la suerte de conocerlo, me lo presentó Manolo Sucher en el bar de Esmeralda y Lavalle y cuando Manolo se paraba para ir a atender a otro amigo, me quedaba con él hablando de sus tangos. Sonreía, porque yo era jovencito pero me quedaban en la memoria los temas y sus autores, que los presentadores radiales siempre... siempre, mencionaban. Y así se quedaban en mi cerebro, esos compositores y poetas tan decisivos para el tango.

Carlos Bahr

Equipaje lleva música del bandoneonista y director Héctor María Artola. La ideal para acompañar los versos de Carlos Bahr, que en sus tangos, milongas y valsecitos diera cauce a tanta creatividad poética. Sus empinados versos creados en un ayer del tiempo relucen y devienen en actualidad, porque no han perdido un ápice y mentienen el relumbre de lo esencial. Y esa manera romántica de expresarse.

Un sobrante de ternura 
que no tuvo en quien quedarse,
y un dolor, que por constante
no me quiso abandonar.

En esta cuarteta inicial, el poeta ha plantado su bandera y nos conmueve. Sí, porque esas frases dicen mucho más de lo que pinta la apariencia. La poesía sirve para eso, para pegarse caprichosamente a nuestras vidas, y en muchos tangos llevamos nuestra piel adosada a ellos, debido a tantas experiencias, el hilo que las engarza y el fuego interior que nos consume. Bahr comienza a ver las cosas de nuevo, desde un punto de vista diferente, con su torrente de sensaciones. Y el fracaso del amor.

Ya es muy pesado para quien no tiene
ni un canto amigo que achique penas,
ni una sonrisa que la tarde espere
ni una esperanza de llegar de vuelta.
Sería más fácil caminar si en mi equipaje
llevara un resto de ilusión, un sueño, 
pero tus manos, sin piedad rompieron
todos los sueños de mi corazón.

                                         
Me contaba Carlos Bahr que sus tangos contenían experiencias propias y de gente que le contaba sus peripecias. Las absorbía, en este último caso y las "vivía" en el papel, al que trasladaba la fatalidad de lo cotidiano. La representación de la vida y sus evanescentes retornos. Y así nos dejaría una obra muy importante que almacena la memoria y nos acompaña desde el disco, aunque sólo haya cursado la enseñanza primaria. Verdaderas pinturas que llenaron toda una época del tango y hoy se revalorizan, pese a que, curiosamente, nunca pudo vivir de su obra autoral, que es impresionante.

Antes de incorporar este tango de Bahr y Artola a su repertorio,  Aníbal Troilo ya había llevado al disco nada menos que siete tangos del poeta nacido en  la Boca: Sencillo y compadre, No te apures Carablanca, Corazón no le hagas caso, Tango y copas, Sosiego en la noche, Cada día te extraño más y Me están sobrando las penas. Todos temazos que no pierden vigencia y que estarían en los atriles de orquestas y cantantes varios.

Equipaje fue el octavo y para mí es un referente claro y vital de su obra. Lo cantó Floreal Ruiz con toda su clase y su maravilloso fraseo, grabándolo con la orquesta de Pichuco, el 27 de marzo de 1945.
¿Lo escuchamos otra vez?

 Equipaje - Aníbal Troilo-Floreal Ruiz




domingo, 19 de agosto de 2018

Raúl Kaplún

Las otras noches me llamó la atención el comentario de una muchacha que estaba bailando conmigo al compás de Carlos Di Sarli. Entre pieza y pieza de la tanda, y respondiendo a una pregunta suya, le hablé de la conducción y marcación del director desde el piano y los violines dibujando la melodía, prevaleciendo sobre los bandoneones, que era la característica de la orquesta. Y entonces, ella, que tiene apenas experiencia en el tema me dijo:
-El otro día escuché unas hermosas variaciones de violín de Raúl Kaplún en el tango "Tierra querida"...

Claro, mientras la acompañaba a su mesa, vecina a la mía, y ante su requerimiento le estuve explicando lo que fue Kaplún en el tango, su categoría de músico, y su importancia dentro de la escuela virtuosista del violín. En la cual numerosos instrumentistas de origen judío, como Kaplún, dejaron su maravillosa impronta: Bernardo Stalman, Szymzia Bajour, Simón Resnik; José Nieso, Mauricio Mise, Jacobo y Julio Dojman,  Leopoldo Schiffrin, Sammy Friedenthal, Jaime Tursky, Natalio Finkelstein, Pedro Sapochnik, José Stilman o Leo Lipesker sirven como ejemplo.

                                           
Raúl Kaplún

Se llamaba Israel Kaflun y nació el 11 de noviembre de  1910, en el porteño barrio del Once, hijo de Eliezer Kaflun y  Clara Finkel. Los padres lo orientaron hacia la música y el pequeño escogió el violín. Tendría como profesores a Marcos Sadovsky, José  Farga y  Edmundo Weigard. Comenzaría a los 13 años acompañando en una orquesta, en los cines, a las películas mudas de entonces.

Contaba 16 cuando comienza a merodear en las filas del tango. Para ello hizo falta que Miguel Caló lo viera con su violín en la orquesta de jazz de Julio Rosemberg, que amenizaba la presentación del Cine Astral en Corrientes y Callao. Caló dirigía la típica y le pareció que ese chico encajaría perfectamente en su sexteto. A partir de allí formaría con Caló y Domingo Cuestas en bandoneones,  Estanislao Sabarese y Raúl Kaplún en violines, Luis Pucherito Adesso en contrabajo y  y Armando Baliotti al piano. El cantor era Roberto Maida.

                               
Raúl Kaplún, izq. es el primer violín de la orquesta. A su lado Enrique Francini


Cuando Caló se va a España con la orquesta de Cátulo Castillo, Kaplún se integra en el conjunto de su amigo Armando Baliotti, con el que estaría durante seis años. Incluso, en el famoso certamen que organizó el vespertino Crítica en 1933, obtendrían el segundo premio por detrás de El mareo de De Caro, con el tango El tábano (de Baliotti y Ginzo).  Al volver Miguel Caló de Europa le ofrece ser el primer violín de la orquesta y ello se materializa, por fin, en 1933. Lo esperan la radio, actuaciones en salas varias y el disco.

El musicólogo Luis Adolffo sierra analizó con sabiduría y mucho acierto esa nueva etapa del tango.

-En 1937 tuvo la orquesta de Miguel Caló un momento excepcional, cuando Argentino Galván tomó a su cargo los arreglos instrumentales de la misma.  Entre las novedosas  innovaciones interpretativas surgió el llamado virtuosismo violnístico en el tango.  Predominaba entonces la forma clásica de "cantar" las melodías, cuyos exponentes más significativos fueron -como ya se ha dicho- Agesilao Ferrazzano, Cayetano Puglisi, Julio De Caro, Manlio Francia y Elvino Vardaro. Con Raúl Kaplún, primer violín de la orquesta de Miguel Caló, explotó Argentino Galván las notables aptitudes técnicas de aquél, escribiéndole los pasajes solistas con dificultades tales que exigían al máximo su gran destreza interpretativa. Y esa revolucionaria forma virtuosista de ejecución del violín en el tango -cuyo precursor fuera Antonio Rodio- y que Raúl Kaplún exaltara con nuevos perfiles en los arreglos de Argentino Galván, tuvo su máxima culminación luego en el prodigioso tecnicismo de Enrique Mario Francini, y posteriormente en Simón Bajour.

La orquesta de Lucio Demare lo reclamaría en 1942 y en su paso por este conjunto vuelve a dejar la marca de su capacidad musical. Los bandoneones eran Máximo Mori (arreglador), Santiago Cóppola, Domingo Capurro y Nicolás Pepe. Bastaría con escuchar los registros discográficos de este gran pianista con su conjunto para volver a valorar el sello de Kaplún como primer violín del mismo.

                       


 Aunque Raúl Kaplún no fue un compositor de gran obra, en la orquesta de Demare pudo ver cómo algunos de sus tangos cobraban vida con la la hermosa melodía del conjunto. Allí se estrenaría con Canción de rango (cantado por Roberto Arrieta), Una emoción, que cantó Berón y Nos encontramos al pasar (cantado por Horacio Quintana), los tres con  con letra de José María Suñé. Y otro tema suyo de gran recorrido y que me encanta es Qué solo estoy, que lleva versos del locutor Roberto Miró, y canta maravillosamente Berón.

Por fin dará el salto y forma orquesta propia. Es cuando Lucio Demare recibe una invitación para viajar a Cuba, donde aún brotaba el recuerdo de la actuación del célebre trío Irusta-Fugazot-Demare.  Entonces  Kaplún dio el paso, instado por sus propios compañeros, el cantor  Horacio Quintana y el representante José María Suñé. Con este último compondrían para la nueva orquesta el tango: La mesa de un café.

Corría el año 1946 y en sus filas estaba Julio Ceitlin, como violinista y arreglador. Incluso alternó algunas veces Máximo Mori, pero los músicos del conjunto  no eran figuras destacadas. El cantor Horacio Quintana dejó el conjunto y desfilaron varios cantores por el mismo. Incluído un adolescente dieciochoañero  Roberto Goyeneche, a quien Kaplún probó y quedaría asombrado, en el tango Corrientes y Esmeralda. Luego diría:

-No lo puedo olvidar. Estaba yo tocando el violín, mientras él cantaba Mi tango triste y me corría un sudor frío por la espalda, de la emoción, por cómo lo hacía...

                        
Raúl Kaplún, de blanco, al frente de su orquesta típica
                                
Entre los años 1950/51, la orquesta de este crack del violín dejó apenas ocho escuálidos registros discográficos, entre los que destacan sus instrumentales Estaño, Recuerdo y el citado al principio: Tierra querida, de Julio De Caro. Una verdadera pena, porque la orquesta sonaba muy bien y los solos de violín del director, de complejos e inesperados dibujos nos siguen llamando la atención en esas raquíticas grabaciones.

En 1952, con sus jóvenes pero maduros 42 años, resolvió disolver la orquesta y retirarse de la música. Quería estar más tiempo con su esposa y sus dos hijas y sólo esporádicamente volvería para grabar con la orquesta de algún amigo por una llamaba de urgencia.

Y volviendo al comienzo de la nota, trayendo el comentario de la joven milonguera, los invito a escuchar el tango Tierra querida, que Julio De Caro compusiera en Río de Janeiro, en un momento en que la nostalgia por su tierra lo estaba eanvolviendo.

Tierra querida - Raúl Kaplún .




miércoles, 15 de agosto de 2018

Cobián, el gran renovador

-(...) En 1928 accedió Cobián a concretar un nuevo ciclo discográfico para Victor. De esta incursión, como siempre reducida a unos pocos registros por su proverbial inconstancia en la continuidad de su actividad profesional, dejó una serie de títulos suyos de reciente composición, tales como ¿Me querés?, Hambre, Vení,vení.... El único lunar, Lamento pampeano, Ladrón y Mal camino. Formó como siempre un conjunto de muy calificados instrumentistas que condujo desde el piano, compartido ahora con René Cóspito o Rodolfo Biagi alternativamente, con el objeto de hacer resaltar el apoyo rítmico de la orquesta. Y junto a ellos Luis Petrucelli, Ciriaco Ortiz, Nicolás Primiani (bandoneones); Elvino Vardaro, Manlio Francia, Fausto Frontera (violines); Humberto Constanzo (contrabajo) y la voz de Francisco Fiorentino.

Juan Carlos Cobián en 1943

La vinculación de Cobián con Enrique Cadícamo dio lugar a la formación del binomio autoral acaso más representativo en lo que a jerarquía artística se refiere, dentro del tango canción. Músico y poeta se consustanciaron en una inspiradísima labor conjunta de la que surgieron éxitos memorables imprescindibles en las más selectas antologías del género. La casita de mis viejos fue el primer trabajo autoral en colaboración, de Cobián y Cadícamo. Lo estrenó la cantante brasileña Ítala Ferreyra en la temporada de revistas, en el desaparecido teatro Buenos Aires, con la actuación personal de Cobián como pianista en escena.

Se sucedieron otros aciertos en colaboración. Niebla del Riachuelo, incluído en
la trama argumental de la película La fuga, protagonizada por Tita Merello y José Gola, Divagando, Rubí, El campeón, la milonga Rosa carmín. El colaboración con Enrique Dizeo compuso Cobián los tangos Has cambiado por completo y Volvé a mi lado, y con Celedonio Flores, Es preciso que te vayas.

La depla creadora de tangos de leyenda: Cadícamo y Cobián
                                 

En pleno auge de la comedia musical porteña, Alberto Ballerini encargó a Cadícamo y Cobián el libreto y la música, respectivamente, para un espectáculo  de aquel género en el Teatro Smart. El tango central de la comedia que debía cantar Roberto Páez era nada menos que el luego famoso tango Nostalgias. Pero a Ballerini no le gustó. Entendía que su estructura musical era demasiado compleja para esa circunstancia. Los autores retiraron con bastante desagrado la obra musical de referencia, componiendo en su reemplazo el tango titulado El cantor de Buenos Aires.  Así Nostalgias quedó postergado hasta el año siguiente, que sería el de su consagración.  Fue en 1936, cuando Cobián resolvió formar  nueva orquesta para debutar en el aristocrático dancing Charleston, de la calle Florida entre Paraguay y Charcas. Cobián al piano,  Cayetano Puglisi, Claudio Cassano (violines), Ciriaco Ortiz, Toto Rodríguez (bandoneones), Valentín Andreotti (contrabajo) y el cantor Antonio Rodríguez Lesende. Nostalgias fue estrenado por Rodríguez Lesende, del que aquel notable vocalista de nuestro tango (injustificadamente olvidado en los corrientes inventarios artísticos de nuestro medio) hizo una verdadera creación.. Y Nostalgias pasó a la inmortalidad, contándose entre los tangos de mayor difusión universal.

                                       

 Estuvo por entonces Cobián en plena actividad. Integró el siempre recordado Trío número uno por radio El Mundo, con el bandoneón de Ciriaco Ortiz, el violín de Cayetano Puglisi y el cantor Rodríguez Lesende. Los bailes de carnaval de 1937 en el teatro Politeama ofrecían la presentación de una numerosa orquesta de tangos dirigida por Cobián, integrada por primerísimos instrumentistas Ciriaco Ortiz, Cayetano Puglisi, Aníbal Troilo, Orlando Goñi, Hugo Baralis, Jorge Fernández, Toto Rodríguez, los cuatro hermanos Sciarreta, Miguel Jurado) y Rodríguez Lesende, el cantor de la mayor predilección de Cobián. Con su inseparable frac y una indumentaria confeccionada a medida para la numerosa orquesta, ofrecía la perspectiva de un verdadero espectáculo visual su presencia  en el escenario giratorio del Politeama. Pero ocurrió lo que parecía increíble, si no se tratara del temperamento versátil y repentista del gran compositor. Luego de los cuatro bailes iniciales de la semana de carnaval, desapareció Cobián. Se cancelaron las siguientes presentaciones programadas, y se supo después de varios días que el eterno viajero había emprendido  un nuevo viaje al extranjero, esta vez rumbo a Brasil, vaya a saber tras que alucinación romántica....

Años después volvió a Buenos Aires. Y volvió también a formar orquesta, que sería su última incursión artística en el mundo del tango, al que tanto contribuyera con su admirable talento musical. Inauguró otro lujoso centro nocturno, el Embassy de la calle Charcas frente a la plaza San Martín. Orquesta numerosa, con excelentes ejecutantes y el espectáculo siempre atractivo de Cobián dirigiendo de frac a su brillante conjunto. Luego se apagó de pronto el infatigable trajinar artístico de Cobián. Se alejó de la actividad musical, recluyéndose en su departamente del cuarto piso de Montevideo 646. Había perdido todo interés por seguir su derrotero invalorable de las grandes creaciones artísticas. Presentía posiblemente que entraba en el ocaso de aquella época brillante de la gran ciudad con refinado espíritu galante, del que fuera centro de atracción por su música y por la arrogancia señorial de su personalidad.

                                 

(...) Uno de esos viernes tan gratos para la evocación  de momentos intensamente vividos, en que nos reuníamos en una cantina de San Luis y Jean Jaurés, nos anunció su internación dos días después en el hospital Fernández para someterse a la simple extracción de una pequeña catarata ocular. Una desconocida intolerancia orgánica para los antibióticos le produjo un gravísimo trastorno hepático, con el doloroso desenlace de la partida inexorable del talentoso músico, el 10 de diciembre de 1953.
Tenía 56 años.

Luis Adolfo Sierra (Extracto de una larga y completa nota sobre la vida artística de Cobián)

jueves, 9 de agosto de 2018

Piana y Manzi

Constituyen una de las duplas más geniales que ha tenido el tango. Hay otras famosas como las de Cobián-Cadícamo, Aieta-García Giménez, que sin duda han dejado profunda huella en el género, pero hoy me toca revisitar a estos próceres del tango, la milonga y el valsecito porteño, que tanto han inluído en la música popular rioplatense. Sobre todo como creadores de la definitiva milonga, tan distinta de la anterior, que era  una especie de payada pueblerina, con versos octosílabos que se acompañaban con rasguidos monódicos de guitarra.

Milonga sentimental y Milonga del 900, creada por estos dos amigos que se conocieron en el Café del Carpintero, ubicado en San Juan y Loria del barrio de Boedo, en 1926,  fueron la puntada inicial para que se incorporaran a la familia del tango, especialmente luego que las estrenara Pedro Maffia con su orquesta en el Teatro San Martín de la calle Esmeralda, transmitido por "La voz del aire". Las habían grabado Mercedes Simone y Carlos Gardel, pero interpretadas por la orquesta recibieron el pláceme de los milongueros de aquellos años treinta, en que comenzaron a bailarlas.

                               
Manzi estaba viviendo con su familia en la Avenida Garay, cuando en 1925, la revista El alma que canta organizó un concurso que llevaba como lema "Buscamos  al poeta del tango". Homero tenía entonces 19 años y mandó su verso llamado El ciego del violín. Al ser publicado en la revista, Cátulo Castillo, que ya tenía amistad con Manzi, reconoció el tema y lo fue a ver para decirle que le gustaría ponerle música de tango.  Así quedó excluído del certamen, Cátulo le presentó a Piana y entre los dos le adosaron la música. Lo estrenó Roberto Fugazot en la pieza teatral de Ivo Pelay: "Patadas y serenatas en el Barrio de las latas".

Era el diploma que necesitaba para comenzar a ser "el poeta de las cosas que se fueron", como lo llamó Enrique Santos Discépolo.Y Manzi, que ya militaba en la política universitaria y se recibiría de Profesor de enseñanza secundaria, establecería con Piana una sociedad que nutriría al tango del polen hermoso que destilaban sus creaciones. Bajo la admonición de José González Castillo, padre de Cátulo, hombre de teatro y poesía, Boedo sería testigo de la obra consagrada al cancionero popular con la paleta estilística y tan personal de Manzi y el gran talento musical de Piana.

                                       
Manzi dijo una vez que si tenía que elegir una de sus creaciones, se quedaría con El pescante, hermoso tango que hiciera con Piana y que retrata un cuadro de ayer, el del carrero volviendo al corralón, con su carga de recuerdos, que no me canso de escuchar. Y  De barro, también obra de esta yunta es un tangazo. La dupla con Piana siguió produciendo milongas de fuste como: Juan Manuel, Carnavalera,  Milonga de los fortines, Milonga de Puente Alsina, Papá Baltasar, Pena mulata, Betinotti, Boina blanca,  Milonga triste.

En la revista Esto, del 8 de junio de 1954, Facundo Flores dice que:

-La milonga, tal como la crearon estos autores, no ha sido aún debidamente estimada en sus posibilidades universales y representativas de dos aspectos de nuestra cultura intrínseca a través de nuestras canciones populares. En Milonga triste, por ejemplo, la forma folklórica es tratada con lenguaje unviersal y estrictamente literario; la consustanción de música y letra, a la manera de un lieds, no fue el resultado de una agilidad profesional de intuitivos, sino, según propias palabras de Piana, Milonga triste la escribió Homero bajo la fuerte influencia que por esos años ejercía García Lorca sobre los poetas jóvenes de la órbita castellana, lo que, con su maravilloso poder de esclarecimiento nos lo hicieron comprender antes que el poeta nos abandonara.

Cátulo Castillo, Manzi, Piana y Pedro Maffia (cuñado de Piana). Eran jóvenes.

Piana y Manzi dejaron una obra profusa y profunda. Valsecitos como Esquinas porteñas, Paisaje, Volverás... ¿pero cuándo?, Sombras porteñas, Serenata gaucha, que ahondan en la capacidad poética entrañable y depurada que lo hace incomparable en su estilo a Homero. Igual que la lista de los muchos tangos y canciones creadas entre ambos. Piana fue un compositor impresionante en cantidad y calidad y Manzi le canta a las cosas que van desapareciendo lentamente. Busca fijar los últimos coletazos de una ciudad que se transforma. Y en su perspectiva aparecen los personajes perdidos, los nombres olvidados. Incluso aquellos amores juveniles que se desdibujan en el tiempo. Y nos deja un friso que representa magistralmente, la poesía de Buenos Aires, pintada en tango. Su sociedad con Piana, desarrollada a lo largo de los años, es un regalo para el alma de los que amamos el tango.

Recordamos a estos dos enormes creadores, con el tango Cornetín, compuesto entre ambos, y que grabara Carlos Di Sarli con su orquesta y el cantor Roberto Rufino, el 5 de marzo de 1943.

Cornetín _Carlos Di Sarli -Roberto Rufino

lunes, 6 de agosto de 2018

Aromas

Se trata de un tango de los hermanos Fresedo que despierta recuerdos adormecidos en mi cerebro, me transporta en el tiempo y lo escucho con esa resonancia que tienen algunas canciones que permanecen pegadas a mis andanzas juveniles, mis circunstancias, el barrio, la milonga, esas tardes-noches junto a  la radio. El tango estaba presente permanentemente en la recreación de los discos, de las orquestas y cantantes en directo. Y este tema tiene eso que dice el título: Aromas. De un tiempo ido, pero con una melodía que pemanece firme en el presente por el sello fresediano que la hermosea.


Emilio Fresedo, padre de Oscar -con quien en una época coincidimos mucho en el boliche frente a radio El Mundo-, fue violinista y actuó fundamentalmente en la orquesta de su hermano Osvaldo. Un día decidió dejar la música y dedicarse a escribir versos de tango. Gardel le grabó siete temas suyos, entre ellos Aromas. También lo hizo con Cielito mío, El once, Pobre chica, que llevan música de Osvaldo; Del barrio de las latas y Sonsa (con Raúl de los Hoyos) y Paseo de Julio, letra y música suyas.

Me gustan muchos de sus temas y ese engarce que tenían sus versos con la música de su hermano menor, le dan el toque exaltante, íntimo, romántico, tan del estilo de la orquesta. Por eso no me canso de escucharlo a través de los años, con la misma sensación en el alma. La voz de Roberto Ray le añade el toque exquisito, el melodismo preciso, el gusto expresivo sin exaltaciones. Y el verso cobra expresividad especial, arrullado por los violines.


En mi pecho anida una pena
que no sé del todo explicar,
solo siento que corre serena
una vida que pasa y se va.
Como aromas deja el pasado
de otro tiempo que fue mejor,
y ese sueño de niño, dorado,
vio lo cierto cuando despertó.

Son las singladuras de la vida, los momentos álgidos, los románticos, los tristes, que están escondidos en algún rincón del alma, y que en un determinado momento, los destellos de la memoria los van hilvanando con la fatalidad de lo cotidiano. En ese laberinto de aventuras juveniles, insatisfacciones sentimentales y afectivas, uno va atrapando las minúsculas y sutiles transformaciones de las cosas. Y todo viene envuelto en ese aroma del pasado que nos derrama en la recordación.

Es el recuerdo de ayer                                               
Roberto Ray
que me invita a pensar
porque palpito en él
las aventuras de amor,
el colegio, el placer
que hallaba juguetón.
Y de las flores de casa
aquel perfume embriagador
ya no lo siente el que pasa
porque fue el tiempo
quien lo llevó.


Osvaldo Fresedo lo grabó por primera  vez con la voz de Roberto Ray, el 23 de noviembre de 1938. Hermosa versión que hoy podemos recordar aquí.

Aromas - Osvaldo Fresedo-Roberto Ray