Cuando conseguía que La conejo o La Ñata salieran a bailar conmigo, apenas terminaba la pieza desaparecía para que no se acordaran de mí. Un día la pregunté a La Ñata:
-¿Tu hermana no baila?
-Sacala...-me dijo.
Y con su autorización bailé por primera vez con María Nieves. Antes todo era así.
Juan Carlos Copes en los años sesenta |
Yo nací en Mataderos pero me crié en Villa Pueyrredón. Ahora, milonguero, milonguero... me hice en Atlanta, que tenía la pista más reconocida, la más temida. Por su tamaño y porque venían a ella los milongueros de más prestigio de todos los barrios. Eso fue a comienzos de los cincuenta. Llegaban de Villa Sahores, de Sunderland, de Glorias Argentinas de Mataderos, de Terremoto de Barracas...
Venían hasta en camiones. El lío se armaba cuando el baile estaba por terminar. En la pista se formaba una especie de embudo y aparecían las caras extrañas, los roces, los tacazos, se metían las barras de cada uno y la cosa terminaba en la calle a piña limpia. Un día cambió la Comisión Directiva del club y me dijeron:
-Mirá Copes, no vengan, más ni vos ni tu barra.
María Nieves y Juan Carlos Copes |
Nos convertimos en nómades. Con María Nieves íbamos a bailar a Villa Cerini, a Devoto. Después aparecieron los caqueros, el auge del folklore, que fue muy corto, y enseguida la invasión del rock. Al tango lo reventaban por todos lados. Ahora pienso que eso fue lo que nos impulsó a convertirnos en bailarines profesionales, en 1955. Me largué a estudiar danza clásica, moderna, acrobacia, armé un espectáculo y lo empecé a llevar a los clubes.
La clave del milonguero es la creatividad, la imaginación, la improvisación. Con veinte figuras dominadas a la perfección se pasa la noche bailando y se desarrollan de cien maneras distintas. Se deja llevar por la música. En la milonga a la única que hay que convencer, es a la mujer que se lleva en brazos. En el escenario es distinto. Los bailarines profesionales tienen que someterse a una disciplina coreográfica. Allí el desafío es con el público. Y el público cambia todos los días.
Lo principal de un bailarín es la elegancia. Hay quienes por hacer pasos, pierden la elegancia. En mis tiempos, del tipo que hacía muchos pasos decíamos que arrugaba, perdía la apostura normal que siempre debe mantener una pareja cuando está frente a frente. Yo recorrí todas las milongas: las de tierra, las de empedrado y las de asfalto hasta encontrar mi propio estilo.
En aquellos tiempos los milongueros se identificaban por el barrio. Los de Villa Urquiza, por ejemplo, cuidaban más la elegancia que las figuras. Los de Villa Sahores eran más orilleros. En Villa Crespo se rendía culto al malabarismo y la elegancia. Cuando uno baila un tango goza una hermosa angustia. Son dos personas que durante tres minutos se convierten en un sola: un solo cerebro, un solo corazón y cuatro piernas.
El circuito es simple: cabeza, corazón y pies. Uno piensa con la cabeza, el corazón es el motor que asimila el pensamiento y el resultado llega a los pies y se suelta sobre la pista. Se lo aprende como en la vida: hay que empezar gateando para después largarse a caminar. Cuando uno aprende a caminar con la música, le agrega creatividad y sentimiento.
Juan Carlos Copes
En la milonga rendíamos examen todas las semanas. A veces volvíamos con Juan (Copes) y en el colectivo se le ocurría un paso nuevo. Bajábamos y empezábamos a ensayarlo. Abora que soy veterana, voy a una milonga y bailo desde que llego hasta que me voy. Transpiro como una loca. En cambio, en el escenario bailo dos piezas y quedo destruida. Siento que tengo que mostrarme de una manera distinta, cuidar la figura. Es como si el público me cohibiera.
El tango es la única danza libre donde cada uno puede crear los pasos que su imaginación le dicta, de acuerdo a las necesidades del ritmo y la melodía. Pero también influye el afecto que se transmite a la pareja.
María Nieves
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