Con mi amiga, la bailarina Nélida Ramírez, bromeamos sobre esos lugares bravos de Quilmes junto al río. Ella es oriunda de esa localidad y sabiendo que yo iba alguna vez de muchachito a bailar a los Recreos ribereños El Rancho Grande y El zorzal, me replica siempre que su padre era habitué de dichos sitios.
Pistas de arena, gente "pesada", de mano rápida; la inconsciencia adolescente me llevaba a acompañar a un muchacho mayor del barrio que disfrutaba en esos antros.
Rivero recordaba que lo invitaron a tocar en El Rancho grande y fue con su amigo Benjamín Acha.
"Esa tarde se nos había agregado un valor local, bandoneonista veterano de pinta brava y mano cruel para el fueye. Llegó enojado, casi sin saludar, como receloso de los musicante porteños. Y lo que empieza mal es difícil que siga bien. - contaba Edmundo-
Edmundo Rivero |
Pasó que a mi amigo Benjamín, que era muy fumador, le saltó del cigarrillo que vino a picarme apenas la botamanga.
-¡Huy, lo quemé! - dijo Acha señalándome el pantalón.
-No es nada, no ves que está viejo. Ya no sirve para nada - lo consolé yo refiriéndome por supuesto a lo mismo.
Pero el bandoneonista, que estaba sentado adelante y dándonos la espalda, pensó que era palo para su gallinero y lo tomó como ofensa personal. Como dicen ahora, era un masoca; el caso es que me sentenció:
-Después te atiendo, pibe.
Yo no entendía nada todavía, pero en cuanto terminó el vals (creo que era justamente Desde el alma), el veterano sacó desde el fondo del alma o vaya a saber de dónde, un cuchillo que me pareció más grande que él: un machete, una espada, una lanza. Y si no doy un paso atrás me parte por el medio con la primera encomienda.
Menos mal que lo frenaron enseguida. Mientras lo tenían sujeto se trató de explicarle, de calmarlo: Benjamín Acha estaba desesperado y se sentía culpable pero la cosa no era con él sino conmigo. El hombre no quería saber nada de nada aunque, mal o bien lo fueron arriando para el Recreo de al lado, con el que se hizo un canje de bandoneonista.
A la nochecita cuando ya había enfundado mi viola, desde atrás de un sauce se me apareció de nuevo el ofendido con ese facón que el tiempo debe haberme agrandado. Y otra vez a atajarme, con la guitarra ahora, mientras la buena gente lo conseguía parar al hombre, que estaba cada vez más convencido de que yo no merecía llegar a cantar el tango "Sur".
El final fue más tranquilo porque el vino lo había entristecido al bandoneonista del facón, a quien llamaban "El lustre", y después de largas y mutuas disculpas a la noche llegó la calma.
La historia se la hice repetir a Rivero allá en el lujoso Principado de Mónaco y nos matamos a carcajadas aunque la anécdota no era de risa precisamente.
Y como con Nélida (La Negra le llamo cariñosamente) recordamos las andanzas mías y de su padre por esos peringundines peligrosos, la traigo a esta página bailando con su inseparable compañero Jorge Ramírez en los Festejos por los 100 años de la Gran Vía de Madrid.
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