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sábado, 3 de octubre de 2020

Quedémonos aquí

 Este tango de Homero Expósito y Héctor Stamponi fue creado por esos dos grosos del género en 1956. Unos años en que el tango todavía daba señales de vida, antes que fuera dejado de lado por las grabadoras, dándole prioridad a El club del clan y a aquellos intérpretes juveniles de música alegre. En aquel año cincuenta y seis, ese enorme poeta renovador del lenguaje tanguero crearía también temas como Afiches y Maquillaje, con Atilio Stampone y su hermano Virgilio, respectivamente.

Estos últimos los escribiría en España y Francia, por donde anduvo con su perra Noni, esa pareja que me encontré varias noches caminando de madrugada por la calle Corrientes, por Carlos Pellegrini y otras céntricas, cuando salíamos de la milonga en Montecarlo o Dominó. Quedémonos aquí lo fue pergeñando precisamente durante aquellas trasnoches, tomando una copa en un café y dándole cuerda a su imaginación y a los recuerdos que nunca lo abandonaron sobre aquel romance juvenil de Zárate.

                                    


El título es todo un llamado al milagro, al reencuentro, a la necesidad de fijar la pareja que se diluyó en el tiempo. Como un prestidigitador existencial, sin pacotilla de relleno, busca evadirse de la dolorosa fugacidad del amor, le da la espalda al futuro distópico y entre las rendijas de su frustración la reencuentra en versos que reclaman sus sueños. Con la quimera fallida. Todo un deseo, una experiencia emocional de la vida dañada que se declama en un llamado con sensación de desgarro.

¡Amor, la vida se nos va, 
quedémonos aquí, ya es hora de llegar!
¡Amor, quedémonos aquí!
¿Por que sin compasión rodar?
¡Amor, la flor se ha vuelto a abrir
y hay gusto a soledad, quedémonos aquí!
Nuestro cansancio es un poema sin final
que aquí podemos terminar.            

Y entonces la llama, la invoca en metáforas como:  ¡Abre tu vida sin ventanas! Busca cambiar el vacío existencial por el énfasis de la pasión, en frases oraculares como despertarse por la mañana  y cortarle unas flores mojadas por el rocío. Empapado de sensibilidad, en ese juego sarcástico de la vida, la herida perpetua permanente le lleva a soñar con la obsesión del reencuentro y despojado de némesis, despierta sensaciones hondas.  La lucidez de su imaginación poética, en la primera bis de su verso le lleva a jugar con los colores, flirteando con la fantasía. El gris de una pena y la flor y el sol que iluminan todo. Por sobre otras cosas, flamea la esperanza en sus versos grávidos, en aras de un reencuentro que resulta un trampolín para la imaginación.

                                              


¡Abre tu vida sin ventanas!
¡Mira lo lindo que está el río!
Se despierta la mañana y tengo ganas
de juntarte un ramillete de rocío...
¡Basta de noches y de olvidos,
basta de alcohol sin esperanzas,
deja todo lo que ha sido
desangrarse en ese ayer sin fe!

Tal vez
de tango usar el gris
te ciegues con el sol...
     ¡pero eso tiene fin!
¡Después verás todo el color,
amor, quedémonos aquí!
¡Amor, asómate a la flor
y entiende la verdad que llaman corazón!
¡Deja el pasado acobardado en el fangal
que aquí podemos empezar!

Libertad Lamarque logró un gran suceso grabándolo ese mismo año cincuenta y seis. Hay numerosas versiones del tango al que Chupita Stamponi le adosó la música justa para estos versos. Podemos escuchar la interpretación de José Basso con su orquesta y la voz de Floreal Ruiz. Lo grabaron el 21 de marzo de 1957.                                      



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