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sábado, 31 de octubre de 2020

Aquellas yuntas de cantores

 El tango ha ido evolucionando desde su creación en forma ininterrumpida, con las lógicas etapas de estacionamiento, en forma de creaciones, éxitos, arrastre de determinadas orquestas, ventas exitosas de discos y demás. La década del cuarenta, señalada uniformemente como la de explosión definitiva y consagratoria del género, en orquestas, cantores, poetas, compositores, páginas inoxidables y captación de público, permitió que el tango siga rindiéndole culto a aquellos registros discográficos. Y a la memoria de directores de orquesta, a las voces que heredaron el halo gardeliano y a esos sonidos atrapados en la memoria.

En la rememoración, es fácil remitirse a los primeros tríos, a los cuartetos, quintetos que le fueron sucediendo hasta llegar al sexteto, última fase para el desarrollo de las orquestas que irían naciendo. Juan Carlos Cobián dio la puntada definitiva con su sexteto en los años 1921/23. El refinamiento, melodismo y la consolidación de los estilos interpretativos que logró con su conjunto, darían paso al sexteto de Julio de Caro (que lo sucedió cuando Cobián se fue a Estados Unidos) y a toda la estructura orquestal. 

Francisco Canaro con sus cantores Famá y Amor
                             
De allí en más se consolidarían estilos como el de Fresedo que ya venía apuntando alto. y la progresión de los Canaro y Firpo que habían sucedido a los de la Guardia vieja y se mantendrían firmes en sus puestos con innovaciones, aportes de músicos destacados y los cantores que se irían incorporando a sus formaciones. La etapa del cuarenta es el salto a los primeros planos de Troilo, Pugliese, D'Arienzo, Di Sarli, Tanturi, Caló, Biagi, de Angelis y tantas formaciones que irían apareciendo a toda velocidad.

En toda esa evolución, vale la pena recordar y hurgar en esas duplas de cantores que descollaron y se instalaron definitivamente en las orquestas típicas. Porque en principio cada orquesta tenía a su cantor. Es muy sabido que Charlo, sin tener puesto en las orquestas de Canaro o Lomuto, sí tenía un acuerdo con sus directores para grabar. Y en este sentido dejó un tendal impresionante de registros discográficos con ambos conjuntos.

En este viaje vertical, y la exuberancia de creaciones, los cantores titulares de cada orquesta tenían un trabajo constante de aprender temas, ensayarlos, cantarlos en las distintas presentaciones radiales, teatrales, en milongas y grabarlos. Llegó un momento en que fue necesario tener otro vocalista más en el equipo. Y en 1938 Francisco Canaro, siempre oportuno, decidió tener dos cantores en su orquesta. Así fue que incorporó a Francisco Amor para hacer pareja con Roberto Maida. A éste le disgustó la llegada de otro compañero y se marcharía al poco tiempo, siendo sucedido por Ernesto Famá. O sea que una vez más, Pirincho Canaro había abierto una veta para el futuro del tango: la dupla de cantores en la orquesta.

                                        

Scalise y Fresedo con Ricardo Ruiz y Carlos Mayel

Y este aporte fue tan exitoso, que, a partir de entonces las orquestas irían incorporando un vocalista más para reforzar a la figura de turno. En 1940, Osvaldo Fresedo  contrata a Carlos Mayel para hacer dupla con Ricardo Ruiz como cantores de su orquesta. Y ambos dejarían su sello en las grabaciones con el Pibe de La Paternal. En 1940/41 D'Arienzo iría alternando en su orquesta a Echagüe, Reynal, Carlos Casares, Mauré... 

Pero sería a partir de 1944 cuando engancha a la pareja que haría historia con su orquesta: Alberto Echagüe y Armando Laborde. Éste último entró en una fatigosa prueba  para suceder a Mauré, que se había desligado de D'Arienzo, y logró el plácet del director. Fue una etapa impresionante de éxitos de todo tipo para la orquesta y su yunta de cantores.  Laborde terminaría dejando con el Rey del compás, nada menos que 145 registros discográficos. Por su parte, Echagüe lo hizo en 137 ocasiones.

                                 

La exitosa orquesta de D'Arienzo con Laborde y Echagüe

Seguramente Aníbal Troilo, tuvo las mejores duplas, las más reconocidas por sus grandes cualidades vocales y artísticas. Es cierto que Pichuco supo explotarlos y acompañar con su bandoneón, su orquesta y los arreglos, la calidad de los vocalistas y todo ello es fácil explicarlo con los nombres de esas yuntas que hicieron historia con Troilo. Desde Fiorentino-Marino, sucediéndose Marino-Floreal Ruiz, Floreal-Rivero, Rivero-Calderón, Casal-Berón, Cárdenas-Goyeneche, Goyeneche-Rufino. Impresionante!

Alfredo De Angelis tuvo una pareja de cantores que hicieron época, sin duda alguna. Las audiciones del Glostora Tango Club, dan fe de ello. Estuvo 25 años en el aire, por radio El Mundo y los temas que allí se estrenaban, rápidamente cobraban fama y eran cantados y silbados en los barrios. Carlos Dante y Julio Martel constituyeron esa yunta de voces que arranca en 1944 y se prolonga hasta diciembre del 50, con el alejamiento de Martel, el galán del dúo. Incluso se lucieron a dúo en valsecitos como Pobre flor, Flores del alma, Mi cariñito, Soñar y nada más, No vuelvas María. En tangos: Remolino, Pregonera, Adiós marinero, Selección de Discépolo, Fruto dulce o en milongas: Cien guitarras, Del pasado y otros temas.

                                          


Osvaldo Pugliese, a lo largo de su fecunda etapa como director, contó con varios cantores de peso que hicieron dúo en su orquesta. Seguramente la yunta que más recuerdo dejó en sus seguidores fue la de Roberto Chanel y Alberto Morán. Estuvieron juntos entre 1944 y 49, siendo luego reemplazado Chanel por otro cantor exitoso como Jorge Vidal. Entre el 54 y el 59, Pugliese se apuntó con otra pareja de cantores que también dejaron huella como Jorge Maciel y Miguel Montero.

Miguel Caló supo seleccionar las voces ideales para su orquesta y entre las duplas de cantores que tuvo, creo que vale la pena destacar a Podestá-Berón y a Berón-Iriarte. Carlos Di Sarli, por su parte, también demostró su inteligencia para detectar esas voces que encajarían en su conjunto. En ese sentido acertó al descubrirlos de jovencitos como en el caso de Rufino-Podestá, dos cantores que dejarían su huella en el tango. O en voces tan distintas entre sí como las de Durán-Florio, pero que el maestro supo adaptar a su orquesta. Conste que no me olvido de Salgán y sus cantores Ángel Díaz y Goyeneche,  Francini-Pontier con Podestá-Julio Sosa, de Rotundo con Floreal-Enrique Campos, Gobbi con el Paya Díaz-Maciel, o de Héctor Varela con Ledesma-Lesica, que fueron todas garantías de éxito.

Pero como sólo me había propuesto recordar a las duplas que se inventaron para  potenciar las orquestas y el tango, con estos ejemplos que he dado creo que alcanza para comprobar que el objetivo se cumplió con nota y sirvió para catapultar una vez más al género. Las conexiones emocionales que nos dejaron, las seguimos reviviendo en la escucha o en la pista de baile.


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