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sábado, 10 de octubre de 2020

Juan Tango

 Estoy escuchando música en esta mañana de sábado en la que el confinamiento nos invita a concentrarnos en estas viejas grabaciones que cada día me parecen más modernas. O al menos las siento como si tuviera aquellos juveniles años en que la radio nos entretenía con diferentes audiciones de tango. Así, con la ayuda de mi hermano que era fanático de D'Arienzo y de Firpo, penetré tempranamente en las entrañas del género y fui descubriendo orquestas, cantores, autores, gracias a los locutores que nos daban todos los datos. Que se fueron quedando archivados en mi memoria.

Casualmente, suena este tema en mi reproductor, por la orquesta de Troilo cantando Floreal Ruiz y me encanta la versión. Máxime teniendo en cuenta que no es un tango demasiado difundido, pese a la excelencia de sus creadores: Sebatián Piana, Pedro Maffia y Cátulo Castillo. Gracias a ese gran historiador del fueye y del tango, Oscar Zucchi, recuerdo que lo estrenó el cantor uruguayo Alberto Vila en la revista teatral Yo soy Juan tango, de Germán Ziclis, estrenada el 4 de octubre de 1944. Alberto Castillo le dio el pase a la fama cantándolo en el Teatro Presidente Alvear al mes siguiente. Y lo grabaría acompañado por la orquesta de Enrique Alesssio.

                      


Los versos de Cátulo reflejan al Cornetín del tranvía, como el del tango de Arona y Tagini. Un personaje típico de aquel Buenos Aires de antaño. El impulso de fijarlo en su mirada, mirando al pasado con cariño, es el agua nutricia en que flotan y del que se alimentan tantos versos de tango. Hay una cierta ensoñación cuando brilla el claroscuro de los personajes. Y en ese tendal de rimas cargadas de paisaje, la letanía interior, sacada del formol, envejece como los buenos vinos.

Soy Juan Tango, un cornetín,
que ayer nomás
cruzó la calle bravía,
sobre el lomo de un tranvía
que audaz
llenó de trote la aurora.
 
Soy de línea soñadora
que se borró en el olvido,
soy la noche, el herido
por la llama de un farol.
Soy Juan Tango, sombra y sol
sobre el umbral
de un callejón de arrabal.

El tipo al que han denominado Cornetín del tranvía, era el cochero, motorman, conductor del vehículo que circulaba sobre las vías de la ciudad. El cornetín venía a ser como la bocina del coche, anunciando su paso y despertando un cierto bullicio a su conjuro. Al personaje de Cátulo ya lo había ganado el tango iniciático y lo pregona de manera contursiana, haciendo de su propia distopía la luz y la sombra del instrumento que hace sonar con fuerza en las entrañas barriales.

Yo sé
que tengo un Drama en las venas,
y sé
que soy tristón y soy llorón.
y sé
también con mi pena
ahogué
la voz del bandoneón.

No sé
por qué me gritan guarango,
a ver
si sólo soy un fandango,
y aunque no lo quieran creer

yo soy así y es todo lo que aprendí.


La excelencia de los autores permiten que versos y música se alíen de manera tal que tanto la versión de Castillo con Alessio como la de Troilo con Floreal, nos dejen una linda sensación al escucharlo o bailarlo. Por eso, invito a rememorarlo con Pichuco-Floreal. Lo grabaron el 29 de mayo de 1945.


                              



 

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