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sábado, 11 de marzo de 2023

Porteño y bailarín (3)

    Los milongueros -hombres y mujeres- tienen códigos y ritos que se van traspasando por generaciones. Al baile se va a milonguear, no a levantar. Los mejores jamás copian pasos de otros, en todo caso buscan mejorarlos. La competencia es motivadora y la personalidad es fundamental. En la época de oro, en el Club Atlético Huracán, por ejemplo, todos ocupaban el lugar que les correspondía.

   El Club, por el que pasaron las grandes Orquestas típicas tenía dos salones bailables. En el más grande estaban los cotizados/as y en el otro los menos dotados. Sólo algún desubicado/a intentaba romper ese orden natural. El escalafón también se establecía en el salón de los más dotados. Las milongueras de postín ocupaban la parte izquierda  contra la pared  y así se alineaban de zurda a diestra según aptitudes. Iban vigilantes madres, hermanas mayores, tías y la escena se repetía en otras milongas.

                                    

   Los muchachos se acomodaban en orden similar y el cabeceo quedó para siempre establecido como sinónimo del baile porteño. Muchachos y muchachas se buscaban con la mirada y allí se producía el encuentro. ¡Los méritos que había que tener para ascender en el ranking!. En Huracán , allá por los años 50 vi por primera vez a la Negra Domínguez y la Turca Noemí, excelsas milongueras, bailar con su cabeza sobre el hombro derecho del compañero, sin ver la pista. Lo contrario de lo que se había hecho siempre, e impusieron esa onda.

   Como el valsecito criollo tangueado, que impulsó en esa atiborrada pista Cantinflas, uno de los buenos, que también destacaba con la pelota de fútbol. En todas las milongas de distintos barrios que fui recorriendo, ya capacitado,  había determinados cracks  que daban cátedra cuando salían a la pista. Y Tarila, que se llamaba José Giambuzzi, era albañil, llegado de Italia con 6 años, enseñó las claves a infinidad de milongueros: "La esencia del baile es la improvisación, la elegancia en la forma de caminar, la armonía con la pareja. Tango al piso, casi sin despegar los pies del suelo...".

   En los '60, Juan Carlos Copes con la genial María Nieves a su lado, comenzó a darle más importancia al baile coreográfico  y logró en poco tiempo, no sólo triunfar en Buenos Aires, sino incluso exhibir el arte de la pareja por Estados Unidos, América y Europa. Revolucionó la danza, convirtiéndola en espectáculo, y hoy casi no se concibe un recital de tango sin bailarines. Previamente había fatigado milongas y madrugadas para llegar a ser lo que fue: Un grande. Además supo repartir los roles. Al 75 y 25 por ciento que aportaban el hombre y la mujer en el baile, lo repartió en 50 y 50.

                              



   Virulazo, muerto en 1990 fue otro grande. Se llamaba Jorge Orcaizaguirre, era de Mataderos, medía 1,90, pesaba 130 kilos, mientras su pareja, Elvira, parecía un frágil junco a su lado. Pero la diagonal de la díada en el escenario provocaría el asombro del público y de gente como Nureyeb, Baryshnikov, Robert Duvall o Liza Minelli. Con Copes y María Nieves y junto a otros artistas recorrieron mundo con el espectáculo Tango argentino., que gracias a su tremendo éxito, hizo resucitar las desaparecidas milongas porteñas y expandirlas por el mundo.

   Miguel Ángel Zotto también resultó generador del fenómeno. Creador de espectáculos teatrales de alto nivel, con orquestas y bailarines, en giras  por Europa y América supo congregar multitudes y ovaciones y su juventud le dio la polenta necesaria para llevar adelante todos sus proyectos. Su hermano Osvaldo, muerto prematuramente, fue para mí un modelo de bailarín de tango, con esa manera de pisar, de llevar a la mujer...

   Gracias a todos estos renovadores del escenario, bailarines clásicos, de contemporáneo y coreógrafos, descubrieron el filón y se fueron pasando al tango con toda su técnica.  Pero no es casual que Copes, Virulazo y Zotto hayan sido milongueros postas antes de llegar al escenario junto a sus parejas. Se nota en su caminar bien milonga . Ellos hicieron reabrir las puertas oxidadas de las milongas y lograron despertar ese entusiasmo por bailar este tango desterritorializado.

                                  


   Argentina comenzó a exportar profesores a paladas y ya hay casi tantos maestros como alumnos, en Buenos Aires, provincias y en distintos lugares del planeta. Las enseñanzas de los veteranos milongueros que volvieron a las pistas, han ido siendo rescatadas por los nuevos bailarines y jóvenes que aunque abusen de figuras y exageraciones, "ya aterrizarán", como codificaron sus predecesores.

   A los profanos que aplauden la acrobacia en la pista, le vienen bien las reflexiones de Virulazo: "Yo soy profesional solamente porque me pagan. En el fondo sigo siendo amateur; no me ajusto a una coreografía, yo soy milonguero, bailo tango-tango, por eso me llaman de todas partes". 

   O la de Juan Carlos Copes, recordando cuando los contrataron para el espectáculo teatral Tangolandia, de Canaro e Ivo Pelay, junto a  grandes figuras como Alba Solís, Tito Lusiardo, Julia y Lalo Bello,  Beba Bidart, María Esther Gamas y otros. Lo presentaron como El Gran Ballet y la coreografía era de Ángel Eleta: 

  "Fue bárbaro, a pesar de que Tito Lusiardo y Julia y Lalo Bello se mofaban de nosotros, de nuestro estilo. Yo me cagaba en sus comentarios.  Estaba orgulloso de remar contra la corriente y de llevar bien arriba el estandarte de los milongueros echados de los clubes".



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