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sábado, 27 de agosto de 2022

12 Anécdotas que definen a Troilo

Nada mejor para delinear el perfil de Pichuco que recopilar lo que de él relatan sus amigos. El resultado da cuenta de su famosa generosidad, sus andanzas juveniles, sus pasiones y debilidades, sus virtudes y defectos

No puede causar sorpresa que alrededor de uno de los más grandes mitos populares argentinos como fue Aníbal Troilo, circulen infinidad de anécdotas. Sin embargo, no fue tarea fácil recolectar las más originales. Para ello hubo que rastrear entre familiares, amigos, músicos, cantantes y demás noctámbulos y recorrer —por supuesto— los lugares por donde transitó el genial Pichuco. De esa manera, tras una extenuante semana, se cosecharon medio centenar de situaciones, episodios y ocurrencias que sirven para trazar un vivo retrato de Troilo. Entre todos esos testimonios se seleccionaron doce, los que a juicio de Siete Días pintan mejor a Pichuco como músico, amigo y ser humano.



- Troilo fue un burrero empedernido. Se jugó lo que tenía y lo que no tenía. Y, por supuesto, ganó mucho y perdió también, tanto que algunos de sus amigos dicen que se patinó una fortuna a las patas de los caballos más famosos. También de los desconocidos, claro. Hasta que un día, Zita lo convenció de que no jugara más. Cuando le preguntaban, el Gordo decía: "Ya no van más, los pingos. ¡Pensar que antes hasta me jugaba los boletos del colectivo!" (Uno de sus músicos).

- Lo conocí en una fiesta. En ese entonces había una chica que hacía baile español y estaba loca por él. Yo fui confidente de ella. Cuando conocí a Pichuco me dije: ¿Y por este gordo tanto lío?. Y al final fui yo quien me quedé con él, conquistada por su hombría de bien (Zita).

- Un día fuimos a la casa de Troilo con un locutor amigo. El Gordo abrió el placard y le regaló un traje porque el muchacho se había entusiasmado con él. Si no lo paro es capaz de regalarle todo, de quedarse desnudo (Francisco Marafiotti, uno de los dueños de Caño 14)

- Cuando tocaba con Troilo, en el Marabú, solía atar un piolín en el picaporte de la puerta del camarín de las bailarinas, y cuando Pichuco pasaba por ese sitio, yo tiraba de la cuerda, se abría entonces la puerta y las chicas le protestaban al Gordo porque creían que era él quien la había abierto para espiarlas. ¡Si le habrán tirado cosas al pobre Gordo! (Astor Piazzolla).

- Enrique Santos Discépolo profesaba especial admiración por Pichuco, al extremo de inquietarlo en una oportunidad que de sopetón le dijo: "Por favor, no hagás nada más". El Gordo le preguntó extrañado: "¿Cómo?". Enrique le aclaró: "No hagas nada más, que ya lo hiciste todo" (Tania).

• El año pasado, lo encontré al Gordo cerca de su casa, y lo invité a tomar algo en el bar de un amigo. "No puedo ir —se disculpó—. Zita me espera dentro de una hora para salir". Tanto insistí diciéndole que no íbamos a demorar mucho, que al final aceptó la invitación. Pero, una vez que nos sentamos, el tiempo se nos pasó rapidísimo, y sin darnos cuenta estuvimos 27 horas charlando y tomando. De repente, el Gordo se levanta y nos dice seriamente: "Che, me voy, que Zita me está esperando para salir" (Homero Expósito).
                                            
- Yo lo he visto al Gordo cobrar millones en SADAIC, repartirlos entre veinte tipos que lo acompañaban o lo estaban esperando, llegar a su casa, y que Zita le pidiera: "Dame 200 pesos, que debo hacer unas compras". Y Pichuco, contestarle sin inmutarse: "Huyyy, vieja, no tengo ni un mango" (Rinaldo Martino, ex futbolista y copropietario de Caño 14).

- Una noche nos reunimos varios amigos con Aníbal para comer y después fuimos a un bar. La intención era tomar café. Sin embargo, junto con el café se fueron descorchando tantas botellas que todos teníamos una alegría bárbara. Por ahí, me puse a cantar sin imaginarme que toda la festichola terminaría con la llegada de la cana. Como no sirvió ninguno de los muchos —y repetidos— argumentos que intentamos, nos llevaron a la comisaría decimotercera, y de allí al Departamento de Policía. Mientras estábamos allí, al Gordo se le ocurrió preguntarle a un amigo: "Escúchame, ¿a quién venimos a sacar?" El otro, sin extrañarse, le contestó: A nadie; los presos somos nosotros" (Roberto Rufino).



- Jugamos mucho tiempo juntos al fútbol. Me acuerdo cuando lo hacíamos para Ateneo de la Juventud. El Gordo jugaba al medio, de centrohalf, y yo de insider. Era un tipo técnico, habilidoso. Las quería todas. Siempre mandando. A todos nos gritaba: "Dale, corré, patadura". Y el único que no se movía era él. (Antonio Maida, ex director de Radio del Pueblo),

- La primera vez que entrevisté a Troilo fracasé lamentablemente. Ocurrió que él no quería responder a mis preguntas y sólo me permitía escuchar y tomar whisky a la par suya. En la segunda entrevista pasó lo mismo. A la tercera noche yo tenía un poco más de práctica y aguante y tomé y parloteé de lo lindo. Lástima que a la mañana siguiente ya no me acordaba de nada de todo lo que habíamos conversado. Más tarde, en un período de abstemia, le hice un lindísimo reportaje (María Esther Giglio).

- Cuando decidimos transformar a Caño 14 en una casa de tangos, lo fuimos a ver al Gordo para que actuara con nosotros, y le ofrecimos un porcentaje de las copas que se tomaran porque de otra manera no podíamos pagarle. Enseguida, Pichuco nos dijo: "No se hagan problemas, muchachos, les pagan a los músicos y listo. Yo, si no les alcanza la guita, toco gratis. Pero no me hablen de porcentajes porque no voy a andar contando las copas. ¡Yo, contando las copas!" (Atilio Stampone).

- Tenía unas ganas de hacerlo pero no me atrevía hasta que una noche me decidí. Me paré, le pedí permiso al público, y subí al escenario. Allí, canté Sur, acompañado por Troilo. Nunca me sentí más orgulloso en mi vida (Joan Manuel Serrat).

Revista Siete Días Ilustrados
30.05.1975

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