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sábado, 12 de febrero de 2022

Esta ciudad

    Reconozco que toda la obra del poeta Héctor Negro me fascina, me acerca al barrio natal, a la adolescencia y la juventud,  las primeras aventuras, los códigos de la barra y todo aquello que fue quedando atrás pero que tanto sirvió para transitar la ruta de la vida. Sus versos son filosofía pura. Porteñería al mango. El lenguaje que se encuentra imaginariamente con lo visual.

   No me canso de releer su poesía que actúa como conjuro. Sin caer en estereotipos ni clichés. Ese halo nostálgico y crepuscular, en un estallido de ilusiones y desilusiones, si bien tiene una sensación de melancolía en su pintura, muestran a un gran retratista poético. Los recuerdos difusos de la infancia van forjando un espacio y un tiempo. 

                                     

Héctor Negro, un poeta del tango con mayúsculas

   Cómo no sentirnos impregnados de esa nostalgia por el pasado en las baldosas y adoquines que acunaron los juegos y sueños compartidos. El paisaje de la realidad palpitante no logra eclipsar el tiempo transcurrido, sino que agranda la fuerza biyectiva de la juventud que soñaba con perpetuarse en los lugares de su vida donde fue tan feliz. Y entonces llegan esos cambios bruscos. La continua metamorfosis del supuesto progreso que él lo interpreta en modo opuesto. Aferrándose a lo vivido.

Ciudad,
que se me va de las manos.
A mí
que la amasé en luz y barro.
Ciudad,
abeja de hollín porfiado.
Neón,
sobre el desvelo clavado.

Jaulón,
de bache, pared y asfalto.
La grúa sobre la pena
y una garúa de antenas
desplumándome el gorrión. 

    El poeta que nos va desvelando su amor por el mapa envolvente de sus sueños lejanos, se va adaptando, como es lógico, a los adelantos de la modernidad que mejoran la vida de los habitantes de la ciudad y los nuevos inquilinos que llegan de otras partes en ese mundo nuevo. Todo cambia, como le sucede también al muchacho que va formando su vida, pateando nuevos rumbos y adaptándose felizmente a su querida y renovada ciudad.

Me la mojaron raras olas de otra playa.
Entró a orejear un caracol a transistores.
Y hasta el amor, el pan y la baraja
se los trampearon con mentiras de colores.

Y yo tras ella manoteando entre las llagas,
buscándola en las madrugadas fabriqueras,
en el amor, en la amistad que no se paga,
en esa bronca que nos une con cualquiera.

Y así,
hasta entender su locura,
yo perseguí su ternura
y con la luz que me dura
le hice esta mueca de amor.

   Hermosos versos que serían musicalizados por el guitarrista-compositor Osvaldo Avena y que representaría la última grabación de Jorge Maciel con la orquesta de Osvaldo Pugliese, en  noviembre de 1967. La podemos recordar aquí.

                       



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