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miércoles, 12 de enero de 2022

Percanta que me amuraste

   Si todo se pierde inexorablemente, la especie anímica que alentó al recién fallecido Gabino Ezeiza -en 1916-: ese Pascual Contursi, hijo de italianos inmigrados y afincados en el Chaco, 28 años, delgado, sabe de improvisar con una guitarra. Claro que si de gustos se trata, él prefiere, si cabe, payar escribiendo.
   Por cierto que huelen a versos imaginados al barrer de las bordonas, esas que Pascual le ha puesto a dos o tres tangos de música sola.

   -Hay que ponerle versos a todos los tangos -proclama-, exagerando su idea: él sabe que los antiguos tangos cantados a lo Villoldo están totalmente fuera de concurso. Él habla de otros tangos...

Pascual Contursi
                                  
    Y ¡qué bien!, ¡con qué justeza desentraña a las melodías las irreveladas palabras que a su paladar de poeta, llevan implícitas! Lo ayuda también en su entusiasta manifiesto de versificador por decreto de todos los tangos, este hecho: los compositores -que son amigos o, por lo menos conocidos suyos, ¡todos de noche tanguera cerrada!- hacen ahora unos temas que "piden" canto.

  Hay tangos que piden letra de rodillas, che, dice Pascual Contursi. El pulcrísimo Samuel Castriota -un tipo que inspira respeto- no recibe con demasiado optimismo esta euforia de Contursi. 

-Vea Samuel, no lo tome a mal. Le he puesto letra a un tango suyo: Lita. -Viejo! No se le va a morir el tango. ¡Y no ponga esa cara antes de oír lo que escribí! sienta... Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida...

   -Hum.  

EL HALLAZGO

   Es de lo más artista este Contursi. Un artista silvestre, lozano, vocacional. Le encanta, por ejemplo, enguantarse ese par de títeres cachiporreros que ha manufacturado con pastas de papel y cola: da funciones de libreto repentinista, para los chiquilines, en el patio de este inquilinato donde vive.

   -A ver, Pascual si larga esos muñecos de Satanás y se despacha con un par de estilos.

   -No se lo va a pedir dos veces! Canta. Con voz delgada, afinada y graciosamente, canta. Su mujer, Hilda, le ha dado en la Primavera de 1911, el hijo único que pronto empezará el colegio: José María.

   Pero Pascual no es hombre de quedarse demasiado en casa. A veces por ganar unos pesos -otras, por líos de pollera- está un tiempo en Buenos Aires y otro en Montevideo.

   Desde 1914, anda en estas escapadas: una valijita, la cédula, vapor de la carrera, y ya está. Es en La Tacita de Plata donde ha versificado esa música de Castriota que será así, Mi noche triste. Él entona esa canción en el escenario del cabaret Royal, de la calle Cerro. Aquí y allá, lo sabemos, sigue y seguirá, fiel a su consigna revolucionaria, pergeñándole letras a los tangos:

   A uno de Eduardo Arolas, Qué querés con esa cara; a uno de Enrique Delfino, Amores viejos; a uno  de Juan Carlos Cobián, El motivo; a uno de Costa-Roca, Ivette; a uno de José Martínez, De vuelta al bulín; a uno de Augusto Gentile, Flor de fango.

                                  

   Pero su cosa, su invento, no está en éste o en aquel otro tema. Está, ¡y con qué fuerza!, en la idea general. En el hallazgo de fondo. Y en la veta entera  que el hallazgo deja en descubierto.

   Tiene motivos para sentirse entusiasmado: A la danza, a la pieza de música, al arte de ejecución orquestal que en conjunto ya se ha difundido en América y en Europa bajo la común etiqueta de tango, él que se ha ganado la vida vendiendo zapatos o guitarreando por ahí, va a incorporar una cuarta, enorme, variante estética: el cantable.

  Pascual Contursi logra nada menos  que esto: un equivalente ordenamiento interior del texto, estrictamente ceñido al modo silábico -una sílaba para cada nota- que domina en todo el Cancionero Oriental. Así, él le da al tango ese conjunto orgánico de procedimiento literario-musicales que, años después, Homero Expósito denominará con todo acierto: Cancionística.

Horacio Ferrer (El Libro del Tango)


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