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jueves, 8 de noviembre de 2018

Los dueños de la noche

Una evocación de aquellos que pertenecieron a la noche de Buenos Aires, que conquistaron al público bohemio: De Caro, Piazzolla, Troilo, Goyeneche.


   La noche tuvo muchos dominadores desde Julio De Caro y Aníbal Troilo hasta Ástor Piazzolla, pasando por Fresedo o Salgán. Las voces se sucedieron hasta llegar las de Goyeneche, el nervioso Polaco que sabe enternecernos con Garúa y el despliegue tan lúcidamente renovador de Susana Rinaldi. Para mí hubo algo de partida en la prematura entrada de Troilo, "Pichuco", en un viaje estático que lo separaba de la vida.


   Había visto aparecer su cara adolescente en los miles y miles de ejemplares de Crítica. ¿Qué les pasará a algunos grandes intérpretes de la música popular? Encontrar algo que no está explícito en el misterio y la maravilla del sonido ordenado. La música no dormía nunca dentro de Pichuco. La tenía que sacar noche afuera en aire recortado, redondeado y teclas de fábula.

    El tango le trajo contratos, un montón de plata, soberbias encamadas con mujeres incontables, el amor hasta el fin de Zita y la amistad atropellando el fondo de la noche en extrañas, cada vez más extrañas noches, prolongadas al dar espaldas a la madrugada. Había millares de copas y algo más, para desarraigarlo. Quería salirse fuera de su cuerpo gordo, de sus dedos mágicos, tal vez de la vida, que se lo había dado todo. Se quedó excesivamente quieto.

                                     


   Estuve a vistarlos en su departamento del centro para hablar de un tango que no hicimos nunca. Estaba como indiferente. Me dijo que no alcanzaba a caminar el largo balcón que se establecía frente a nosotros. Los centenares de noches con Homero Manzi y conmigo y con Barquina podrían estar a sus pies como otras tantas cosas inefables y muertas.  Homero, una noche, "bien adobado", pero sin perder la noción profunda del mal que lo desgarraba, se ensangrentó los puños rompiendo un espejo en el que no podía soportar su rostro. O no podía entender cómo estaba signado por una muerte cruel, inevitable. El viaje de Pichuco no consentía esas alteraciones. Era un viaje quieto, cuyos ocultos resortes nadie podría adivinar del todo.

                           
   Alcanzó a orejear el mundo, y un poco de lo que está atrás de las cosas. Quiso a la gente, se lo expresó con tangos, y la gente lo adoraba. Saliéndose de la vida tenía ya más vida que la que iba mostrando con agonía y delicia bien medida de aire, en el fuelle que lo hizo "El Bandoneón Mayor de Buenos Aires". Su cara de luna se quedaba colgada, durante la ejecución, de quién sabe qué extraño cielo.

Petit de Murat, Lucas Demare y Homero Manzi durante la ilmación de La guerra gaucha
   El violín celestial de Francini, la orquesta y la amistad de Julio De Caro, al que antes de conocerlo ya le agradecía el hacerme posible durante el tramo de sus melodías y bailando ese lado imposible que busca el sentir enamorado. Juan Carlos Cobián aporreando el viejo Gaveau color cereza de mi casa de Belgrano mencionan mis noches de Buenos Aires con un tuteo que no permiten las grandes creaciones sinfónicas de los instrumentistas que siempre han estado en ella. Y que ha comentado como nadie Jorge D'Urbano.

Ulyses Petit de Murat (De "La noche de mi ciudad". Emecé.)

5 comentarios:

  1. Que hermoso y emotivo relato, te deja medio triste.Como Pichuco, Un abrazo.

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    1. Tal cual. a los que hemos vivido la noche porteña y tanguera, nos inunda de infinita nostalgia. Un abrazo.

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  2. Lo verdaderamente triste es que se "fueron".....y muy JOVENES ..
    y quienes queremos al tango, vivimos extrañandolos, y
    desgraciadamente, su GENIO es intransferible.., agregando , que
    las emisoras, lo pasan muy poco....(una lastima)---Un abrazo


    dia se escuchan MENOS.....

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  3. dia se escuchan MENOS..( No publicar..fue error) Si,····lo que merece un aplauso es tu redaccion----!!!

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