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lunes, 9 de diciembre de 2024

Bailar a compás (3)

 ...Y tengo que confesar que a veces me sucede que el cantor me hace perder la melodía de la orquesta y me confunde. No es frecuente pero, por ejemplo, me pasa en el tango Amurado, cuando el cantor Juan Carlos Casas en la orquesta de Pedro Laurenz se sale del ritmo de ésta. O la dupla Marino-Ruiz frasea con Troilo en Palomita blanca, por citar algunos casos y podría seguir nombrando algunos más.

   Ahí reside la importancia de bailar a compás. Y aunque en muchas de estas citas esté presente la "Guardia vieja", no significa que la nueva hornada de bailarines quede desdibujada por la presencia de quienes tanto aportaron a los fundamentos del tango bailado. Por el contrario, el ciclo vital es inexorable, pero hasta aquí llegamos con aquel bagaje y los cánones que nos rigen en la pista.

                                 


   Es bueno para el tango el revisionismo permanente con el fin de actualizarlo, encontrar nuevos diseños de la danza, de la estructura de la pareja y del papel de ambos en la pista. Todo esto es susceptible de mejoras, ya explicamos las mutaciones que ha sufrido a lo largo de su historia y ese desarrollo no tiene fin. 

   Pero tampoco deberíamos aferrarnos a formulaciones de épocas anteriores negativizándolas, como si se tratase de esquemas rígidos que achicarían sus perspectivas evolucionistas y hacer tabula rasa con los emblemas de la ortodoxia tanguera. Ese pasado que no pasó o está gateando, fantasmeando por la pista. No se trata de memorias y balances que se celebran en las noches y sus calladas ceremonias.

   Está presente en la exaltación de honduras generosas, el removido territorio facticio encendido en noches como una sorda hoguera. Se desordenan los cuerpos en el choque, se reacomodan dulcemente y la sombra es el nido protector donde se reparan del oleaje.

   Es enriquecedor, incluso para los más veteranos, ensanchar los campos de miras y no aislarse en cotos cerrados que afectan al sincronismo que debiera prevalecer en el baile del tango para encontrar nuevas aristas. Si nos quedamos en la horma adquirida a lo largo del tiempo, los dogmas preestablecidos inamovibles, los axiomas ideológicos recalcitrantes, estaremos transitando decimonónicamente la senda de los ancianos que se sientan en la plaza a añorar el tiempo perdido en lugar de disfrutar la compañía aventurera y oxigenante de los jóvenes y su empuje vital.

                           



   Ambas partes deben exponer sus puntos de vista socráticos sobre el tapete, en la cancha donde triunfan y claudican milongueras pretensiones y engrosar las filas y aportes al vademécum del tango   bailado. Yo también rescato las pistas y los pisos de los clubes cuando mis pasiones juveniles iban registrando ritualmente la diablura de un ocho o la corrida almidonada que nos dejaba en las puertas mismas del cielo. Las domésticas magias de aquel ambiente donde circulábamos como hipnotizados.

   Y esos letristas de tango que llegaban armados hasta los dientes con sus balas poéticas  para el lucimiento de cantores-galanes que nos llenaban los oídos y el corazón con su interpretación, gobernando el gesto y midiendo el peso y el sentido de cada frase. Y nos hacían matizar mejor cada paso. esas orquestas que fueron y son material fértil para la idolatría popular. Ese mensaje ancestral. Esos abrazos que se buscan cautelosos, en procura de un rumbo venturoso. 

   Pero así como todos fuimos jóvenes y así como nosotros respetamos a nuestros maestros, es también importante que los nuevos milongueros vigentes, valoren el legado recibido y trabajen y se impliquen en formas nuevas sin desdeñar lo recibido. Los maximalistas que todo lo  colorean de excesos, tienen que saber que en la posta de la vida, para que apareciera un Maradona o un Messi  apresando el legado debió existir antes un Moreno, un Sastre, un Erico

   Para que florezca un Ronaldino o Kaká en Brasil tuvieron que existir las raíces de de los Pelé, Zizinho, Jair o Gerson. 

   Los Copes, Virulazo, los Zotto, Gloria y Eduardo Arquimbau, vienen del tronco de El Cachafaz y así sucesivamente.

   Atahualpa Yupanqui filosofaba cáusticamente al respecto: "Para que vivan los hijos, no es necesario matar a los padres."

(De mi libro "La llamada del tango" - Una danza mágica.)


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