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domingo, 8 de diciembre de 2024

Bailar a compás (2)

 ...En cierta oportunidad que me invitaron a disertar en un Festival de Tango en Francia, me propusieron que hablara sobre la historia de esta danza, desde su nacimiento y evolución hasta nuestros días.  Al final de la misma traté de explicar las diferentes propuestas que transmiten  las orquestas, sus estilos, y escogí ejemplos, los grandes: Troilo, Di Sarli, D'Arienzo y Pugliese. Puse un tema de cada una y los bailé con cuatro mujeres distintas, elegidas al azar. 

    Intenté hacerles ver la importancia de seguir el ritmo, o sea, bailar a compás, según el tempo musical que marcaba cada conjunto. Dí por finalizada la charla y me rodearon varios concurrentes para comentarme que a ellos nunca les habían explicado tal cosa.  Realmente me sorprendió tamaña afirmación, aunque viéndolos bailar por entonces, era fácil colegir que sabían poco y nada del tema, o no lo habían masticado debidamente.

                                

Juan D'Arienzo, El rey del compás,  al frente de su orquesta


    Ahora que se ha descubierto el vocablo "musicalidad" para definir un aspecto básico del baile.  tendríamos que subrayar que fue una de las primeras lecciones que recibimos cuando los mayores nos introdujeron en el tango hace ya tantos años. No se puede bailar el ritmo anfetamínico de D'Arienzo como el ralentí cadencioso de Pugliese. Y para el experto resulta un sacrilegio  ver como algunos bailarines van corriendo por la pista, siguiendo una grabación de Don Osvaldo de los 60/70, totalmente ajenos a la orquesta y a las constantes pausas que lo caracterizan. Ignoran y destruyen la memoria del sonido a través de su in-coincidencia con la música. Con esos silencios pugliesanos que no se oyen pero se sienten.

   A veces metaforizo y digo que con Di Sarli vamos a deslizarnos como si patináramos  melodiosamente por la pista, y cuando vamos empujados por la polenta de D'Arienzo, le comento a la compañera: "tenemos que arar el piso". El bailarín experto juega con los tiempos retrasándose ex profeso para luego meter una corrida en un tango lento, o retrasarse en el rápido para luego meterse en el compás con un traspié o un sobrepaso y así disfrutar con la música y el corazón puesto en ella, en la fase impulsiva del momentum.

    

   Muchas veces se baila fuera de compás porque se está más pendiente de las figuras que de la música. Y éste es uno de los grandes errores de los novatos. También se despinta la prestancia del bailarín cuando se arquea, se agacha o salta para dibujar pasos que no domina y moviéndose en permanentes descompases.

  En una sala porteña escuché a un milonguero pedirle al Dj: "Poné una tanda de Tanturi, pero con Castillo, no con Campos. Porque Campos fantasea y me hace perder el ritmo". Para un profano se trata de un jeroglífico que no alcanza a descifrar, pero para los que están en el devocionario milonguero, es muy importante el apartado de los temas cantados y de las orquestas.

   Cuando el tango incorpora la poesía, a los primeros cantores se les llamaba estribillistas, porque solo cantaban la segunda parte y muchos de ellos ni siquiera figuraban en los créditos del disco. A mediados del treinta entraron de lleno en la interpretación y discos, llegando algunos a ser ídolos. En la década del 40 ya se les rotula  por binomio al director y cantor: D'Agostino-Vargas, Troilo-Fiorentino, Di Sarli-Rufino, Tanturi-Castillo, D'Arienzo-Echagüe... Porque el cantor era como un instrumento más del conjunto y cantaba a ritmo.

    Una verdadera maravilla estética, con las pautas de los directores  estableciendo las fronteras rítmicas a sus vocalistas. Cuando años más tarde algunos directores le dieron más realce a sus cantores: Pugliese-Morán, Troilo-Rivero, muchos vocalistas se independizaron y se extasiaron en su derroche de voz, por lo que el tango perdió bailabilidad. Y aquella reflexión del bailarín pidiéndole al pinchadiscos un tema de determinado cantor, una etapa de la orquesta de marras, atesoraba una realidad indiscutible.

(Continuará)

 

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