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domingo, 24 de junio de 2012

Carlos Gardel

Soy que los que crecieron escuchando a Gardel en la radio y más tarde en la vitrola.

Porque soy de un barrio tanguero como Gardel, que se crió en el Abasto. Pero cuando el cómic de Tacuarembó todavía no había adquirido la publicidad actual y ya conocía a su autor, yo recorría en Toulouse, Francia, los lugares de su nacimiento y primeros dos años de vida.

Estuve en el Registro Civil comprobando su partida de nacimiento, en la puerta del Hospital donde nació, en la Rue Reclusanne y en su casa de la Rue Canon D'Arcole nº 4. Estas son las fotos:

Con mi hija en la puerta del Hospital




Estoy llamando a la puerta de su casa tolosana




















Estas imágenes son de los años 80. El Hospital estaba a punto de ser derribado. Conversé con un señor que vivía en la casa y se apellidaba De la Mata, como el famoso futbolista Capote que jugaba en Independiente.
Mi hija en la puerta de su casa de la calle Canon D'Arcole




Gardel se embarcó con su madre Berthe Gardes el 12 de febrero de 1893, en el vapor Dom Pedro, en el puerto de Burdeos.

El 10 de marzo llegarían al puerto de Buenos Aires, después de casi un mes de travesía.

La historia posterior es de por sí muy conocida.

Hoy quiero recordarlo con un poema que compuse para recordarlo y el verso lo recita con su calidad de siempre mi amigo de Mataderos: Ángel Yonadi, conocido entre nosotros como Anyulín.




GARDEL
                                                       “Si podemos decirle al final de cada disco:
                                                                        -Te pasaste Carlitos….”
                                                                                                    Héctor Negro

Antaña devoción tangoesquinera
que el suburbio trasvasa
a parroquiana adoración hornacinera.
Es la musa sangrante
que fatigó el trovador itinerante.
¡Un llanto de ciudad, esa argamasa
entregada a su brújula albaceante!

Al yirar de la gente
que ataracea los huecos de su ausencia,
en la querencia,
el eco de su voz llega doliente;
fértil presencia,
que la metrópoli encelará como tesoro,
la oración fundamental de nuestro canto,
la sonrisa de goma tragacanto,
la voz invicta, el carretel sonoro.

Por la herida vitrola,
desangra el mensaje una ventana
y ante los versos que exuda la consola,
la misa gardeleana,
revive en el  milagro feraz de aquella gola.

¡Al aire zorzalea
una bandada volátil que gorjea, 
reconociendo el mensaje tangosanto
y chairándole al timbre llamador un contracanto;
en la lunita rayada  picanea
el temblor de una viola y nos arrea
levitando, esa voz inmortal, desde el espanto!







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