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miércoles, 29 de octubre de 2025

Osvaldo Fresedo y la guardia nueva

Entrevistado por el autor, en su domicilio de la calle Eduardo Madero, de la localidad de Martínez, Provincia de Buenos Aires, el 14 de agosto de 1973.

Ubicación: Bandoneonista, director, compositor y arreglador.
Figura consular de nuestra música típica, perteneciente a la generación de tanguistas de 1910, su trayectoria se confunde en buena parte con la historia misma del tango.

Así, desde los modestos tríos y cuartetos que integró en academias de baile y cafetines de bravía clientela que pululaban allá por el centenario, transitó luego por el sofisticado ambiente de los más suntuosos cabarets, los cines de más categoría del período mudo, así como bailes privados en aristocráticas residencias de la calle porteña, integrando o dirigiendo algunos de los celebrados sextetos que caracterizaron a los dorados años ’20.

                               

Finalmente, como culminación de su ciclo, a partir de los años ’30 dirigió importantes conjuntos, ya sea de integración instrumental convencional, como organismos orquestales numerosos -sin faltar la tentativa de tratar al tango sinfónicamente- incorporando a la planta habitual de sus formaciones instrumentos bronces, vibrafón, arpa, batería y percusión. Perduró dignamente en esta senda hasta poco antes de su fallecimiento. La faceta más remarcable del maestro Fresedo ha sido seguramente su labor como director de orquesta, modelo de justeza y musicalidad, creando una de las modalidades interpretativas del tango de mayor riqueza y originalidad, caracterizada por la sutileza de matices, el respeto por el tiempo musical y por la faz melódica de la ejecución como premisas fundamentales. Evidenció también ponderables condiciones de compositor, con obras de lozana belleza melódica como “Aromas” o “Sollozos”, o el punzante juego ritmo de “El espiante”, “El once” o “Pimienta”.

En cuanto a su desempeño como ejecutante del bandoneón, mostró en los solos grabados en el año 1920 una bastante clara influencia Aroleana en su estilo, pero asimilando rápidamente los aportes creativos de Pedro Maffia en cuanto a sonoridad y pulcritud en el manejo, que lo convirtieron en un bandoneonista importante de su tiempo. Por otra parte, muy tempranamente abandonó la ejecución del instrumento para dedicarse en forma excluyente a la dirección.

Esbozo biográfico
 

Cuando se realizó esta entrevista, el maestro Fresedo ya se hallaba enfermo, pero fue gentil y complaciente a la requisitoria.

Cargado de glorias y años, su espíritu era jovial y libre como en sus años de aviador. Nos había concedido un tiempo limitado para nuestra grabación, pues tenía un compromiso a determinada hora.

Una vez empezada la charla, un tanto desordenadamente, su natural locuacidad le hizo superar con holgura la hora tope para el fin del reportaje, pero ya no le interesaba. Por lo contrario. Proseguía con entusiasmo comentado los pormenores de sus lejanos comienzos mientras, periódicamente, le preguntábamos si se sentía fatigado temiendo que este esfuerzo le fuera perjudicial.

Contestaba que no y continuaba; de pronto interrumpía la conversación interrogándome:
- “¿Le interesa esto?” y con respuesta afirmativa, retomaba el diálogo.

- “Nací el 5 de mayo de 1897 en la calle Lavalle 1606; es decir, yo tenía entendido esto, pero ahora mi hermano Emilio que es mayor que yo, me dice que nací en Rivadavia 1022, así que tengo que conversar con él para tratar de aclarar esto.

Mis padres fueron Clotilde García y Nicolás Fresedo, los dos argentinos.

Éramos cinco hermanos varones: Emilio, yo, Raúl, Héctor y otro que falleció a los siete años de edad, creo que en 1905, cuando vivíamos en la calle Billinghurst 434”.
Cuando tuvo lugar esta entrevista -1973- de los varones sólo vivían nuestro biografiado y el poeta de singulares valores. Cuatro hermanas completaban la descendencia del matrimonio Fresedo, ciertamente prolífico.

- “A mi hermano Raúl lo inicié yo, tocando un poquito la batería; anduvo bastante bien. Tocó en una orquesta que hice cuando volví de los Estados Unidos, en el año treinta. Después enfermó y murió muy joven.

Mi madre era profesora de piano, pero nunca ejerció. Mi padre era comerciante. Desde el centro nos mudamos a Ramos Mejía, a dos cuadras de la estación hacia Haedo. De allí, nos fuimos al barrio de Almagro, calle Billinghurst 434, como le mencioné antes, en 1903, donde inicié mis estudios primarios en el colegio Anchorena.

En 1906 nos trasladamos al barrio de Floresta, calle Avellaneda 4140, entre Segurola y Gualeguaychú”.

Cuando descubre el bandoneón

Maestro Fresedo, ¿Cuándo se sintió atraído por la música en especial por el bandoneón?

-“A mí, desde chico me gustaba mucho el deporte, fui corredor pedestre y a los once años gané una carrera de esa especialidad que tuvo lugar en la plaza Vélez Sársfield, en Flores. El tango y el bandoneón recién los conocí cuando vivíamos todos nosotros en Villa La Paternal, en Avenida Del Campo y Eleano, al lado de la vía del tranvía Lacroze que iba a San Martín; tenía 13 años, es decir que fue en el año 1910.

Ahí, mi padre había alquilado una casa bastante grande; atrás teníamos un molino de viento para extraer el agua.

Nos habíamos hecho muy amigos de una gente que vivía en la Villa Paternal, como tres cuadras de ahí para el lado del hospital Tormú.

Todos los muchachos nos reuníamos a escuchar lo único que se podía, los discos. En especial los discos de “Pacho”.

Recuerdo que había un turco que venía siempre con una valija ofreciendo casa por casa, pregonando: “Disco bor Bacho”, “Disco bor Bacho”…

Por medio de los discos llegué a conocer el sonido del bandoneón.

Pero un día vino una orquesta a un café de la esquina de Chorroarín y Triunvirato, donde con la consumición se ponían 15 o 20 centavos, le daban un número. Con ese número, a la mitad de la atracción, que era la orquesta, se rifaba una botella de anís o de coñac.

Allí tocaba el bandoneón Augusto P. Berto; yo me enteré a través de los demás que era Berto, porque lo que interesaba a mí, era el bandoneón.

Supe de la misma forma que quien tocaba el violín era “Pirincho” Canaro y la guitarra Domingo Salerno.

Hasta ese momento no tenía idea de cómo era un bandoneón; creía que era algo parecido a un Violoncello, per se hablaba tanto del bandoneón y me fascinaba tanto ese sonido que venía de los discos, que quise verlo.

Cuando vi ese bandoneón y a Berto que lo movía de acá para allá, recién entonces me vino la afición por este instrumento.

Ya me interesaba la música, porque mi hermano tocaba el piano, lo mismo que mi madre.

A pesar de la mudanza, yo seguía concurriendo a un colegio de Flores, en Yerbal y Fray Cayetano e iba en bicicleta desde La Paternal y por la tarde viajaba nuevamente hasta Plaza Flores siempre en bicicleta para hacer una “changuita” en un quiosco y librería de la zona.

Entonces junté diez pesos, no sé cómo, y me compré una concertina que tenía diez teclas de cada lado… ¿a ver?... si, diez teclas, así que abriendo y cerrando tendría unas veinte voces. Con unos muchachos amigos, que eran hermanos y tocaban la guitarra en el barrio de La Paternal, intentamos la formación de un conjuntito. Se llamaban Pedro y Martín Barreto. En Villa Paternal había una manzana donde se levantaban unas casas de alto.

Había unas diez casas de un lado, otras diez del otro, después cortaba un pasaje en el medio y nuevamente se encontraban diez casas de cada lado, todas igualitas, con su jardincito adelante, hechas así de tipo obrero, pero de alto”.
Recordemos que La Paternal era el nombre de una Sociedad de Seguros a la que pertenecían los terrenos de este barrio y en los que se construyeron viviendas destinadas a familias de obreros y que su denominación data del año 1904, cuando la estación Chacarita pasó a llamarse La Paternal, nombre que el tiempo hizo extensivo al barrio adyacente.

-“Entonces - Prosigue el maestro Fresedo – nos instalábamos en una esquina en que había una peluquería cuyo dueño tocaba el mandolín, con él, estos muchachos Barreto que le mencioné y yo con mi concertina, nos poníamos a tocar y los muchachos del barrio se ponían a bailar entre ellos”.

Acotemos que aprendió a tocar la concertina intuitivamente, “sacando” valses, polcas, pero lo que más le gustaba el tango.

Mientras tanto los padres que querían que su hijo fuese perito mercantil. Lo inscribieron en 1911 en la Academia mercantil Pagano de Uruguay Cangallo.

No por ello dejó de lado el deporte: ese mismo año, con sus hermanos Héctor y Emilio junto con otros muchachos del barrio, fundaron en Villa Paternal un club de fútbol, el club “Edison”, cuyo equipo jugaba en los potreros de aquellos años, semilleros de tantos “cracks”.

Prosiguió un tiempo dando serenatas por la zona con hermanos Barreto, con un repertorio en el que predominaba el tango “Emancipación”, “El talar”, “Mate amargo”, “El zurdo”, “Cuasi nada”, “Una fija”, “La catrera” y “El caburé”, eran algunos de los títulos.

-“Lo cierto es que cuando tenía quince años frecuentaba el café “Venturita”, porque me apasionaba escuchar al trío de Augusto Berto, al que completaban Canaro y Domingo Salerno. Me apasionó el bandoneón, y me decidí a ahorrar dinero, de cualquier forma, con tal de adquirir uno.

Después, al tiempo, compré un bandoneón, cosa que a mi padre no le gustó nada…

La compra del bandoneón coincidió con su inscripción en la academia Pagano. Se trataba de un instrumento de sólo 50 voces, con teclas metálicas por lo cual debió pagar $60 ahorrados con bastantes sacrificios.

-“Empecé a estudiar bandoneón con un muchacho que era cochero de plaza, de aquellos “Mateos”. Se llamaba Carlos Besio y él se encargó de enseñarme cómo era el teclado cómo se tocaba y un tango que fue el primero que aprendí a tocar en el bandoneón. Ese tango se llamaba “La chinchibirra” y nunca se supo de quién era.

Bueno, después este muchacho Besio, que tocaba de oído, ya no tenía mucho más para enseñarme y al poco tiempo yo le tenía que hacer algunas indicaciones a él…

Yo todavía no sabía música, sino que tocaba de oído y “sacaba” muchas piezas de los discos de fonógrafo. Más tarde comencé a buscar las piezas musicales, mi madre las pasaba al piano y yo las “sacaba” en el bandoneón.

Recién después comencé a estudiar teoría y solfeo con Pedro Desrests, que era violinista de sinfónica y padre de Pedro que más tarde sería violín de mi orquesta.

Pero en realidad lo que yo más tenía era una gran intuición y prácticamente el bandoneón lo estudié solo. Después conocí a un bandoneonista, Manuel Firpo, que tocaba muy bien y todas las noches íbamos escucharlo al café Capuchino de la calle Rivera – hoy Córdoba- donde trabajaba con Paulino Fasciola (violín) y Manuel Aróztegui (piano) y comencé a estudiar con él”.
Al referirse a su aprendizaje, manifiesta el Dr. Luis Adolfo Sierra: “Quería ganar etapas de conocimiento musical aceleradamente. Y lo logró. Pronto tocaba el tango “El eléctrico”, de Greco, escrito en La bemol, tonalidad de difícil ejecución para un principiante”.

Pero todo ese encausamiento de su entusiasmo hacia la música llevó aparejada su despreocupación por sus estudios, traducida en frecuentes “rabonas”:
-“Para ello abandoné los estudios. Porque desde mi casa salía decidido a concurrir a la academia. Y en el camino enfilaba hacia donde podía tocar el bandoneón”, acotando luego: “En un momento dado, mi padre se enteró de que yo había dejado de lado mis estudios. Entonces tomó una decisión extrema: me echó de mi casa”.

Fresedo acudió a refugiarse entonces a la casa de su entrañaba amigo Nelo Cosimi, en Villa Ortúzar, quien le prestó una piecita donde estuvo guarecido varias semanas.

Nelo Cosimi estaba llamado a ser, años más tarde, uno de los primeros de nuestra cinematografía, en el doble carácter de actor y director.

El padre de Nelo empleó a Osvaldo en su empresa como pintor de brocha gorda, con una paga de dos pesos por pared blanqueada.

La traviesa pareja de “pintores” formado por Nelo y Osvaldo se enfervorizó tanto con su tarea, que terminada la pared y por el mismo precio blanquearon a una vaca overa de un tambo vecino que dormía plácidamente.

Al ser descubiertos por el furibundo tambero, Osvaldo debió apelar a aquellas condiciones de corredor pedestre que le valieran la obtención de un premio años atrás y mejorando notablemente su marca, superó sobre la cinta al tambero, retornando intempestivamente a la casa paterna, donde fue gratificado con el perdón. Esto ocurría en 1913.

-“Recién allí mi padre aceptó mi vocación por el tango”.

Sellando la reconciliación recibió su primer bandoneón de 71 teclas que costó nada menos que $200.

Debut profesional


La carrera de músico profesional del maestro Osvaldo Fresedo se inició en 1913, año en que formó una orquesta de barrio, más precisamente un cuarteto típico así integrado:

Bandoneón: Osvaldo Fresedo. Violín: Emilio Fresedo, Guitarras: Pedro y Martín Barreto.

El debut estaba fijado para el 31 de mayo de ese año en un baile de casamiento en la localidad bonaerense de Opendoor, pero por una dirección errónea aparecieron tocando en otro casamiento donde no los habían contratado; cuando se aclaró el error ya era tarde y resolvieron volver a La Paternal, recibiendo el bautismo como “músicos de tango” en forma de una despiadada lluvia que enfrió tanto los cuerpos de los bisoños músicos, como su entusiasmo por el debut.

Pero el desánimo se disipó muy pronto y una vez recuperados, además de tocar en los cordones de las aceras del barrio, actuaron en numerosas reuniones familiares y casamientos, pero ahora cerciorándose muy bien de las direcciones.A esta altura de su itinerario, el joven bandoneonista motivo de esta historia, había compuesto ya sus dos primeros tangos: “Chupate el dedo” y “La ronda”, luego popularizado ampliamente como “El espiante”.

El tango citado en primer término fue dado a conocer en los bailes de carnaval del entonces fastuoso “Tigre Hotel”, por la orquesta que dirigiera el gran músico negro Carlos Posadas, uno de los más importantes compositores del género, en cuya producción se encuentran páginas de tan notable factura como “Cordón de oro” y “Retirao”.

La ronda” (“El espiante”)

El propio maestro Fresedo será quien nos narre las causales de la inspiración para componer este clásico del género:

-“Este tango lo compuse en 1913, cuando todavía estaba estudiando bandoneón. Lo compuse en el barrio de La Paternal y el tema me lo inspiró la ronda de un vigilante que estaba en la esquina de Villa Paternal misma, a la que contestaba otro que se corría por la calle Bellavista, que daba vuelta al paredón del cementerio de la Chacarita. Por las noches, mientras estudiaba bandoneón escuchaba la ronda: “Tariii…ra” y el otro a su vez respondía “Tariii…ra” y de allí arranqué con el bandoneón y salió el tango. Le puse el título de “La ronda”, pero como todavía no se había editado, me decían que le pusiera un título más arrabalero, porque el tango en esos tiempos se lo identificado con los arrabales; entonces me convencieron y decidí ponerle “El espiante”.

                                    




Se lo di para editar a José Felipetti y desgraciadamente no tengo ni siquiera un ejemplar de esa edición original... me hubiera gustado mucho tenerlo.

Lo estrenó Berto en el café “La Oración” que estaba en la calle Corrientes, entre Cerrito y Carlos Pellegrini, de espaldas a la iglesia de San Nicolás de Bari (actualmente Avenida Santa Fe).

Se lo llevé yo mismo a ese café; le di cinco partes para piano y él le puso una a cada uno; estaban Luis Teisseire en flauta, José Sasssone en piano –que también fue pianista mío cuando estuve en el Venturita de Corrientes y Serrano-, los violinistas Julio Doutry y Peregrino Paulos y en el bandoneón, Berto.

Al poco tiempo se tocaba en todos lados; por esa época compuse varios tangos más, pero ninguno tuvo el mismo éxito. Es que “El espiante” gustaba muchísimo.

Mire cómo habrá sido su popularidad, que había un “Café biógrafo” en aquel entonces que estaba en Corrientes, cerca de Puyrredón, cuyo dueño se llamaba Vicente.

Bueno, cada vez que tocaban el tango, los concurrentes, después de la llama inicial: “Tariii…ra”, comenzaban a canturrear cada vez con mayor vehemencia: ¡Vicente! ¡Vicente! ¡Vicente! Siguiendo la música del tango.

El propietario del local terminó enojándose y prohibió que se tocara ese tango en su café”.

OSCAR ZUCCHI - (Continuará)

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