De pronto, caminando por cualquier calle, le llega nítido el sonido de un tango propalado desde el parlante de de una disquería. "Pará... pará". se dice a sí mismo. Y se detiene. Entrecierra los ojos, se aísla en su mundo interior y ya nada existe para él, como no sea la melodía que baña dulcemente su alma. -Ésta es la jaula del japonés Pichuco -monologa para sus adentros- . Fraseo limpito, como si la bandola, en lugar de tocar, estuviese hablando... Moviendo apenas los labios, canturrea el poema al compás de la música: "La esquina del herrero, barro y pampa...". Cuando concluye el disco, reemprende la marcha. Pero ya es otro tipo, algo así como la reencarnación del muchacho que fue en el 40.
Ahora va cargado de nostalgias y no advierte lo que a su lado pasa... "¿Vos sabés que muchas veces no le puedo dar la cana si es un pibe o una piba con la melena larga, la blusa de colores, los lompas de lona y los mocasines? Porque el uniforme es el mismo en un caso o en el otro...".
Ëste es el hombre del tango, aferrado a muerte a su berretín y enemigo furibundo de los nuevos ritmos. Vive para el recuerdo, se retrotrae al pasado, evoca sin pausas y tiene dioses propios: Gardel, Angelito Vargas, Fiorentino, Cobián, De Caro, Di Sarli, Troilo, Pugliese, D'Arienzo, Fresedo.
Incluso ha aceptado en el cielo de sus adoraciones a Pirincho Canaro. "Sí, la orquesta parecía un poco la banda de un pueblito, pero, ¿qué querés?, tocaba tango y, además tenía a Minotto. Ése sí que era un fueye que obligaba a descapelarse...".
Es, por otra parte, la historia viva del tango. Conoce de pe a pa todas las peripecias y vicisitudes de sus héroes musicales. "¡Qué me vas a decir a mí!... El negro Frontera era violinista de Vicente Flores en un café que estaba frente a la Plaza Flores, precisamente. Y pa' que lo sepás: Nicolás Vaccaro fue pianista de Arolas en un cabaret de la calle Corrientes, donde hasta hace poco tiempo "La Emiliana" ofrecía morfi tupido a los que andaba con ganas de lastrar".
Y sigue acopiando datos y nombres hasta nunca acabar. El hombre del tango provoca la impresión de que se hubiese abroquelado contra las cosas del presente y siguiese firme en la época de sus amores y admiraciones juveniles.
-"¡Ah, que tiempos aquellos - suspira con añoranza- cuando con quince guitas que valía un café, lo escuchabas toda la noche a Anselmo Aieta en el Nacional...!".
JOSÉ BARCIA ("Tango, Tangueros y Tangocosas".)
No hay comentarios:
Publicar un comentario