A Mario Arroyo
Se oía "Flores negras" desde un roto
y oculto clavecín transmilonguero;
y andaban por las caras como lotos,
muy blancos y muy tristes, los devotos
silencios del argot lupanatero.
y oculto clavecín transmilonguero;
y andaban por las caras como lotos,
muy blancos y muy tristes, los devotos
silencios del argot lupanatero.
Ardían los lunáticos mecheros
con lumbre acafañado y meretricio,
dejando en los champañas forasteros
el gusto de un dolor metarramero
mezclado al de los ruegos de artificio.
Nacidas de un pernótico solsticio,
las dulces volatriches, con las alas
marcadas por los tangos pontificios
bailaban, de rodillas, en los mishios
y otoños espejismos de la sala.
Con mano alucinesca y funerala
dejó su neurastenia sobre el clave
servida. Y por la crespa enhoramala
del humo me alcanzaron las bengalas
perdidas de sus dos ojeras graves.
Prendidas del sutién, junto a la llave
del íntimo cotorro tanagrino
guardaba las torturas de quien sabe
-por triste- cuánta noche es la que cabe,
de vuelta, en cada sueño clandestino.
Salimos. Y un robado y peregrino
cochero nos llevó a la madrugada
sahumeria del buduár funambulino
que oyó el adivinado y percantino
crujir de su ternura perfumada.
Después, cuando nerviosa y apurada
de adiós, se retocaba los retiznes
de un llanto rimmelario, coaguladas
de frío, dos gotitas aniñadas
quedáronse mirando de su cisne.
Horacio Ferrer
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