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jueves, 4 de abril de 2019

La "mugre" del tango

El término puede llevar a confusiones por todo lo que la palabra encierra. Según el diccionario castellano, mugre es "una suciedad, especialmente grasienta,  que se acumula en una cosa o un lugar.
El polvo y la lluvia de todo un año han dibujado franjas de mugre y cuajarones de barro reseco sobre la tarlatana plisada (fig.) por desconocer ignoran incluso que el rechazo a una niña genera un tipo de mugre maloliente que infesta las arrugas del alma y ennegrece el carácter  para siempre".

La mugre en el tango representa otra cosa totalmente distinta.  Es un término porteño que identifica metáforicamente al cúmulo de emociones que transmiten los músicos de tango  al ejecutar una pieza, y que no figura en la partitura. Es una especie de comunicación oral y empírica que se sucede entre las distintas generaciones, difícil de graficar.

                                    
Un  solo de bandoneón de Aníbal Troilo, por ejemplo, siempre tendrá más mugre que el de muchos colegas que ostentan en su haber una mayor formación académica. Vendría a representar, por ejemplo, la diferencia entre una caricatura realizada mediante un ordenador y otra hecha por un artista, que logrará como resultado un retrato mucho más vivo.

No se trata, por supuesto de tocar mal, todo lo contrario, esos efectos lo consiguen precisamente los que tocan bien, muy bien. Y es muy elogiable porque así se han conseguido verdaderas maravillas de interpretación que siguen haciéndonos cosquillas en el cuore, y en los pies cuando las bailamos. Esa sención de sonido embarrado, algo sucio, pero que produce un efecto instántaneo de regusto en el oyente o el bailarín.

Es el condimento extra del tango, del músico y del milonguero. Vendría a ser algo así como esa definición tan nuestra de "tener potrero", para referirnos a futbolistas que aprendieron la picardía, el secreto de su técnica tan especial y distinta, lo que les lleva a conseguir resultados maravillosos y sorprendentes. Que aprendieron los secretos de su arte y mañas en campos silvestres plagados de dificultades para poder controlar la pelota, rodeados de rivales ansiosos por quitársela.

En Argentina ya se extiende esa definición tan certera de "le falta potrero" a cualquier político, comunicador o figura pública que desconoce la cultura popular. A algunos bailarines provenientes de otros bailes de salón y recién arribados a las milongas, también se les endilga con propiedad y cierto demérito, el "le falta mugre".
                                         
María Nieves y Juan Carlos Copes

Aunque hayan aprendido las figuras y se muevan con la música sin desentonar técnicamente, se les menta así para diferenciarlo del salido de las huestes milongueras, que atesora una sensibilidad muy característica de su grupo de permanencia. Los avezados saben distinguir esas desigualdades. Algo similiar sucede con los bailarines que vienen de disciplinas clásicas y no están formateados en la milonga, por lo cual los puristas o tradicionales le suelen endilgar esta muletilla.

El resultado final de la mugre en el tango, puede apreciarse en muchos temas de Pichuco, por ejemplo. Los que tuvimos la suerte de verlo, bailarlo y escucharlo en vivo podemos dar fe de ese sonido sucio que nos exaltaba. Los arrastres de Pugliese, los solos de violín  de Cayetano Puglisi con D'Arienzo, o los de Gobbi, las variaciones de Ruggiero, los pizzicattos de Edgardo Donato, el contrabajo de Kicho Díaz y hasta la interpretación del Polaco Goyeneche están llenos de mugre. Una mugre que ennoblece y enriquece al tango, como los dibujos de Copes y María Nieves en el escenario, después de haberlos laburado y madurado en noches milongueras interminables.

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