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lunes, 2 de noviembre de 2015

Alfredo Le Pera

En mi libro ABC del Tango-Biografías de grandes figuras, editado por Corregidor, quise echar un poco de luz sobre la opacada figura de Alfredo Le Pera y hacer justicia con su obra. Y hoy repaso acá dicha nota.

El numen gardeliano

                                        

                                      
   Un canto querido... Alfredo Le Pera está unido en el Olimpo tanguero a Carlos Gardel, por el misterio, su origen europeo, el triunfo en el cine norteamericano -o sea, mundial-, una treintena de canciones inmortales y el final trágico en Medellín. Mucho se ha dicho sobre el gran cantor. Parcos y tardíos han sido los comentarios sobre el libretista y poeta. Y no demasiado elogiosos. Incluso bastantes críticos lo rebajan cuidadosamente a la condición de letrista, estableciendo una categoría inferior a la poética.  Pero en la médula del tango-canción, las letras de Alfredo le Pera seguirán relatando, incólumes, las cosas mínimas que le pasan al hombre y que desafían a las modas y el tiempo. Porque, ¿quién de nosotros, imaginando la vuelta al pago después de largo tiempo alejado de él, no adivina las luces que a lo lejos van marcando mi retorno? ¿Qué porteño expatriado no suspira con regresar a sus calles para que no haya más penas ni olvido? Esa ciudad final, terminal, con su humedad, sus nostalgias y desengaños que agrietan al centinela de sus promesas de amor.

   Cuando yo te vuelva a ver... Allá por los 50, contaba un tanguero veterano que la primera vez que se encontraron Gardel y Le Pera, saltaron chispas. Alfredo era periodista y le había propinado un brulote al Zorzal en Última hora, un diario satírico. Le criticaba su pinta compadre, su fama y supuestas veleidades. Carlos había ido a buscarlo a la redacción, lo increpó y luego de ásperas discusiones, el periodista terminaría confesándole que había escrito el palo a instancias de un compañero de redacción. Años más tarde, en París, el empresario teatral y también periodista, Mariano Hermoso, amigo de ambos, logró juntarlos en una cena amistosa. Gardel estaba cantando en la Ciudad Luz y Le Pera había sido enviado por el empresario del Teatro Sarmiento para comprar material revisteril y desde allí mandaba reportajes a Noticias Gráficas,  entrevistando a personajes como René Clair o Marcelo T. de Alvear. De paso comenzaba su vinculación con el cine, traduciendo al español los diálogos de las películas francesas que se enviaban a Argentina. En aquella cena nacería una amistad que se cimentaría años más tarde -en 1931-, cuando entre ambos comienzan a diseñar una geografía difusa en forma de canciones que quedarán para siempre grabadas en la memoria de los pueblos.

Al año siguiente, sobre la base de un ensayo dramático de Alfredo, titulado Une maison serieuse, la Paramount filma la tercera película de Gardel: La casa es seria, en Joinville, un suburbio parisino. La segunda  -Espérame-, también debió ser corregida por Alfredo. A partir de ese momento Le Pera se convierte en el guionista de todos los filmes gardelianos. También en autor de las letras de las canciones que se insertaban en los mismos (Algunas en colaboración con Mario Battistella y una con César Lenzi). La lista de películas incluye a Esperáme (1932), Melodía de arrabal (1932) y las cuatro realizadas en Long Island (Nueva York): Cuesta abajo (1934), El tango en Broadway (1934), El día que me quieras (1935), Tango Bar (1935) y las escenas de Gardel en The big broadcast or 1936 (Cazadores de estrellas) en 1934. Concebidas para el lucimiento de la hermosa voz del Morocho, los temas musicales injertados en ellas, demuestran que el arrabal no es una noción catastral sino un paisaje del alma. Son 28 joyas que enloquecen a todos los públicos, e incluyen tangos, canciones, jotas, foxtrots, rumbas, estilos, canciones camperas, criollas y tonadas. Y en esa vorágine creadora acuñan entre ambos temas inmortales que de la pantalla pasan a engrosar el cancionero popular de todo el mundo: Volver, Cuesta abajo, El día que me quieras, Sus ojos se cerraron, Lejana tierra mía, Arrabal amargo, Golondrinas, Soledad, Silencio (con Pettorossi), Mi Buenos Aires querido.

   Como un paria que el destino... La Argentina es un país que tuvo que inventarse a sí mismo, territorio de extraños y de ausentes, poblado por los primitivos habitantes y el mestizaje con la inmigración y sus fantasmas circulares.  Tierra acogedora, nostálgica, que incuba mesuras y desmesuras de todas partes. El matrimonio formado por Alfonso Le Pera y María Sorrentino, abandomó en 1900 su Piamonte natal y las penurias europeas, para trasladarse en barco a Brasil, con su hijo Giuseppe. En sus entrañas María llevaba otro futuro retoño que nacería en el Puerto de San Pablo al arribar a destino. Los caprichos del azar hacen que, al llegar, se topen con una epidemia de fiebre amarilla en dicha ciudad, y los viajeros no pueden abandonar el barco, donde nacía el pequeño Alfredo. Luego de una obligada y angustiosa cuarentena, el buque pone proa hacia Buenos Aires y esta ciudad será el nuevo y sorpresivo hábitat de la familia. Alfredito Le Pera Sorrentino será anotado en la capital argentina, dos meses después de su venida al mundo y si bien su nacionalidad es un capricho geográfico, su porteñidad es fruto de una irrefrenable vocación. El presunto misterio de su nacimiento quedará para siempre como una sombra dudosa que lo emparienta más a Gardel, incluso. Fue siempre un buen estudiante. Hizo el bachillerato en el Nacional Rivadavia, donde tendría de profesor de literatura a una persona que lo ayudó en su formación y profesión: Vicente Martínez Cuitiño, también vinculado al teatro y el periodismo. Completaría el cuarto año de medicina, pero el bichito del teatro y el periodismo lo tentarían y terminarán atrapándolo definitivamente.

Comenzó en El Plata, fue crítico teatral con Julio F: Escobar en Última hora, pasó por El Telégrafo y El mundo, como jefe de página, y el empujón de Martínez Cuitño lo lanzaría a las revistas porteñas como libretista de cuadros, sketchs, sainetes y alguna que otra obra, como La plata de Bebe Torres, que tuvo bastante suceso. En 1930 Manuel Sofovich lo lleva a Santiago de Chile con una compañía de teatro en la cual estaban Tito Lusiardo, Tania y Carmen Lamas entre otros, para escribir los textos. Una madrugada, jugando a las cartas en el hotel, a las 6 de la mañana, escucharon el Ave María por los carillones de la Iglesia de la Merced, lo que produjo en los noctámbulos una profunda emoción. Se lo contarían luego a Discépolo -que acompañaba a Tania- invitándolo a trasnochar para escuchar esa música de campanas. Al oírlas, Discepolo, conmovido, fue tarareando una melodía y le dice a Le Pera: "Alfredo, hagamos un tango con esto...". Y así nacería Carillón de la Merced, bautizándose Le Pera con ese tango que tendría un éxito apoteósico en Chile. Aunque Julián Centeya, que era muy amigo de Discépolo, cuando le mostré mi curiosidad por la sociedad autoral de dicho tango, casi me boxea esa noche en un boliche de la calle Maipú. El bueno de Julián sostenía que Le Pera sólo había puesto la tilde en Carillón... Y ésa era una de las tantas maledicencias del ambiente tanguero que iría escuchando a lo largo de los años sobre los méritos de Le Pera. Sin embargo, este tramo es leperiano total: " Yo no sé porque extraña razón encontré .../ carillón de Santiago que está en la Merced, / en tu son inmutable,  la voz de mi andar / de viajero incurable /que quiere olvidar...".

   Traerá quieta la brisa rumor de melodías... Admirador de Amado Nervo y Rubén Darío, también se le reprocha el haber orillado el plagio en temas como Amargura o El día que me quieras, que, efectivamente bucean en temas del mexicano. Como si debiéramos reprobar a Manzi, Expósito o el Negro Cele, que admirasen y profundizasen en la obra de García Lorca, Rimbaud o Darío, respectivamente. Nervo era ministro de México en Argentina y murió en Montevideo en 1919. Tuvo bastante éxito en su tiempo -no entre los tangueros-, pero su poesía es un tanto cursilona y así lo sugieren los versos en que se basó Le Pera y que pertenecen a El día que me quieras, un poema del mexicano, hecho en 1915. "El día que me quieras tendrá más luz que junio: / la noche que me quieras será de plenilunio...". es evidente que la letra de Alfredo es menos rebuscada que la de su admirado poeta, que insiste en ñoñerías tales como: "Cogidas de la mano, cual rubias hermanitas / luciendo golas cándidas, irán las margaritas / por montes y praderas, / delante de tus pasos, el día que me quieras...". Le Pera pidió permiso a la familia de Nervo para hacer con Gardel en 1935 esta canción que es el leit motiv de la película del mismo nombre rodada ese año, que interpretarían luego, hasta hoy, cantantes de todo pelaje y cuyos versos no los ha envejecido la modernidad. En largas tertulias tangueras, cuando emergía el nombre de Le Pera, me complacía escuchar a Troilo defendiéndolo y valorándolo, más allá de que se comentara que no era buen tipo. Pero eso, qué importaba. Gardel era muy inteligente y en un momento dado de su carrera se encontró sólo y rodeado de franceses primero y de norteamericanos luego.
Ahí aparece Le Pera y entre los dos hacen una trampa portentosa: Conservan lo nuestro en un ambiente completamente extraño. Los temas escritos para las películas fueron construídos lejos de la calle Corrientes, estrenados en París y Nueva York, y ése fue el gran mérito del poeta, hacer llegar por medio del tango nuestra manera de ser, a públicos de otras lenguas. Con un castellano perfectamente entendible  en ese periplo iniciático de vida adulta y sus conquistas, pero también sus barreras, dolores y nostalgias. Incluso introdujo en ellas el argot, esas inmensas palabras porteñas que Le Pera filtra en el canon intemporal de sus versos dejándolas fijadas para siempre en la historia acústica de todos los pueblos: Rinconcito arrabalero. Por una cabeza, metejón de un día. Pero si algún pingo llega a ser fija el domingo. Criollita de mi pueblo, pebeta de mi barrio. Hay un fueye que rezonga en la cortada mistonga. En la cortada más maleva una canción. Se me pianta un lagrimón. Nace el hombre en este mundo remanyao por el destino. Peleando con taitas en un entrevero. La paica Rita me dió su amor.. Cuna de tauras y cantores. Me da pena confesarlo pero es triste ¡qué canejo!. Como las yerbas malas son duras de arrancar.

   La muerte agazapada marcaba su compás... Tenía tan sólo 35 años cuando fallece en la catástrofe de Medellín, el 25 de junio de 1935. La duda no deja de atorarnos: ¿Adónde podría haber llegado como poeta y hombre de cine y teatro, de haber vivido hasta una edad madura? Su modestia intelectual lo había llevado a ponerse al servicio de Gardel y no a utilizar al ídolo para fabricarse por su intermedio  un prestigio literario. El tango se estaba poblando de poetas como González Castillo; Discépolo, Manzi, el Negro Cele, García Jiménez, Cátulo, y pedían cancha los Expósitos. los Bahr. Los versos de Le Pera describiendo historias cerradas, con su simbología sentimental, nostalgias atragantadas, no violan la asepsia lingüística que los productores norteamericanos imponen, pero tienen un tremendo sabor tanguero como: "Ahora, cuesta abajo en mi rodada...". Eran canciones preparadas para interrumpir la acción de los filmes musicales que él mismo escribía. Y el fenómeno impresionate era descubrir pataleando y chillando a los públicos de Cuba, México, Colombo o Puerto Rico, para interrumpir la acción de esas películas, exigiendo al operador que la parase y repitiera la canción de turno, cinco, seis y más veces. Y salían del cine tarareando: "Golondrinas de un solo verano / con ansias constantes de cielos lejanos". O "...con las alas plegadas también yo he de volver". El buen gusto de Le Pera es constante: "Ahora, que anochece ya en mi corazón / vuelve el perfume de aquella ilusión...". En Soledad, el amor perdido es un fantasma: "En la doliente sombra de mi cuarto al escuchar / sus pasos que quizás no volverán...En mi larga noche el minutero muele / la pesadilla de su lento tic tac".

                                         
Carlos Gardel y Alfredo le Pera


¿Quien no supo de ese insomnio?: "En la plateada esfera del reloj / las horas que agonizan se niegan a pasar, / hay un desfile de extrañas figuras / que me contemplan con burlón mirar". Y esa maravilla de anatema: "La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser". Tuvo una noviecita en los días de la facultad que recorre en su vals: "Amores de estudiante / flores de un día son".  Cuando estaba en las revistas del Sarmiento se enamoró de una bailarina llamada Aída Martínez, Hermosa de facciones, físicamente muy atractiva, pero de salud frágil. Por no abandonar su carrera, fue agravando los problemas que la perseguían. Pese a que Le Pera tuvo una novia llamada Vicenta Rodolico, el romance con Aída fue tan intenso que ésta debió trasladarse de urgencia a Suiza para una operación delicada y Alfredo la acompañó hasta allí, aunque seis meses después ella fallecería. Embargado por el dolor y el recuerdo, Le Pera  fraguó el lacerante relato de Sus ojos se cerraron, e incluso el bosquejo de El día que me quieras, con su imagen perenne en la mente. Aunque algunos poetas lo desprecien y pocos lo tengan en su memoria, todos cantan sus temas. Gardel musicalizó ademirablemente la obra de quien fue su compañero y amigo durante los últimos 5 años de la vida de ambos. Los sueños y anhelos del poeta se truncaron jóvenes. Era su sino errátil. Nació en un barco, murió en un avión. El destino fue injusto con él al destinarle un papel secundario, glorioso y sombrío a la vez. El 24 de junio de cada año se conmmemora la muerte trágica de Gardel. Alfredo Le Pera queda excluído de esos homenajes. Aunque, deshilvanando su musa, abroche el recuerdo de aquellas baldosas eternas que no volvió a pisar:

 "Mi Buenos Aires querido / cuando yo te vuelva a ver / no habrá más penas ni olvido".

2 comentarios:

  1. tenes razon jose maria es cierto el 24 de junio son los merecidos homenajes al morocho y nadie recuerda ni a lepera ni a los musicos y todos fueron importantes en la brillante carrera del zorzal.te imaginas a gardel si hubiera vivido quince años mas y cantando todos esos tangazos del cuarenta.a veces me pregunto ,como hubiera cantado garua o malena pa que bailen los muchachos yuyo verde en fin todos esos tangazos.al fin de cuentas charlo que era un cantor de escuela como gardel canto un kilo hasta casi ser un anciano salute y muy lindo recordatorio de lepera que merece ser exhumado del olvido saludos, juan de boedo

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    1. Sabés Juancho ¡cuántas veces hablamos sobre lo que hubiera hecho el Morocho con esos grandes tangos, valsecitos y milongas del cuarenta!!!! Un arazote.

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