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jueves, 24 de abril de 2025

Tan solo por verte

 Los tangueros volvemos siempre sobre nuestros pasos, los que dimos en la milonga y los que nos foguearon en la radio y el tocadiscos. Y aunque pasen los años, siempre los recuerdos nos embridarán en algún tema que nos enredó en sus telarañas, o en esas instantáneas de la vida diaria  que tienen un efecto estimulante, por todo lo que representó en nuestras experiencias tangueras.

Muchas veces, al escuchar las antiguas grabaciones nos reencontramos con la energía que brota de esas historias con los versos anclados en el tiempo. La elaborada sencillez de la poesía del tango, una vez envuelta en la música e interpretada por voces llegadoras, nos plantean una escucha atenta y es cuando descubrimos una vez más la supervivencia infinita del género.

Los recuerdos difusos vuelven a introducirnos en una sensibilidad que no se inhibe. Los sentimentalismos en que nos embrocan esos discos que guardamos celosamente, y cada tanto volvemos a "descubrirlos", nos atiborran de recuerdos. El embrujo de la poesía, el imán milonguero de la música, nos arrastran por los vericuetos de la época y se convierten en una puerta al infinito.

                                         


Y es que al escuchar el tango que hoy traigo a la página me zambullo de lleno en mi etapa juvenil cuando comenzaba a aprender a bailar tango con los muchachos de la barra. Los programas radiales dedicados al tango nos llenaban el alma con las grabaciones permanentes. En este caso, de la orquesta de Francini-Pontier, que arrancaba fuerte en una etapa de decaimiento para los conjuntos tangueros. 

El cantor uruguayo, Julio Sosa, que se consagraría con esa formación, aportaría al género un estilo diferente, comunicativo y temperamental. Además acompañando su voz grave con el gesto, lo que lo haría todavía más llegador. Le dio incluso realce a la orquesta y así no sólo actuaron en numerosos clubes y en radio, sino que junto a Podestá, Rufino y Berón fueron vitales en la trayectoria del conjunto.

El tango del título fue compuesto por Alfredo Lorenzo -un poeta casi desconocido en el ambiente- y el destacado contrabajista Fernando Cabarcos. Y aunque no haya tenido mucho recorrido, considero que vale la pena recordarlo y escucharlo atentamente. El verso muestra al personaje que se siente avejentado y perdurando su amor hacia aquella chica de la juventud a la que aún sigue buscando.

Al mirar mi cara en el espejo
he sentido un poco viejo
el corazón.
Mis pasos rumbeé para el recuerdo
muerta la esperanza
la ilusión.
Gambeteando cuadras fui a la esquina
recordé mi chiquilina
nuestro amor.
Fue mi pretensión, tan solo verte
y en mis ojos retenerte
primer amor.

Envuelto en remolinos reminiscentes por el devenir del tiempo, el reencuentro se produce con reversos inesperados. La parábola del destino no sólo frustra sus sueños amorosos, sus vislumbres de una trama de dulzuras reconstruida, sino que las cicatrices palpitantes se ven envueltas en una montaña rusa emocional, cuando descubre la realidad de sus sueños estrellados.

Creí que la vida
de mí se burlaba
cuando alegremente
te vi aparecer.
Quise ir a tu encuentro
traté de llamarte
y herido gritarte:
"no me conocés".....
Un ángel muy rubio
corrió hasta tus brazos
se hundió en tu regazo
te llamó mamá.
Y al verte dichosa
feliz me he sentido
y al barrio querido
no he vuelto jamás.

Todo estaba igual, nada cambiado
el balcón tan perfumado
donde soñé.
Descuidé tus besos, tu ternura
tras la aventura
me alejé.
Supe a la distancia tu valía
y al volver ya no eras mía
sólo quedé.
Se alejaba el sol como tu vida.
y en la tarde ensombrecida
me marché.

Y aunque los versos cantados enteros son algo largos,  vale la pena volver a escuchar la versión de Francini-Pontier, con la voz de Julio Sosa,  grabada el 11 de mayo de 1950.

                                      




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