Arigató, Barón Megata
Fue también en el año 68 que viajé a Japón, al asombro. No se trata solamente de que me hayan recibido bien como artista y como persona. En muchas partes he gozado del afecto del público y he hecho buenos amigos. Tampoco es, siquiera, que hayan mostrado los japoneses ese particular cariño por el tango y por lo argentino que también he vislumbrado en otros países. Son muchas otras delicadezas, pequeñas a veces como transistores, pero que suman una emoción inolvidable.
Vayamos por partes. Ya desde el año 20, mucho antes del fenómeno gardeliano, los japoneses "descubrieron" el tango. El barón Tsunayoshy Tsunami Megata, un noble que conoció en París a Bianco y Pizarro, volvió a Tokio con la apasionante novedad y, de allí en adelante, todo se hizo con la perseverancia y la precisión nipona. Megata impuso el tango desde arriba, enseñándolo a bailar a la aristocracia, pero también despertando el interés por la investigación de nuestra música. Esa vocación se ha mantenido en muchas ciudades japonesas, al extremo que tienen archivos que sorprenderían a cualquiera.
Cuando el conjunto de D'Arienzo (sin su director) se presentó en Japón, los tangófilos locales advirtieron de inmediato el reemplazo de dos de los ejecutantes titulares. No sólo tenían fotografías de ellos, sino que reconocían la diferencia de estilo de los suplentes, cosa muy difícil de distinguir incluso para el público porteño.
Hay una anécdota de la propia orquesta que me acompañó que certifica tal erudición. El violinista Claudio González se había lastimado la yema de un dedo y, para poder actuar se la "vendó", a la criolla, con la membrana interna de la cáscara de un huevo, pero dejando inactivo el dedo por las dudas.
Al terminar el recital, un japonés le preguntó por qué había tocado la armonía de El amanecer en octava baja, siendo que en 1925, cuando estaba con Firpo, lo había hecho en octava alta... Y a mí mismo, en una ciudad de provincia me interrogaron sobre el motivo de que terminase Mi noche triste en nota "la", tanto para el canto como para la guitarra, siendo que el instrumento y la voz emiten distinta vibración. Nada menos que una pregunta de Física Musical.
No es difícil comprender por qué razones dominan netamente el campo del Audio, además de otros tantos que requieren igual delicada minucia. Pero no sólo ese es el recuerdo que traje de Japón, hay otros más emotivos. Cómo olvidar, por ejemplo, centenares de banderitas argentinas agitándose a mi paso o al de mi esposa en una calle de Tokio o de Osaka. De qué modo explicarnos que en pequeñas ciudades del frío norte conocieran, no sólo nuestra música, sino que hubiera sociedades de tangueros y hasta chismosos que sabían de las "debilidades" de las grandes figuras.
A los pocos días de haber llegado, alguien fue capaz de citarme de memoria el repertorio que había tocado ¡una semana antes! en la Universidad del Litoral, en nuestro país, y todavía me señaló que hacía cincuenta años que en esa casa de estudios no se interpretaba tango. ¿Cómo sabía todo eso? fue la inevitable pregunta. Simplemente se había enterado porque deseaba hacerlo, porque recibía publicaciones argentinas y hasta conseguía sintonizar emisoras porteñas. Sabía ¡hasta el kilometraje "por ruta 9" que hice hasta Rosario!
A veces me avergonzó tanta cortesía. Recuerdo el gesto de asombro, no de ofensa, cuando sugerí al intérprete que me vigilase los instrumentos en un andén. Insistió en explicarme que era imposible que nadie los tocase siquiera, ¿acaso no eran míos? O cuando, en un comercio olvidé recoger un vuelto de un yen y se tomaron el trabajo de localizarme, dejándolo a mi nombre en el hotel en un sobrecito de polietileno.
Y aquel extraño momento en Hokkaido, cuando pedí un sandwich al camarero y, sin que se entendiese el motivo, alrededor de veinte personas que me acompañaban, se retiraron dejándome solo. ¿Cómo no ruborizarse cuando uno se entera después de que es una obligada cortesía para permitirme tomar mi alimento en paz, sin la molestia de miradas ajenas?
Recuerdo de ese Japón que me deslumbró, no solamente sus enormes salas y sus públicos colmándolas y aplaudiéndome. Se me ha grabado para siempre su respeto por los ancianos, su serena laboriosidad, su cordialidad para el forastero.
Y su conocimiento profundo de todo lo que abordan; inclusive del tango, del país en que surgió y hasta del lenguaje lunfardo. La propia Academia del lunfardo se honra con su miembro japonés Yoyi Kanematzi.
De su libro "Una luz de almacén" (El lunfardo y yo)
(Rivero canta el tango de Luis Alposta y música del propio Rivero "A lo Megata". Lo acompaña Leopoldo Federico con su orquesta)
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