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lunes, 19 de junio de 2023

Yunta brava

                                

                                 

     

   En la reiterada ceremonia de los subsuelos que pueblan los mapas milongueros, ellos saben que constituyen una yunta brava y admirada, fértil vanguardia de cuerpos alborotados por la pasión del baile. En su jurisdicción, templan los más hábiles sabihondos la coloratura de la emoción. El efímero paisaje de sus figuras enciende el fuego abisal de las profundidades del recinto y el traqueteado parqué se rinde ante tanta exhibición de arte y poderío. Es el tiempo de las almas que descorchan los hondos secretos encerrados en la mágica danza. El bailarín es el arriero seguro del paisaje nocturnal, sublimando el azar de los electrizantes metatarsos en el tránsito por poblados andamios. La memoriosa perfección hilvanando en cascada esas arduas madejas que tejen los tangos.

   Ella tiene su cuerpo despierto, los ojos entrecerrados, atenta a las marchas y contramarchas de su compañero, contribuyendo maravillosamente a los dibujos fecundos del dúo. Acicateándolo, empinada en sus zapatos de hada; melena aleonada, rouge en los labios, tajo en el percal y purpurina; pies de liebre, alas de golondrina, viviendo y sintiendo la sabiduría del poeta libanés Khalil Gibram que la inspira:                                                                                                                                                          -El alma del filósofo habita en su cabeza; el alma del poeta en su corazón; el alma del cantor persiste en su garganta; más, el alma de la bailarina late en todo su ser.

   Cuando las primeras estrellas revolotean en el techo de la ciudad, ella vela sus armas. Se sabe diosa y pájaro. Griseta matutina, reina noctámbula, siente que en esas horas mágicas aminora la vida su velocidad de vértigo. Y el rito del abrazo -mientras la acallada luz vela el rectángulo para los fieles devocionarios de la misa tanguera-, almidona la erguida esbeltez de la pareja y el sueño interior de la percanta se embarca en una nueva ceremonia sobre las inertes baldosas masticando en su albedrío, el agobio de lo íntimo.

  En esos amores vestidos con susurros de tangos, el surrealismo del bandoneón excita a las palmas soldadas y los esternones fundidos en una vorágine de aromas y deseos.

   El rígido perímetro encadena cortejos y seducciones, al cobijar con su media luz y la ígnea melodía, historias de amores y desamores, enmarcados en su estética de barrio.

   Cada tanto el contrabajo nos recuerda con su trompada letal, el origen arrabalero de esta música, y la varonía recurre entonces a su espíritu inmutable. Riñas y duelos que encharcaron estos lugares, recordándonos que a esas alegorías compadres había que acompañarlas con una demostración permanente de coraje. Ello obliga a no arrugarse ante los pies más endemoniados y señala que el tango implica bailar con la vida. Y esta nos exige siempre más.

   El ritmo terco y cadenero encolumna los ardores de las axilas entre la densa enredadera de piernas y cuerpos, germinando en la pareja un polen de fantasías diagramadas con exactitud geométrica, que fulguran en el dédalo y convocan el rebufo en la exogámica manada.

   La cima de los sueños del bailarín los fundó en la vigilia vesperal, con las energías crespas de enfrentarse al examen de los vetustos milongueros, en esos pisos con historia, después de una nutrición fiel a las raíces.

Bailarín compadrito,
que floriaste tu corte primero,
en el viejo bailongo orillero
de Barracas al sur…

   Ella se estremeció al compás de un violín enamorado y resolvió ser un cuerpo que acogería los sonidos del tango. Supo de sobrevivir equilibrando el eje de la simetría, de la apolínea postura y de bailar arrastrándose como hoja en el ventoso otoño. Aprendió a piruetear y destacar -las hebras esenciales-, en el tumulto parracial de las piernas embravecidas, entre el molino de las formas, en las latitudes profundas de esa danza recóndita y desmesurada, buceando en las viejas cláusulas.

Sacerdotisa del tango,
sacerdotisa sentida.
Rito es la danza en tu vida
y el tango que tú amas
te quema en su llama…

   Los embates en infinitas tramas anuncian el himno final al quemante coral de intenciones y arrebatos. Las fuerzas opugnadoras en su afán de ingresar en el reservorio destinado a los elegidos de la noche, desgajan la madeja en figuras interminables.

   Pero sus envidiados pasos, el tallo enhiesto, la apolínea postura, lo hacen levitar suspendido en el alarde, engoznándose en las oquedades de su compañera y horadando entrambos las curvadas longitudes de sus cuerpos.

¡A bailar, a bailar
que la orquesta se va!
Sobre el fino garabato
de un tango nervioso y lerdo
se irá borrando el recuerdo…
¡A bailar, a bailar
Que la orquesta se va!

   Tras la postrera nota se deshace lentamente el abrazo que parecía eterno. Los esbozados romances se desguazan. Tambalean las luces del rectángulo. Heridamente fluyen hacia la madrugada prometiendo la nueva aventura que sobrevendrá con renovadas promesas de encuentros soñados.

   Para bailar el tango definitivo.


(De mi libro ArTango, con las pinturas de Isabel Carafi)


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