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miércoles, 4 de noviembre de 2020

Cuando la milonga era una pasión popular

Los que peinamos canas y tuvimos la tremenda suerte de recorrer las milongas de los años cincuenta en numerosos clubes de los barrios porteños, amén de las Confiterías céntricas, podemos dar fe de que aquellas eran unas fiestas populares de difícil repetición. Porque eran masivas, actuaban las grandes orquestas típicas y con ellas las de jazz, compartiendo unas veladas inolvidables y multitudinarias. 

Bastaría ver las carteleras que he publicado en numerosas oportunidades para comprobar que los sábados se convertían en una gran fiesta. porque además de la gran atracción de semejantes orquestas y cantores, el precio de las entradas estaban al alcance de cualquier muchacho o muchacha que trabajase normalmente, sin necesidad de un desembolso importante y el placer que de ello se desprendía.

Como dice el tango, me largué por esos barrios a encarnar el espinel, tempranamente, una vez realizado el normal período de aprendizaje y adquirido las horas de pista necesarias para no derrapar en aquellas milongas  de relumbrón que fui recorriendo con esas ansias jóvenes que me impulsaban. Curiosamente el milonguero no buscaba el levante, la cita posterior con esa pareja casual, con la cual se había establecido un anclaje casi ideal, sino que iba impulsado por el tremendo disfrute del baile. Ayudados por esas páginas que inundaban las radios, las prácticas en el recinto barrial, y el chamuyo diario con los integrantes de la barra, que eran hinchas de orquestas y cantores como si se tratase de equipos de fútbol.    

                                    

Agenda Club América del Sud, en Banfield. 1942

Arranqué con 16 años en dos clubes de Parque Patricios y me diplomé más tarde en las hermosas y grandes pistas del Club Atlético Huracán, en la Avenida Caseros, frente al Parque Patricios.  Los domingos bailábamos con grabaciones y muchos sábados la velada con orquestas de primer nivel. Los carnavales eran tremendos, multitudinarios... Huracán tenía la pista grande, muy moderna y la que llamábamos chica, que era  enorme. Y los muchachos y muchachas se instalaban de motu proprio según sus habilidades. La grande para los buenos y la chica para los menos buenos o flojitos.  

Vale la pena señalar que en aquella época los ahora llamados discjockeys no tenían nombre ni apellido. Eran todos desconocidos para los que estábamos en la pista. En la mayoría de los clubes que recorrí se daba exactamente esa situación. El rol del que ponía la música no tenía como ahora sello de autor. Pero era muy difícil que le erraran en la selección porque si la música no acompañaba venían los malos gestos,  las quejas, y en los clubes eso se cuidaba mucho.  

                      

Velada milonguera en el Club 1º de febrero, años 50

Y vuelvo a aquellos carnavales porque en Huracán se habilitaban numerosas pistas y siempre había más de mil personas, algunas disfrazadas. Con la barra nos hacíamos una camisa de colores -yo compraba la tela y le encargábamos la confección a una modista del barrio-. y salíamos en grupos hacia nuestra guarida habitual. Venían barras de muchos barrios, incluso de Avellaneda, Lanús, San Cristóbal, Puente Alsina, Pompeya  y otros, y jamás tuvimos problema alguno. Recuerdo tres típìcas que nos acompañaron en esos años 50 las siete-grandes noches- siete, de carnaval: Osvaldo Pugliese, Alfredo Gobbi y Carlos Di Sarli. 

Podríamos apuntar algunos datos. Por ejemplo en 1944, Aníbal Troilo con Fiorentino y Marino, Carlos Di Sarli con Rufino y Ricardo Tanturi con Enrique Campos, en los siete grandes bailes carnestolendos de Independiente, Racing y Huracán, respectivamente, percibieron veinte mil pesos cada uno por animar aquellas grandes fiestas. En el caso de Independiente y Racing, las orquestas actuaban en la sede central que cada club tiene en Avellaneda y en las filiales de entonces, en Flores y Villa del Parque, debiendo movilizarse durante la jornada nocturna a uno y otro lugar. 


Las cifras eran cuantiosas. Ángel D'Agostino, con Ángel Vargas recibió, por ejemplo, 18 mil pesos por compartir los bailes en Independiente. Miguel Caló, con Raúl Iriarte y Alberto Podestá cobraron 16.500 pesos por sus presentaciones en el Club A. Lanús. Alfredo De Angelis, con sus cantores Floreal Ruiz y Julio Martel recibieron 9.200 pesos en el club Sportivo Pereira, de Barracas al cual concurrí en algunas oportunidades, en los años cincuenta.

 Si hablamos de D'Arienzo, se cansó de batir récords con su orquestas y sus cantores. Vale la pena apuntar como lo recordaba el bandoneonista Carlos Lázzari. 

-Hemos llegado a hacer más de 30 bailes por mes, entre matinée y vermouth: terminábamos a la una de la mañana y el representante ya tenía calculados los tiempos para que llegáramos al cabaret, con una vuelta menos. El cabaret nos daba franco los sábados porque ese día los bailes en los clubes eran veladas, es decir, que terminaban a las tres de la mañana. Todos los clubes tenían espacio, si no llovía hacían baile al aire libre. Pero la gente también ha llegado a bailar bajo la lluvia, descalza y con paraguas, y han puesto un toldo donde tocaba la orquesta.  ¿Quién se movía de ahí? 

Era un éxito despampanante. Cuánta gente, no sé. Lo único que puedo decir es que cuando volvíamos a tocar en el mismo club, de un año al siguiente, siempre nos encontrábamos con alguna mejora que habían hecho gracias al bordereaux de D'Arienzo. Un éxito espantoso. En todos lados había hinchas, de frac o de zapatillas. Subía ese hombre al palco y era una cosa de locos, la de gritos y aplausos, a tal punto que a veces empezaba a tocar la orquesta y no nos oíamos entre nosotros...

                          

Acá se puede ver las orquestas y cantores que actuaron en Villa Malcolm desde 1938 a 1959.

Y yo personalmente me fui a bailar a otros clubes que fui descubriendo, antes de pasar a las confiterías como Montecarlo, la Nobel, Dominó y otras del centro. Podría nombrar a Terremoto de Barracas, Unidos de Pompeya, Pinocho, Centro Asturiano, Sportivo Buenos Aires, Villa Malcolm, Sin rumbo, Estrella de Oriente, Palacio Rivadavia, Oeste, Estrella de Maldonado,,Villa Sahores, Premier, Sunderland, Pista de Lima, Glorias argentinas, Social Rivadavia, Unione e Benevolenza, salón La Argentina, Palacio de las flores... 

Luego vendrían el rock, el bolero, El Club del clan y fueron arrinconando al tango. Nos quedarían Caño 14, El Viejo almacén y otros reductos donde escucharlo. Las milongas se acabaron, a los veintiséis años ingresé en el periodismo y las cosas cambiaron. Pero ahora, cuando repaso aquellas andanzas milongueras que tanto placer y trasnochadas me produjeron, creo que valió la pena. Fue una época dorada, maravillosa, impagable. Y que ya no volverá con esa polenta, esas orquestas, cantores y legiones de milongueros de ambos sexos que disfrutábamos al mango de nuestra gran pasión tanguera y milonguera. Cuando Buenos Aires era una gran fiesta de Tango.



                                                                                       

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