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sábado, 15 de febrero de 2020

La cantina

Fueron los inmigrantes italianos los que fundaron estos boliches en Buenos Aires. En el barrio de la Boca especialmente, pero también en el Abasto, en Chacarita. Con esos travesaños  de pared a pared de los cuales colgaban jamones, salames, longanizas.. Las calderas bullendo con pastas que luego soltarían su aroma en las mesas, untadas con el pesto genovés y el tuco.

Otros platos de aquellos inmigrantes que se quedaron instalados para siempre en nuestro paladar y nuestras retinas fueron el chupín de pescado, la pizza, la faina, la focaccia, sopas que en invierno sabían a gloria como el minestrone o la buseca. Y si ibas a aquellas cantinas italianas de la Boca con los amigos de la barra, tenías la ración de mandulinatta, te acoplabas, bailabas junto a la mesa, cantabas y pasabas una noche como si estuvieras en una cantina de Nápoles o en Génova.

                                     
Cátulo Castillo y Aníbal Troilo, que conocieron ese ambiente y vivieron esas madrugadas, se unieron en el lirismo íntimo,  una vez más para crear este tango que Pichuco grabaría con su orquesta y su cantor Jorge Casal, en 1954. Un paisaje cotidiano, el arrabal embellecido, el riachuelo cercano, la presencia gringa y todo eso que los porteños tenemos de tanos, aunque provengamos de otras sangres extranjeras...

Ha plateado la luna el Riachuelo
y hay un barco que vuelve del mar
con un dulce pedazo de cielo,
con un viejo puñado de sal.
Golondrina perdida en el viento,
¿por qué calle remota andarás,
con un vaso de alcohol y de miedo
tras el vidrio empañado de un bar?

El crujido de la incertidumbre hurga en la esquina del olvido. El inmigrante ha dejado atrás una vida distinta, el cordón umbilical en busca de la quimera soñada. El trastero de los recuerdos nublan  algo este presente en la cantina que noche a noche convoca a buena parte de la entrañable cosmópolis porteña.  En la trama de la vida se proyecta una capacidad de transmisión emotiva que Cátulo recrea con su pluma de arriero de  aquella bohemia y la puntual rutina nocturnera. En el corazón del inmigrante venido a más en su sueño argentino, flota cada tanto una imagen lontana...  grisácea...

La cantina                                                             
llora siempre que te evoca
cuando toca
piano, pìano,
su acordeón el italiano...
La cantina,
que es un poco de la vida
donde estabas escondida
tras el hueco de mi mano;
de mi mano
que te llama, silenciosa,
mariposa que al volar
nos dejó sobre la boca,
sí,
nos dejó sobre la boca
su salado gusto a mar.

En esas orillas de la noche se vive una atmósfera popular. el pudor de la memoria, la sencillez de la esquina de arrabal. Las voces estiran la nostalgia, bulle el viejo vino carlon o el chianti en en esas mesas donde se recrean las anécdotas y su mágico inventario. Retornan las ilusiones en madrugadas abismales, las alegorías. Ese calor de la amistad en el gris difuso de la noche que le dan a la cantina un baño de realismo, de vida. Y también de alguna ausencia...

Se ha dormido entre jarcias la luna
llora un tango su verso tristón
y entre un poco de viento y de espuma
llora el eco fatal de tu voz.
Tarantela del barco italiano...
La cantina se ha puesto feliz,
pero siento que llora, lejano,
tu recuerdo vestido de gris.

Podemos verlo a Pichuco, junto a Roberto Grela, cantándolo en una reunión de amigos, en Montevideo. Algo íntimo, sugerente que nos muestra esa imagen de maestro de cantores que siempre flotó en el ambiente. Ocurrió en 1954.

                             
Y, de remate, la notable versión de Aníbal Troilo, cantándolo Jorge Casal. Extraído de la película "Vida nocturna" que dirigió Leo Fleider y se estrenó el 18 de marzo de 1955.

                                         

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  2. Hermosa canción, una pintura de época descrita con un toque de poesía emocionante

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